Felipe Caro Pérez es uno de los autores temuquenses más relevantes de los nacidos en la década del 80, toda su formación personal y literaria se encuentra vinculada al territorio, allí conoció a Guido Eytel y participó en los talleres literarios liderados por el escritor. Su actitud juvenil y ácrata lo llevó tempranamente a desconfiar de los conductos regulares, por lo que lejos de esperar que él mismo o sus coterráneos fueran “vistos o descubiertos” por alguna editorial capitalina comenzó el levantamiento de una serie de micro editoriales que a la fecha mantienen cierto culto local: Poleo Ediciones y Venérea Violenta fueron, en la década pasada, las responsables de publicar las primeras obras de un puñado de autores en Temuco. 

Conocí a Felipe el año 2010, un par de semanas antes que publicara Hija, su primer libro. Atesoro el recuerdo de este primer encuentro como uno de esos instantes de no retorno, un crucial arribo que inició mi propio periplo por la literatura, desde entonces navegamos juntos.

Por esos jóvenes 2010 la escritura de Felipe Caro ya tomaba distancia de las fuertes voces masculinas a las que la literatura temucana nos tenía acostumbrados. Lo doméstico y por ende la familia son referentes constantes de su primera obra. Caro ostentaba así un incipiente empuje hacia lo sentimental, un registro intimista que reviste con la contemplación del espacio circundante. 

Esta observación del mapa territorial se despliega con genialidad, en Nadir –obra publicada por Bogavantes en 2017– donde la voz poética construida por Caro posee la singularidad de un observador minucioso, donde la palabra transita por ese Temuco del que no se aleja, desde donde “resiste”, como escribe en el poema El ruido de la ciudad “aun resisto vivir en Temuco, / como lo hace mi padre en mí”. 

Este vínculo con la ciudad lo lleva a crear una poesía que, por la economía de sus versos y la honestidad de los significados construidos, podría hermanarse al objetivismo poético y no obstante el escritor transita con comodidad por su mundo interior. Así mientras recorre la ciudad, los pasajes y calles son escenario para la tensión personal, expresando a través de ese mundo privado las tensiones sociales de lo exterior. 

Una especie de micropolítica que su poesía desarrollará con éxito en Pieza País, publicado en 2021 a través de su último proyecto editorial Libros del perro escondido. Esta última obra es un pequeño libro objeto en donde Caro tensa el lenguaje hasta lo críptico del silencio. En esa misma oscuridad surge la palabra. Toda reflexión ontológica en Pieza País es atravesada también por su relación con el lenguaje “La pieza creció desde el primer sonido gutural;/ una oración/ dibujando un par de ojos.”

Tiene cierta lógica que todo lo anteriormente descrito se despliegue armónicamente en NADA o el vacío observable del espacio, su última obra y con la que obtiene el premio de poesía Yosuke Kuramochi otorgado el 2023 por la Universidad Católica de Temuco. Aquí Caro utiliza la voz de un astronauta que orbitando la galaxia contempla la inmensidad espacial y personal. En el vacío del espacio aparecen las interrogantes y también las respuestas, como al final de su poema Motores de combustión interna o parábola del ímpetu de los finales: “Se vuelve a mirar/ estrellas/ como si fuese/ la primera vez/. La oscuridad trazará/ rutas a otras despedidas/ que intentan pronunciar otras voces, / otros labios.” 

En su órbita este hablante/ astronauta relata en clave lírica el viaje desde el punto orbital más lejano, el AFELIO, en el transcurso de la lectura este recorrido nos acerca inexorablemente al PERIHELIO o punto más cercano desde el objeto al sol. Para lograr este recorrido elíptico, Caro juega con los título de los textos, cada texto que integra Afelio o Perihelio tiene su equivalencia, en ocasiones idéntica y otras únicamente alterado por lo que continúa después de la conjunción o, a modo de ejemplo, la obra inicia con un poema titulado Valentina Tereshkova o la vuelta al mundo de casi tres días luego de ordenar los papeles del escritorio, esto sería el punto más distante al sol; por su parte Perihelio, finaliza con el poema Valentina Tereshkova o nuevos lugares para escuchar viejas canciones. Hay una intención tácita de cerrar los recorridos, identificable a través de la equivalencia de los poemas, sin embargo, el final de la travesía no guarda optimismo, más bien resignación. 

La lectura de Nada supone entonces una travesía espacial sin protagonistas heroicos, es más bien un viaje a las profundidades de uno mismo, de los propios fantasmas y recuerdos que vamos descubriendo a medida exploramos la inmensidad espacial. La estación espacial MIR, la observación de las perseidas, el fracasado vuelo de Gagarin, todas estas claves configuran el primer plano espacial que prontamente en la lectura da lugar a la vivencia terrestre, como en el poema Constante de Hubble o la necesidad de medir las distancias que nos separan, porque, así como el vacío del espacio continua en su infinita expansión, la distancia que se genera entre dos seres que han dejado de amarse crece exponencialmente de la misma forma.

En Nada el hablante poético toma distancia para comprender su realidad desde la más absoluta contemplación, una contemplación que bien puede lograrse en el espacio, pues como versa la poeta china Lan Lan “Seguro hay una soledad más grande, por eso existe el cielo estrellado”. Y Felipe Caro, por lo leído, seguro conoce de cielos estrellados. 

Por Claudia Jara Bruzzone

Fotografía de Luigi Ghirri

Sobre:

Nada
Felipe Caro Pérez
2024
Ediciones UCT
Temuco