Probablemente haya que empezar con la figura de Manuel Puig. Porque esto trata sobre generaciones, de creadores, lectores y públicos. Poca gente escribió tan bien sobre su generación como Puig, pero era tan bueno que además escribió de una manera formidable sobre la generación que lo antecedió. Ejemplos sobran en las cartas de Boquitas pintadas y en los vaivenes de Cae la noche tropical. La genialidad de Puig al mismo tiempo traspasó su propia generación. Su escandalosa modernidad al escribir hizo que escritores como David Foster Wallace y Roberto Bolaño lo idolatraran e incluso este último en Los detectives salvajes le copia elegantemente un par de cosas de Boquitas pintadas.

Sin ir más lejos, y para no dar más vueltas que poco tienen que ver con el motivo de este texto, Boquitas pintadas tiene a Cosquín como uno de sus escenarios principales:

“Rubia, ahora cumplo lo prometido de contarte cómo es el lugar. Mirá, te lo regalo si lo querés. Todo muy lindo pero me aburro como perro. El Hospital es todo blanco con techo de tejas coloradas, como casi todas las casas de Cosquín. El pueblo es chico, y a la noche si alguno de estos flacos tose se oye a dos kilómetros, del silencio que hay. También hay un río, que viene de las aguadas de la sierra, tenés que ver el otro día cuando alquilé un sulky me fui hasta La Falda, y ahí el agua es fría, y está todo arbolado, pero cuando llega a Cosquín se calienta, porque acá es todo seco y no crece nada, ni llullos, ni plantas, que ataje el sol.”

Esto dice el personaje de Juan Carlos Etchepare al escribirle a su amada desde Cosquín, otrora pueblo donde se trataban los tuberculosos durante buena parte del siglo pasado. Hoy el pueblo es distinto, tanto que hace doce años que tiene su propio festival de cine, el FICIC.

Vuelvo entonces a las generaciones, específicamente al diálogo intergeneracional que ofreció la presente edición del festival. La programación de Filmoteca realizada por Fernando Peña y Roger Koza, que tuvo dos obras maestras del cine argentino proyectadas en fílmico[1], por un lado Tiro de gracia (1969) de Ricardo Becher, por el otro The Players vs Ángeles caídos (1969) de Alberto Fischermann[2]. Ambas funciones totalmente llenas, con público que en su mayoría era de Cosquín, otro poco de Córdoba capital, y algunos, los menos, que veníamos de Buenos Aires. Estamos hablando de películas difíciles, en especial Players.. que propone un montón de juegos y estructuras rarísimas, demandantes. Aun así casi nadie se levantó de su silla para irse. El público de Cosquín llena todas las funciones y no habla en la sala. En cada función hay una gama etaria amplia, desde los 15 a los 90. Todo esto vale la pena destacarlo, porque no es algo que esté dado naturalmente, sino que responde a una labor de formación de público que lleva muchos años haciéndose bien, proponiendo una programación arriesgada, con películas que incluso en Buenos Aires a veces no se muestran. Como las últimas dos películas de Darezhan Omirbayev, Poet (2021) y Last screening (2021), que hicieron de apertura y clausura respectivamente.

El kazajo es un director de una emotividad aplastante, construye muy de a poco los afectos, siempre en un tono menor, como si todo fuera a pesar de la película. En Poet propone una temporalidad de plano curiosa, pareciera que las escenas siempre están queriendo terminar y Omirbayev, o la cámara, no las deja, entonces lo que parece terminar en el mar concluye en el cielo, y lo que aparentemente finaliza con una huella en la arena es en realidad una excusa para ver pasar una tortuga. La historia siempre nos pasa por delante y no nos damos cuenta porque aparece –y desaparece– donde y cuando uno no la espera. Esa historia es la que le preocupa al poeta, la que hace desaparecer, por ejemplo, un lenguaje, el kazajo. El traspaso generacional del idioma es deficiente y no es difícil pensar que se extinga próximamente. El poeta ve cómo su material de trabajo muere y no puede hacer mucho, porque está casi solo en su empresa. Por otro lado en Last screening Omirbayev propone un juego de espejos para hacer aparecer lo generacional, un adolescente agobiado por las imágenes de su tiempo provenientes del celular va al cine, le dicen que si no hay un par de personas más no pueden proyectar la película, solo está él y un señor mayor, el joven invita entonces a tres milicos que pasan por afuera. Los milicos se van al rato de la función, aburridos, y se quedan el joven y el viejo, como si fuesen lo único que sostiene que aquella película pueda ser proyectada. Al final de la función ambos se miran, el viejo parece querer decirle algo, el joven se va con cara de que no le importa, pero luego, caminando en medio de la noche, con los autos surcando la pantalla, se fundirá con el viejo en una escena hermosa, dos generaciones de público se han visto a la cara para darse cuenta que están casi en completa soledad.

En Arturo a los 30, Martín Shanly, quien dirige y actúa, nos regala una buena comedia, algo que debería pasar más seguido por el bien del país. No es cualquier comedia, es una comedia generacional, cuyo sentido nos llama a nosotrxs, los que tenemos casi o más de 30. Al final de la película hablamos con algunos amigos de que pocas veces nos habíamos sentido tan identificados con un personaje, y es que la gracia del tipo al actuar con cara de nada, su porte excesivo para la energía que maneja, y, sobre todo, su ceguera respecto a sí mismo, lo convierten en un protagonista magnético, a quien terminamos queriendo. Aún, a casi mes y medio de verla, recuerdo el chiste del baño cuando dicen “¿volvemos?” y aquel gran chiste cuando Arturo le pregunta a su hermana que lo odia:

–Sabés quién me dijo el otro día “qué divina que es tu hermana”

–¿Quién?

–Nadie, nadie dice eso

Los juegos temporales y digresiones de la película hacen que esta comedia unipersonal no se agote, los roles secundarios toman la posta brevemente para dejar descansar a Arturo, escupiéndolo de vuelta con el pasado ahí, próximo, al que Arturo vuelve todo el tiempo para contarnos el porqué de sí mismo y sus circunstancias.

Otra película argentina presente fue La vida a oscuras. Allí Enrique Bellande propone un retrato profesional de Fernando Martín Peña, lo sigue en sus viajes de recopilación de cintas, en su casa ordenándolas o analizando el material. Bellande retrata a Peña como un héroe, un quijote cuya tarea, en apariencia imposible, se convierte en leitmotiv. Si bien Peña no está necesariamente de acuerdo con ser él un personaje quijotesco (como señala aquí), defiende que Bellande se pueda tomar esa libertad, es en definitiva el punto de vista del cineasta sobre él como laburante. Una pregunta ronda la película ¿Quién se hará cargo de esto luego? Así como Peña sigue la estela de sus maestros para realizar su oficio, ¿quién sigue a Peña? Es un problema que él mismo advierte en su libro Diario de la Filmoteca, que tuvo una presentación en el marco del festival. En el libro todos son fantasmas y parte del pasado, es imposible que sea de otra forma, sin embargo la pregunta por el futuro, por el legado, por la permanencia, está todo el tiempo presente, como una incógnita que nuestra generación debe despejar de la manera en que la generación de Peña intentó hacer, claramente sin éxito, o no estaríamos justamente alabando la tarea de una sola persona.

Si bien en un principio iba a ser una actividad presencial, la presentación de Linterna de nieve, libro de Matías Serra Bradford editado por Monte Hermoso, tuvo que ser online. Allí se reúnen muchos de los textos sobre cine que el autor publicó en diversos medios. Involuntariamente el tema generacional también está, quizás no en el libro pero sí en la autoría de Serra Bradford, uno de los pocos tipos que quedan que son capaces de escribir y hacer dialogar a casi todas las artes, un crítico anfibio que se siente a gusto ­–o eso logra hacer parecer– en cualquier suelo. No veo en mi generación mucha gente así: grandes lectores, inquietos y curiosos, más bien todo lo contrario, gente que decide tomar la misma autopista toda su vida porque saben exactamente dónde les puede llevar. Se pierden el camino, las paradas, los árboles y los animales. Y tanto Linterna de nieve como los otros libros recientes de Serra Bradford rehúsan tomar la autopista y eligen seguir caminando, no vaya a ser cosa que de tanto en tanto los destellos de belleza pasen demasiado rápido como para quedarse un rato a mirarlos. Lástima que no se pudo hacer la actividad presencial, pero qué bien que de todas formas Linterna de nieve pudo estar.

Esta fue la segunda vez en Cosquín. Una buena canción reza: venir es fácil, volver no tanto. Otra igual o más buena dice: uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida. Volver siempre es más que ir, se vuelve sin las expectativas de la primera vez y con los recuerdos e imágenes de esa primera vez. Volver es soslayar la sorpresa, es traicionar el recuerdo. Y qué lindo que es volver a un lugar y saber exactamente dónde ir, dónde se come rico, dónde abren temprano y cierran tarde, qué tanto frío hace, qué tan cómodas son las salas y cuán hermoso es el río. Volver a FICIC y a Cosquín fue así.

Por Miguel Ángel Gutiérrez

Muchas gracias a Carla Briasco sin la cual mi ida a Cosquín no hubiese sido posible.

[1] Es necesario acotar que también fue proyectada Mosaico de Néstor Paternostro

[2] Una secuencia de la película es realizada por Fischermann pero también por Raúl de la Torre, Ricardo Becher, Néstor Paternostro y Juan José Stagnaro, el Grupo de los cinco.