La tapa me interpeló. En la mesa de novedades me sorprendió una vista de Sídney, mi ciudad natal. Es una imagen de su famosa Bahía; al oeste se ven la Opera House y el Harbour Bridge, dos íconos de la urbe y de todo el país. Las flores del jacarandá
UNO. PRIMERO FUE LA MATERIA Recuerdo lo siguiente: hace diez o quizá doce años, la no tan Ilustre Municipalidad de Talca organizó una pequeña feria en la Plaza de armas de la ciudad. El evento en cuestión, como buena actividad de todas las provincias del orbe, reunía bajo el taxón
Santiago, 2 de enero, 1951 Lo que me aterra en Chile es la torpeza humana, la elementalidad de la vida exterior. Mi país me produce la impresión de estar habitado por ánimas de devorador e infuso subjetivismo, en un plano inferior a la espiritualidad. ¿Tienen espíritu los arquitectos chilenos? Si
Sacudo el libro Pop bueno, pop malo de Jarvis Cocker y de él caen varios papeles: un remito de bicicletería de cuando me chocaron hace unos meses; una entrada de cine para una retrospectiva en la sala Lugones y una encuesta sobre cine japonés que no completé. Me gusta guardar
¿Es el amor, entonces, tan simple? ¿Es el amor, entonces, tan simple, mi vida? ¿Una puerta que se abre y ver claramente todas las cosas? Yo no lo sabía antes. Había pensado que era inquietud y deseo, elevarse tan solo para caer, aniquilación y fuego: no
Stella Corvalán murió de ausencias Sinfonía de la angustia Los poetas del Maule la recordaremos más allá del tiempo y del olvido Matías Rafide Stella Corvalán Vega nace en Talca el 25 de noviembre de 1910 y vive su primera infancia en el barrio
podemos relatar el tiempo el tiempo tal como es el tiempo en sí mismo o no, sería en realidad una tarea delirante un relato donde se diga el tiempo pasado se envejece el tiempo sigue su curso por eso jamás alguien de mente sana lo tendría por una
Ejercitar. El sesgo sexual en la crítica literaria. Con qué tipo de persona en realidad preferiría acostarse el crítico. E. M. Forster, Diary, 25 de octubre de 1910 Veinte años atrás, en París, mucho antes de que –como ustedes dirían– me conociera a mí mismo, un compañero de estudios
Dos manos se dibujan mutuamente generando un bucle sin principio ni final. Eso es lo que a simple vista vemos en la reconocida litografía de M. C. Escher. La mano empuña el lápiz y crea, traza, forma. Manos. Sin nuestro pulgar oponible otra sería la historia. No habría historia posiblemente.
Por lo menos alguna intriga debieron sospechar quienes leyeron, en el suplemento dominical de Le Monde, aquel del 6 de abril de 1980, una curiosa entrevista titulada “El filósofo enmascarado”, donde cierta voz proponía la realización de un no menos curioso experimento llamado “el año sin nombre”: “Durante un año