En los poemas de CD espirituada, libro debut de Enrique Paredes Bassi, hay un hablante que trashuma y parece estar casi siempre en movimiento, migrando como un motor que no puede evitar la profusión de sonidos cuando alterna entre un hemisferio que, por un lado, alude a una naturaleza singular y, por otro, signa las marcas que ha dejado la industria en ella. Ambos se interceptan en una especie de implícita teoría de la postnaturaleza, donde la idea misma de lo natural se pone en crisis en tanto que obedece, más bien, a un constructo bajo el cual se discrimina lo que pertenece y no a su orden. Es a partir de esta hibridación de ambas dimensiones, difuminados sus límites incluso, que los textos, abiertos y prismáticos, buscarán su reinvención a través de la fuga y el sangrado: «Aquí el polen nos inhala y no al revés», dicen, entregándole una agencialidad insospechada al polen y un énfasis a la idea de la pérdida, con una escritura que remata su curso con fechas, nombres propios y soportes de comunicación, solo para denotar el marcado carácter vitalista de una poética que no oculta su referencialidad, la mixtura vocal y el origen anecdótico que dio lugar al poema. Es la levedad de la que hablaba Calvino en sus Seis propuestas: a partir de la segunda industrialización, las pesadas máquinas de acero son desplazadas por bits que constituyen softwares, y lo leve (lo espirituado) influye en la disolución de la compacidad del mundo a través de pequeños corpúsculos que intentan observar de otro modo la materia, la innegable fisicidad de las cosas, para volverla otra: un poema que se enrarece a través de exotismos como los helados de sangre que les dan a los leones acalorados y locaciones como Kerala, un estado indio, son algunos ejemplos. Formateo y reprogramación, pero orgánicamente. El polen capaz de inhalar lo humano no busca ser una vieja y desgastada personificación; a fin de cuentas, también las figuras retóricas deben reinventarse. El polen, así como muchos otros elementos que acuden a la construcción del poema, posee una voz propia que dialoga con las otras en una apuesta por la proliferación de sus recursos, y no parece desfachatada la imagen cuando sabemos que sus polímeros sirven para la construcción de prótesis y apósitos.

A la manera de mantras, se reiteran ciertas imágenes que insisten en un Chile enrarecido por las violencias legadas y repetidas año tras año, casi naturalizadas. «El sol rojo de los incendios», ese que aparece detrás de las pantallas de humo, denso y sanguinolento, cumple con esta misma iteración compositiva dentro de los textos, como un ojo que constata lo que devastan los llamados carteles del fuego sin afectarse en lo más mínimo. «Su tiempo es también el clima», repite en otras ocasiones, como una marca de meteorosensibilidad, de la incidencia del clima también en la construcción de voces, abriéndose cada vez más coralmente, pero también exponiéndose en la metonimia de ser el hablante, su voz colectiva, una especie de sol rojo tras un filtro de violencia y devastación. Así, la voz no proviene del entendimiento de la misma como una propiedad intrínseca del sujeto, sino que se constata su enlace relacional con la otredad, sin deberse a ninguno de estos, sino más bien situándose en una zona liminal donde se construye un tejido de múltiples voces: la voz creatural de Dominic Pettman citado por Cristina Rivera Garza en su reciente Escrituras geológicas, entendida como «la pluralidad de expresiones vocales, distribuidas entre las especies capaces de producir sonidos con sus cuerpos… poniendo de manifiesto que habitamos un mundo en el que estamos sujetos al llamado de otras creaturas con expresión». En ese sentido, CD espirituada hace del sampleo un recurso donde lo creatural no solo alude a murciélagos, sirenios y lobos de mar; sino que también entran los humanos (animales, creaturas también, si volvemos a la implícita teoría de la postnaturaleza y al principio fantasmático de la levedad), en un ejercicio de escritura colectiva que tensa la figura de autor, de arrastre de lo oral, donde el viaje y su tránsito se vuelven un punto de arranque que disparará el poema, al mismo tiempo que se grafica su movimiento en un libre flujo asociativo de imágenes y relatos, donde la oralidad se vuelve registro fónico del cotidiano, de la lengua en uso y su ramificante creatividad, como una colección de sonidos que vibran con cercanía en el oído del lector, para evocar un Chile tensionado por su extensión, los accidentes del paisaje que lo recorren de sur a norte, y finalmente quedarse en la metrópoli. Tal vez por su opresión arquitectónica y demográfica, la voz, entonces, pareciera reventarse en los recuerdos de otras latitudes y otras realidades digitales. 

Así, en su ensayo Scapeland, Lyotard señala que a todo paisaje lo condiciona el destierro, pero no es el destierro el que suscita el paisaje, sino a la inversa: el paisaje produce destierro, extrañamiento, vértigo. No es posible la contemplación sin ser ajeno al objeto de la contemplación. Periferia y ciudad, la Región del Bío-Bío y la Metropolitana, Los Ángeles y Santiago, «la caletera de la fe perdida», la extensa Ruta 5 Sur con sus paradas azarosas, camioneros mediante, tensan en todo momento la idea de pertenencia a un lugar determinado. En esta tensión, la voz convoca a la imaginación y cita a las otras voces que, a la manera de un prisma, componen un tejido de irregularidades, corrientes rápidas y lentas, mantos de levedad: voces extraídas de la riqueza o del detritus digital del cual nos hacemos cazadores y recolectores, de otras personas, de dichos y creencias amparadas en lo mágico, dentro y fuera del tiempo, bajo un pensamiento que a ratos pareciera evocar cierto vuelo exógeno, budista incluso. «Dicen que cada vez que respiramos / extendemos nuestra vida dos minutos», cita un poema para figurar una plástica de la vitalidad; mientras que en otro señala: «pero en agua dulce no sobrevive / lo que está hecho en agua salada / y eso tampoco quiere decir que seamos / iguales en la balanza de la indiferencia», en una apuesta por la diferenciación y, por ende, la diversidad de elementos. 

Finalmente, contrario a la lógica artística mercantil de los libros de poesía amparados en lo temático, CD espirituada se inscribe desde el título en la rareza de la experiencia abierta, en la porosidad y el destierro. Y ese, a mi parecer, es uno de sus principales atractivos y aportes al panorama de la poesía chilena de los últimos años. Un libro que a su vez intenta ser una cartografía incógnita, abandónica, de lo que acontece en los parajes donde no acostumbra a llegar la nube letrada que en otros espacios se carga hasta acedarlos. El vaporwave es claramente un punto de arranque y una evocación sugerente desde el título, que nos hace pensar en la «gloria digital» que menciona el libro, pero lo «espirituado» me parece posee un asidero quizás más interesante y localizable en la manera en que los poemas hacen uso de la voz. ‘Espirituado’, deformación latinoamericana de la palabra ‘espíritu’, alude a alguien que, de alguna u otra forma, ha sido poseído por otra entidad sin existencia concreta en el mundo, leve, fantasmática, comúnmente maligna. Sin embargo, los textos, más que una carga negativa, pretenden la amistad con los espíritus, que sería una especie de maridaje con lo otro, abriendo paso a la superstición, a un pensamiento mágico que alucina con la materia e intenta plasmarla para que lleguen también a sacudir el ojo del lector, azumagado, casi ciego, por la monotonía del control, el peso y la grisalla citadina. Espirituados entonces por las voces que cruzan el texto, lo literario en él tal vez cumpla una función existencial y la levedad calviniana, su búsqueda y su principio coral-compositivo, tal vez sea una reacción al peso de vivir en los intramuros de las sociedades neoliberales: «en este punto lo único que importa / es el recuerdo, me dijiste, estamos / atrapados en el futuro mejor amigo», dice. Me recuerda a los poemas que James Merrill construía a través de la güija y las conversaciones que mantenía con espíritus: incluso ellos tienen algo que decir, solo que acá no hay distinción entre vivos y muertos.

Por Daniel Viscarra
Fotografía de Arlene Gottfried

Presentación del libro
CD espirituada
Enrique Paredes Bassi
Aparte
2024