Lo primero que llama la atención de Reversaglio/Nigredo (2023), libro escrito por Sofía Rosa y editado recientemente por Ediciones Oxímoron, es la multitud de pórticos, umbrales y otras señaléticas que anuncian los diversos territorios donde la voz protagónica de cada cuento/novela, lleva adelante su recorrido interior, un trayecto donde los fuertes vientos de la adolescencia, la adultez, la muerte y la violencia doméstica, terminan por acabar con aquellos paisajes idílicos de la infancia, donde la casa, antes de tomar el rostro del horror, adquiere la apariencia de aquel espacio post-uterino, donde la vida aún no se encuentra atravesada por las terribles demandas que exige el espacio público a niñas, mujeres y hombres que se encuentran en los bordes del modelo hegemónico que estructura nuestro mundo, que no es otro que el de la familia, el éxito y por qué no, el de la alegría.

Respecto a los umbrales, el primero de ellos se encuentra en el propio título. La línea que divide ambos nombres responde a una utilidad paratextual, ya que el libro está compuesto por dos narraciones, pero quizá, aquella división nos podría indicar cierta estrategia textual del libro. En primer lugar, “Reversaglio” nos aproxima a la vida de una niña que, en su soledad, nos cuenta que habla con fantasmas, aunque no con cualquiera, sino más bien con familiares que han emigrado a aquella zona espectral donde los muertos, los olvidados y los exiliados, amenazan el orden natural de lo vivo, o bien, de lo que aún pertenece a lo presente. Por supuesto, tal relación será el detonante de las futuras tribulaciones que acosarán el crecimiento de la pequeña protagonista. Por otro lado, “Nigredo” se instala en una situación bastante similar. Otra niña, quizá la misma, o quizá una similar, emparentada por las tragedias que le son propias a una infancia femenina, nos relata su relación con su núcleo familiar, el cual, si bien diverso, posee un especial énfasis en las mujeres en tanto estas se encuentran, constantemente, a la deriva del suicidio. El cuento/novela, entonces, nos propondrá acaso una especie de respuesta a “Reversaglio”. Quizá, la relación de la niña con los fantasmas compone, de algún modo, un nexo mucho más amplio entre las mujeres y la muerte.

De todos modos, lo que quiero apuntar es que la barra que divide el título no es una separación como tal, sino más bien una indicación sobre los tránsitos que sufre la vida humana luego de que la violencia advenga como una experiencia directa. Así como el título está quebrado, así también los relatos, las narraciones, los personajes, las propias mujeres que se encuentran extraviadas a la mitad del libro. Por ejemplo, una de las fisuras más inmediatas se encuentra en el primer cuento/novela, ya que “Reversaglio” está compuesto solamente por parágrafos numerados, como si acaso fueran los pasos necesarios para llegar a cierta etapa de crisis, donde el presente y el pasado no logran explicar nada, en la medida de que las turbulencias de la memoria solo nos conducen a otras más terribles. La narración, entonces, nos lleva a dos situaciones paralelas: en algunos fragmentos, la voz protagónica es una niña, la cual, con cierta sorpresa, construye la historia con una coherencia a lo menos elocuente. Si bien las palabras escasean, los ojos infantes de la niña logran capturar aquellos hitos que terminarán iniciando la catástrofe familiar que se aproxima: una madre sufriente que llora a escondidas, un padre ausente que amenaza con llevársela de la casa, una profesora que disciplina sus dibujos ingenuos, los cuales portan secretos propios de una lengua que aún no es capaz de nombrar las pesadillas de la adultez.

Curioso es, entonces, que la vida adulta o la de una adolescencia terminal posea una escritura tan confusa o violenta, o tal vez, extremadamente íntima y/o personal, aunque no por motivos benevolentes, sino más bien porque, a cierta edad, lo privado es el último de nuestros refugios. Comprendemos, entonces, que las diferencias testimoniales entre una niña y una mujer adulta aparecen según la cantidad de peligros que acechan la individualidad de cada una. Así también ocurre con los sueños, los cuales adquieren rostros mucho más amenazantes de acuerdo con las nuevas prohibiciones que van coartando nuestra relación inmediata con el mundo exterior. Entonces, volvemos a aquel relato casi perpetuo que Julio Cortázar supo ilustrar en su famosa “Casa tomada”: el umbral que termina por cercenar lo infantil no es otro que el del exilio, el cual, una vez atravesado, nos obliga a buscar para siempre el camino de aquellas cosas que se extraviaron de forma permanente.

“Nigredo”, por su parte, se articula en torno a un modelo bastante similar, donde una niña, la cual presencia paulatinamente el suicidio de sus figuras maternas, es invitada a la vida adulta con la misma mortandad que lo hicieron sus antecesoras, aunque tal relación inmediata puede tornarse injusta, ya que el texto nos da a entender que el circulo de suicidas significa, más bien, otro orden u otro esquema donde los cuerpos, expulsados por el régimen de lo vivo (un régimen estrictamente masculino) terminan transitando a aquel lugar donde las cosas no-humanas, tales como las plantas, los animales o los hongos, tienen su propio sitio. Más bien, el tránsito que sufren aquellas mujeres suicidas consiste en la mudanza de una casa a otra, o bien, de un refugio a otro, en la medida de que los depredadores cambian con el paso del tiempo, así como los propios recuerdos de quienes han sobrevivido a la tragedia de crecer.

Respecto a las roturas, “Nigredo” opta por intercambiar lo fragmentario con la hoja en blanco. En vez de pequeñas marcas, el relato separa su contenido por medio de palabras gigantes que ocupan la parte baja de una plana. Algunas sentencias son “Nunca pude soñar con montañas” o “Decirle que no a los juegos de escondidas”. Acorde a nuestra sospecha en las prohibiciones, el cuento/novela nos responde con estas frases que parecieran ser letreros que indican el fin de una ruta. Al parecer, la negación del mundo frente a nuestros deseos, son motivos tanto para la madurez como para la propia muerte. Perfectamente, las mujeres de “Nigredo” podrían haber acabado con su vida luego de enterarse del destino que la vida doméstica les tiene preparado. Aquella presencia perpetua frente a los quehaceres de la cocina, el mutismo que implican los televisores, quienes resuenan intermitentemente, marcando así los días que se acaban luego de cada minuto; tales escenarios no son otra cosa que las pesadillas que ocupan, en algún momento, los pensamientos de una niña que se aproxima a la vorágine que hay luego del fin de la infancia. Así, entonces, la voz protagónica comienza a sentir empatía por las cenizas de una casa quemada, por las hormigas que recorren árboles caídos, o bien, por los hongos que se expanden indefinidamente. Aquellos deseos emancipatorios de la protagonista coinciden, de algún modo, con aquel desarrollo lento que poseen los organismos no antrópicos que se expanden por la tierra y los aires. De aquí, entonces, la pulsión constante del suicidio: pareciera ser que la única forma de entrar en aquel submundo de la vida consiste en la muerte, para que así, el cuerpo se entregue a todas las agencias del entorno natural.

Reversaglio/Nigredo es un libro sincero, que se deja llevar por las diferentes interrupciones que significa pensar en aquellos territorios que se encuentran más allá de los lindes de lo público. Las casas, las habitaciones, los espejos, los cuerpos, todos parecieran hablar no solo de un interior particular, sino también de cierta superficie que le es propia a la piel, a las paredes y a los cristales que reflectan la luz de los recuerdos y los traumas. Tal superficie, por supuesto, es asfixiante, por lo cual se hace necesario una escritura que represente aquellas dimensiones acotadas de lo infantil. De ahí, entonces, los recursos narrativos que son propios del fluir de la consciencia, de la prosa poética y de la literatura confesional, que, en ocasiones, pareciera ser más bien una confesión críptica, donde el único sujeto que saca a relucir la verdad es aquel que en un principio ha hablado. Por tanto, la escritura cerrada, subalterna, de Sofía Rosa nos invita a especular sobre los dolores de un cuerpo ajeno, el cual, si bien se encuentra distanciado, se aproxima a nosotros por medio de un diálogo constante con nuestros propios miedos y ensoñaciones.

 

Por Víctor González Astudillo

 

Reversaglio/Nigredo

Sofía Rosa
Ediciones Oxímoron
2023
Cuento