Hace algunos años que la competencia de cortos de Sanfic llama nuestra atención, en general las funciones están abarrotadas por personas del equipo de las películas y las familias de lxs realizadores -como si estuvieran en una especie de reality de talentos- aplauden cada vez que se menciona el cortometraje por el que hinchan y rápidamente se identifica dónde está cada una de las barras. Dudamos si fue por esa razón Sanfic que decidió llamar a su competencia de cortometrajes chilenos “Talento Nacional”, la correspondencia sin embargo nos parece divertida. Actualmente la experiencia es radicalmente distinta: el festival se hace online, no hay público visible excepto por el de las redes sociales, no hay caras emocionadas de familiares y amigxs luego de ver el debut de una persona querida en el cine, también se perdió la instancia de conversación con lxs realizadores que, si bien era bastante escueta, siempre entregaba alguna nueva información o abría un par de discusiones interesantes sobre los cortometrajes, las escuelas de cine, el famoso salto al largometraje o el proceso de la ópera prima. Otra cosa que cambió es que antes era imposible ver todas las funciones de cortos, era muy difícil compatibilizarlas con los distintos estrenos de largometrajes que en general eran más atractivos de lo que son en esta versión, esto último, más que un recorte presupuestario, tiene su razón en que Sanfic se alimentaba de los festivales del primer semestre, por lo tanto perdió su principal fuente de películas: Cannes. La visibilidad de los cortometrajes es entonces inédita, porque tenemos la posibilidad de verlos sin que signifique perderse un estreno a la misma hora, además los largometrajes que están disponibles son menos, y algunos incluso se pueden conseguir online en los antros de siempre. La oportunidad de discutir la competencia Talento Nacional de Sanfic, el lugar de los cortometrajes dentro del panorama cinematográfico nacional, y/o las tendencias de las distintas escuelas de cine, hay que también aprovecharla desde la crítica.
#ChileDespertó – Ricardo Ferreira
Partiendo desde el título, un hashtag, este corto se vuelve sumamente cuestionable, y no precisamente por buenas razones. La alusión a la virtualidad, a la convocatoria twitera, tiene nula coherencia con la temática y las imágenes. La gente colmando las calles, marchando de allá para acá siendo reprimida, ondeando banderas, tuvo poco y nada que ver con twitter o un hashtag; se remonta, tal como el corto mismo señala, a una demanda y un afecto mucho más antiguo.
El corto tiene un tono informativo, la inclusión de intertítulos contextuales, de extractos de los discursos más incendiarios de Piñera, apunta a que el estallido chileno, el fenómeno social, sea conocido por una audiencia aún más amplia de lo que ya es. Porque las personas que votarán rechazo no verán un contenido que glorifique el estallido y las personas que votan apruebo, cuya mayoría fue partícipe de al menos una manifestación, sabe exactamente qué es lo que pasó y por qué pasó, o por lo menos, saben qué fue lo que los llevó a salir de sus casas a protestar. No se entiende, por lo tanto, el tono informativo -como si todo partiera de cero- que tiene este corto. La única respuesta es que apunta a un público global, extranjero, que aún no sabe cómo, cuándo ni por qué pasaron estas cosas. Aún así no es comprensible, si ese es el objetivo, por qué postular el corto a un festival como Sanfic es el medio para lograrlo. Si se piensa que la audiencia de Sanfic se limita al territorio nacional, es incomprensible el tono, la manera de hacerlo y distribuirlo. Tampoco hay que dejar fuera el hecho de que Sanfic es el festival de cine chileno que tiene lazos más evidentes con la clase empresarial chilena (Grupo Corpbanca, Grupo Copesa, Grupo Vivo, etc.), precisamente el enemigo. Quizás hubiese sido más coherente, y más fructífero, subir esto a Youtube, compartirlo abiertamente como lo hicieron los distintos realizadores y colectivos que quisieron difundir sus videos en los últimos meses del 2019, como lo hizo Piensa Prensa, por ejemplo, hace unas semanas, o como los realizadores y colectivos que participaron del archivo en proceso de FIDOCS. Finalmente parece una mala broma ver tanto registro del estallido a través de la vitrina que nos ofrece amablemente Álvaro Saieh, es también responsabilidad del cineasta dónde y cómo se muestran sus películas, aquí la razón es la ambición de trascender, de mostrarse en un mercado internacional, no en vano al final del cortometraje se cuenta que ya hay una distribuidora española encargada de mostrarlo por el mundo.
El tratamiento del cortometraje no tiene nada original, retrata básicamente el movimiento de las personas por el centro de Santiago mientras protesta, con todo lo que eso trae: represión, cánticos, bailes, algarabía, miedo, carteles y rayados. Pero el modo en que lo hace, con una nitidez de cámara sumamente profesional, con una distancia media, ni muy lejos como el drone o la televisión, ni muy cerca como para verse en peligro, es sumamente displicente. El montaje mismo carece de sentido alguno, pareciera que la edición consistió en poner las imágenes aleatoriamente y encapsularlas a partir de un par de ideas generales: represión, cánticos, banderas chilenas. A propósito de esto último, pareciera existir una idea de una nueva chilenidad, la cantidad de imágenes que contienen banderas chilenas flameando y personas con la camiseta de la selección es absurda, como si se quisiera puntualizar o disputar una idea de patria (como lo hace la UDI), sin embargo, se queda en nada porque esas imágenes, tal como todas las otras, no entablan discusión alguna, a veces con suerte deslizan una tibia denuncia, pero la mayoría de las ocasiones son imágenes vacías, carentes de sentido más que el registro de un fenómeno social.
A Ricardo Ferreira le habría hecho bien seguir el consejo de Ignacio Agüero y guardar su registro para dentro de algunos años, cuando quizás sus imágenes tengan algo que discutir, sobre la política, el cine o sí mismo, o cuando simplemente se le ocurra algo que decir.
Códigos – Kimberly Waters
Comienza con un largo plano de seguimiento con el sonido de tacos de una estudiante (Camila) entrando a la universidad el día de su examen final de un ramo de derecho. En un principio pareciera que cada persona que aparece, cada sonido y movimiento de cámara, buscan generar tensión para allanar el camino a la catarsis de su protagonista, la expresión más evidente es en el momento en que Camila revisa quiénes serán los profesores que le tomarán examen, allí, cuando desliza el dedo sobre las letras, un sonido agudísimo de un par de segundos fuerza la asociación volviéndose la expresión sonora de un subrayado.
Camila debe sacar un papel de la góndola para saber sobre qué tema hará su examen, el papel dice “Infanticidio”, les pregunta a los profesores si puede cambiar el papel, ante la negativa decide invertir el ejercicio y les comunica: “abuso sexual”. El profesor se pone nervioso inmediatamente porque sabe que está frente a la posibilidad de la confrontación. En ese momento, mientras Camila responde el examen y parece juntar fuerza para desenmascarar al profesor frente a sus colegas y estudiantes, la naturaleza de la puesta en escena cambia abruptamente, desaparece la profundidad de campo para dar paso a un fondo oscuro, el examen se convierte en escenario. Pareciera que este aspecto busca graficar el punto de vista de Camila: sola frente a los profesores, un panel de hombres que en ese momento ejerce el poder para defenderse de las acusaciones, con un horizonte que solo ofrece angustia. Este cambio abrupto, sin embargo, parece desplazar la atención que estaba puesta en el relato y la confrontación para llevarla hacia el dispositivo, generando finalmente una sensación contradictoria.
El Color de las Limas en Verano – Ignacio Palma
Hay cierta tendencia en los últimos años en varios cortometrajes provenientes del ICEI de la Universidad de Chile (aunque también de otras universidades), de imitar conscientemente distintos elementos de la puesta en escena de Lucrecia Martel en La Ciénaga y La Niña Santa (en el cortometraje el homenaje a esta última se subraya con un encuadre que es completamente igual). Martel está de moda y eso está bueno, lo que no significa que haya que buscar imitarla, menos aún cuando los personajes de tu película hablan, visten y se comportan como personas de clase alta. El de Martel, sin embargo, no es el único homenaje que se queda a medio camino, también hay una cita a Cleo de 5 a 7 de Agnes Varda, específicamente de la escena del tarot, donde incluso la misma carta del colgado se repite. Estos guiños no se traducen en nada más que una referencia, pareciesen ser más un gesto estéril, que busca una identificación inmediata de una burbuja cinéfila, el comportamiento propio de una elite fuera y dentro de la película.
El conjunto de chicos ricos de gustos retro parece todos del mismo grupo de amigos, tienen el mismo dealer de ropa americana en Instagram, por supuesto que escuchan The Smiths, que no hay adultos en casa y que tienen el patio lleno de árboles y luces de navidad.
La historia del cortometraje de Ignacio Palma es simple, dos primos en año nuevo coquetean y recuerdan cuando lo hacían y eran chicos, también hablan de una promesa que alguna vez se hicieron, ir en auto a la playa y bañarse desnudos. Lo que obviamente terminan haciendo al final. La tensión que se intenta comunicar desde el resto de la familia sobre la posibilidad de que la relación entre los primos se concrete, se diluye rápidamente por el excesivo protagonismo que se le da al juego previo que desde un principio es demasiado obvio.
Punto aparte el error técnico de la escena en que ambos primos bailan al son de Los Galos, donde la canción suena dentro y fuera del plano en un tiempo distinto.
Fin de Semana Bisiesto – Daniel Rivera
Daniel Rivera participó en la edición pasada de Sanfic con El Crujido de un cuello de un cisne al romperse, también hecho al alero del Instituto Arcos. El deseo, al igual que en la película anterior, parece ser el principio y el fin de todo. El avance respecto al cortometraje anterior es el uso de otros dispositivos formales, un sonido más mínimo pero efectivo, la fotografía en blanco y negro y una especie de imagen ralentizada por momentos otorga una textura y ritmo refrescantes. Nuevamente Rivera se centra en personajes que están descubriendo su sexualidad en la adolescencia temprana, en el corto anterior se situaba en medio de los 90, en este, en cambio, no tiene la necesidad de moverse de su tiempo.
Entre el corto anterior y este parece existir una búsqueda de estilo propio, un intento de encontrar los procedimientos que hagan que sus personajes adolescentes, llenos de deseo, puedan expresar su represión o su identificación.
En el cielo me dejas caer – Sebastián Claro
Otra película que trata tanto el abuso como el incesto: una familia compuesta por el padre y sus dos hijos adultos se juntan para tirar las cenizas de su madre al mar. Como siempre, el espacio reducido provoca que todos los traumas de los sujetos asomen: la infancia perdida del hermano, que tuvo que cuidar solo a su madre, el abuso paterno sufrido por la hija que se repite en la actualidad, y la violencia del padre, que como la mayoría de los padres siempre piensa que en retrospectiva hizo lo mejor que pudo. Las muy buenas actuaciones de Michelle Mella, Julio Milostich y Juan Cano rescatan al cortometraje de numerosos planos donde una música mínima o un sonido tensional buscan darle a las secuencias y a los personajes una intensidad que la historia solo termina de otorgar a partir de la mitad, pero que antes parecen intenciones mínimas.
En una de las escenas finales padre e hijo pelean, este último decide irse pero antes le pregunta a su hermana ¿Te quedas o te vas? Ella no responde y finalmente se queda con el padre, que ese mismo día había dado señales de seguir siendo abusivo a pesar del tiempo que pasaron sin verse. Luego, un par de escenas más tarde, padre e hija están en la cama desnudos. Es una escena compleja, incomoda y culposa, entre una relación abusiva e incestuosa la mirada de la hija se encuentra completamente desorientada, como quien se mira así mismo con desconfianza y resignación. Este es un tema sumamente difícil para cualquier película, sin embargo, es llamativo -y merece una discusión más amplia- también que sea un director hombre (Sebastián Claro) quien ponga tanto deseo como goce dentro de una relación claramente abusiva.
Dale Color – Bárbara Robles
Uno de los cortos interesantes que integran este informe por ser el único que se piensa a sí mismo, que le discute al cine, que trasciende la ficción unilateral y que además lo hace con una siempre bienvenida dosis de humor, comienza con una escena cargada de colores pasteles con dos adolescentes que miran una tele donde también están ellos, ella tiene el control y puede con él cambiar la ubicación del tipo, allí comienza una especie de desnaturalización del espacio fílmico que aumentará escena a escena. En esta ficción ambos actores hablan mecánicamente, con ese acento chileno inexistente que marca cada una de las ’S’, y que si existe pertenece a un ambiente restringido a la clase empresarial. Este aspecto estandarizado del lenguaje, tanto cinematográfico como hablado, es el punto cero de este corto, una partida en falso que busca establecer un escenario dispuesto a la sátira.
Pero nada es lo que parece. En un gran movimiento de cámara la mirada de la adolescente a cámara se aleja y viaja hacia la sala de cine de una universidad, donde paso seguido el profesor le da retroalimentación a la directora de la película, ella se va de la sala e inmediatamente entra otra vez a la ficción donde está la televisión para no salir más de ella, porque luego el rodaje mismo de dicha ficción se pone en primer plano, la directora se pelea con el equipo y los actores, y decide hacerlo sola.
La gran variedad de elementos que son utilizados para empujar un poco más allá los límites de la ficción misma: los cortes acelerados (jump cuts), la pantalla dividida, el sonido desfasado, la artificialidad misma del sonido de una escena, el movimiento de los objetos y los cambios repentinos de look, son coherentes dentro de la propuesta de autoconsciencia ficcional absoluta. Sin embargo, en el momento en que son enunciados por los mismos personajes, y por tanto acentuados, el cortometraje direcciona tanto la mirada que el ejercicio metaficcional pierde parte del brillo que había acumulado en un principio. Sin embargo, no deja de ser el ejercicio fílmico más interesante de estos dos primeros días.
Un cuento de dos Mujeres – Max Sotomayor
El cortometraje retrata la vida de Elena, –protagonizada por Ana Reeves– una anciana solitaria que se resiste a comprender el mundo moderno que la rodea. La película comienza en un parque donde toca un saxofonista, frente al edificio donde vive Elena con su amiga Clarita –Carmen Barros– aquella música se corresponde con el desplazamiento de la cámara, el sonido parece elevarse hasta la ventana del departamento donde la pareja de ancianas, entre recuerdos de un pasado que añoran con nostalgia, perciben cómo el paso del tiempo no solo afecta su motricidad sino también carece de sentido. La muerte de Clarita sin detalles ni explicaciones es traducida por la soledad y tristeza que expresa Elena, quien decide –por problemas económicos– arrendar su departamento a Kat –Ignacia Uribe – una joven que le provoca desconfianza y sospecha por su estilo de vida.
Elena es una anciana a quien le aterra salir de su departamento, se mantiene arisca y mira con recelo cómo el edificio se va llenando de extranjeros, de ruido, de personas sin clase. Elena vive de los recuerdos, la vemos ir y venir por los pasillos con un rostro siempre extrañado de lo que observa, como quien mira desde las butacas una historia que parece distante.
La película realizada en blanco y negro sorprende porque funciona. La decisión que muchas veces carece de sentido se fortalece por la historia que narra: una mujer arraigada a una época. Un pasado que retiene, que defiende, y que en la medida en que avanza la película, se hace más palpable. Esto último es percibido en la escena donde aparece Santiago –José Soza– un vecino con demencia senil que golpea el departamento de una mujer extranjera preguntando a qué hora abre la oficina para presentar sus trabajos de diseñador. Ante la confusión de Santiago, Elena sale a su rescate siguiéndole el juego y llevándolo a su departamento, él le dice que ya se tiene que ir, que no importa, que se tiene que ir, pero ella lo retiene, le insiste en que se quede, que le cuente de sus diseños y cómo va la vida. Es una escena sumamente triste, porque luego de unos minutos, la demencia de Santiago se vuelve tétrica y angustiante, y lo vemos en sus ojos, esa incomprensión de no saber dónde ni cuándo las cosas cambiaron tanto.
Por otro lado, la fotografía y escueta banda sonora que le otorga espacio y tiempo al sonido del saxo para iniciar y terminar la película, producen una armonía escenográfica que no fuerza ni desea subrayar la potencia de los acontecimientos.
Los invitados – Valentina Arango
Comienza con Werner –Hector Noguera– sentado en un sillón mirando un programa de televisión, el personaje es sordo y usa un audífono retroauricular para escuchar. El ruido de una aspiradora que prontamente entra en escena con Teresa –Consuelo Holzapfel– invade el living donde se encuentra Werner, quien sube el volumen de la televisión y del audífono de manera desafiante mientras Teresa se queja del dolor de espalda. Esta primera escena dura varios minutos, en ella observamos detenidamente los rostros de ambos, sus gestos y movimientos, el cansancio y la incomodidad. La película parece reproducir actos cotidianos como dividir y repartir los remedios en aquellas cajitas que indican los días de semana, una actividad en paralelo que trae consigo la planificación del cumpleaños de Teresa.
Es precisamente la planificación del cumpleaños lo que guía a los personajes a expresar sentimientos disímiles. Entre la inseguridad de Teresa de que no asista nadie a su cumpleaños y la ansiedad de Werner de que la celebración sí resulte, se va trazando con delicadeza la angustia de hallarse solos. Una mañana antes de la celebración Teresa recibe el llamado de uno de sus hijxs quien le comunica que no podrá asistir a su cumpleaños, a esto último hay que sumarle la preocupación contenida de Werner por no saber a quién invitar ya que la mayoría de los amigxs del matrimonio están fallecidos.
Ante la resignación y el agobio observamos a Werner en el baño arreglándose para la fiesta. Lo vemos directamente a través del espejo, su mirada parece delinear cada uno de los surcos de su rostro. Es una mirada contemplativa de sí mismo que nos prepara para un final completamente inesperado.
El cortometraje, a través de los silencios y las miradas perdidas de los personajes nos permite acceder a esa intimidad y cotidianidad que los envuelve. La inminente soledad propia de la vejez parece ser el hilo que conduce esta historia. Un discurso que no victimiza la longevidad, sino que la vuelve sensible, no solo por el guion sino sobre todo por la actuación de sus personajes.
Par – Valentina flores
Una pareja de hermanos Giannina y David se encuentran en una casa que llama la atención por la cantidad de plástico que protege cada uno de los espacios: plantas, sillones, muebles, cocina, baño, colchón, televisión, absolutamente todo se encuentra envuelto de aquel material transparente.
Durante los primeros minutos reconocemos en ellos una relación amorosa guiada por el tedio y la impulsividad, pronto los coqueteos y miradas lascivas, sobre todo por parte de David, se vuelven comunes dentro de toda la película hasta que una llamada telefónica a Giannina nos señala sutilmente que son hermanos. A pesar de aquella revelación, muy camuflada por lo demás, lxs hermanos continúan habitando los diversos espacios de la casa, sin embargo, lo que llama la atención es que luego de esa llamada la relación entre ambos se vuelve sumamente infantil, un rasgo muy evidente en David cuando construye una carpa con sabanas para jugar con unas casas en miniatura que encuentra tiradas en el patio. Giannina se incorpora para sorprender a David con una pistola que no deja ver ni tocar del todo, materializando un comportamiento común entre los niñxs. Esta ultima escena resulta incómoda por lo forzoso en el cambio de actitud de los jóvenes que transitan de una etapa adulta a una completamente infantilizada. Cabe preguntarse si ese llamado fue el detonador que cambió la personalidad de los personajes o simplemente es un registro que está en toda la película y al final se refuerza.
Al final del cortometraje David le pregunta a Giannina si se pueden quedar un día más, ella le responde tú sabes, es una casa por día a lo que David le contesta te estás poniendo como la mamá. Se colocan las zapatillas y salen de la casa por una escalera que da al techo. De esta manera intuimos lo que desde un principio parece obvio, y que nuevamente la película acentúa con el uso de plástico para envolver hasta el más mínimo detalle.
Crisis – Patricia Ríos
Es un cortometraje que pareciese, en un inicio, poner en cuestión un trabajo en específico: ser cajera de un supermercado. Las primeras escenas hacen eco del trato que recibe Edith –Catalina Saavedra– ante un sujeto que entiende que ella está para servirle, sea cual sea el contexto ella no tiene derecho a reproche ni exigencia alguna. Esa angustia y hastío que revela su rostro, rápidamente se transforma en un cliché sobre el 18 de octubre, solapado y en correspondencia con los cuestionamientos que Edith esgrime sobre su propia vida.
Los incidentes en el trabajo, las labores domésticas, el matrimonio y la maternidad aparecen como exigencias que Edith analiza con tedio. Mientras celebra su cumpleaños con una compañera de trabajo en un bar –con la autorización del esposo– las barricadas a lo lejos impide que continúe con la celebración. Al llegar a su casa, junto al reproche del esposo y la televisión encendida, este le pregunta si vio los disturbios que estaban ocurriendo in situ mientras ella andaba carreteando. A la mañana siguiente, mientras se prepara para volver a trabajar, abre el regalo de su compañera, un pito que fuma siendo interrumpida violentamente por el esposo. Ella lo encara demostrándole su insatisfacción y los deseos de cambiar su vida completamente. Al salir de la casa muy temprano en la mañana, se topa con un grupo de manifestantes con banderas y canticos, lo que resulta sumamente extraño y forzado.
Por Miguel Ángel Gutiérrez y Luciana Zurita