La tapa me interpeló. En la mesa de novedades me sorprendió una vista de Sídney, mi ciudad natal. Es una imagen de su famosa Bahía; al oeste se ven la Opera House y el Harbour Bridge, dos íconos de la urbe y de todo el país. Las flores del jacarandá –ese árbol que imprime el mismo lila a las primaveras de Sídney y Buenos Aires– le sirven de marco. La autora Victoria Blaquier, argentina, vivió por un tiempo en Australia, y de esa experiencia salió un libro. Me emocioné: aunque mucha gente del Cono Sur se ha instalado en Australia, nunca había leído la perspectiva de una argentina sobre mi país. Por lo general los argentinos tienen una imagen difusa de Australia, como un apéndice del primer mundo o una playa asediada por bichos. ¿Qué impresiones habría llevado Blaquier del lugar?

Entre los jacarandás, una pareja joven admira la vista; la chica apoya la cabeza en el hombro del novio. El título –Una Lady en Sídney– se escribe en letras violetas sobre un cielo rosa. El diseño promete lo que en inglés se denomina chick lit: novelas destinadas a un público femenino que nunca salen de cierta seguridad de colores pasteles. El libro es la segunda entrega en una serie sobre las aventuras de la Lady; Blaquier escribió la anterior, Una Lady en Patagonia, en inglés. En un perfil en la revista Noticias dice que «mi sueño era publicarla en Londres o en Nueva York»; ese proyecto no prosperó y después, a instancias de su editorial en Argentina, Blaquier tradujo la novela al castellano. Esto no es un dato menor: la autora concibió la serie inicialmente para un público anglosajón, y su protagonista comparte –o quiere compartir– los horizontes privilegiados de ese mundo.

A mí me gusta la novela rosa: el cumplimiento puntual de sus expectativas, sus desencuentros y besos como un reloj. Con su belleza natural y su toque de exotismo, Australia a menudo le sirve de ambientación. En 2022 se estrenó en Netflix Un maridaje perfecto, una comedia romántica sobre una estadounidense cheta, importadora de vinos, que acepta trabajar en una estancia australiana para ganar la confianza de sus dueños. La película reciente Con todos menos contigo usa Sídney como escenario de su versión moderna de Mucho ruido y pocas nueces de Shakespeare, protagonizada por Sydney Sweeney y Glen Powell. El título del nuevo libro de Blaquier promete algo similar. Lady es el apodo que sus compañeros de colegio le pusieron a la autora; es también el nombre de su protagonista. La palabra –en inglés, una señora de cierta distinción– da una nota tilinga al proyecto. Blaquier iba al colegio San Andrés en Buenos Aires, uno de las escuelas más exclusivas de toda Argentina; que Victoria se destacara por su fineza allí da una idea de su personalidad. Quizás, yo pensaba, Australia le permitía por fin tener los pies sobre la tierra.

El libro tiene una relación un poco confusa con el género. En el prefacio Blaquier lo describe como una «novela», pero a la vez cuenta sus dificultades para recordar los hechos de su vida unos quince años atrás. La protagonista comparte su apodo y en su Instagram Blaquier mezcla libremente sus propias vivencias con los eventos del libro. De ficción tiene poco, al parecer: estamos frente a unas memorias. Se limita a lo que realmente pasó. Probablemente el libro sería más entretenido si ella estuviera dispuesta a inventar. El triángulo amoroso es prácticamente un requisito de la novela rosa: la trama pide a gritos a un pretendiente australiano para dramatizar la relación de Lady con el país desconocido. Sin embargo, Blaquier se resiste a los clichés del género. No queda claro entonces por qué lo define como una novela: quizás tenga más que ver con el marketing que con la narración. Tiene una intención didáctica también: escribe, «Aspiro a que esta historia te lleve a viajar tanto exterior como interiormente y puedas reconocer tu propio valor y tu magia para transformar tu vida en lo que te gustaría que sea». El libro es –o quiere ser– un texto de autoayuda. Blaquier pretende ser un modelo a seguir, un «puntapié». Quizás valga la pena, entonces, detenerse en la identidad de la autora.

El apellido Blaquier será conocido por muchos argentinos. La revista ¡Hola! dedicó una extensa nota a la presentación de Una Lady en Sídney, acompañada por fotos de la autora y sus parientes. Introduce a Victoria como la «nieta de Pedro Carlos Blaquier (hermano de Carlos Pedro Blaquier, quien fuera uno de los empresarios más reconocidos de Argentina por haber fundado un conglomerado de negocios tras haber hecho del ingenio Ledesma un imperio)…». Su mamá Felisa es de los Larivière, los dueños de la estancia La Primavera –Felipe, el abuelo de Victoria, vendió su mitad a Ted Turner y Jane Fonda en 1996– y la editorial Ediciones Larivière. «Transformar tu vida en lo que te gustaría que sea» es bastante más fácil si uno cuenta con el respaldo de semejantes fortunas. El viaje de autodescubrimiento es un lujo que Blaquier puede permitirse. Los lemas de la psicología pop –«Me animo a ser quien soy»– son un bien cultural igual a su formación en el colegio San Andrés. Algo que admiro sobre el libro es que el tema económico no se quede afuera. La protagonista no es del todo consciente de su privilegio, pero lejos de su casa ella piensa mucho en la plata: quién la tiene, cómo conseguirla. En Australia, por primera vez en su vida, Lady se ve obligada a trabajar.

La historia comienza en Buenos Aires y el primer capítulo está lleno de detalles que delatan su privilegio: la niñera que la sigue cuidando a los veintiún años; el vestido comprado en Londres; la boda de su prima en el campo, presenciada por todo el pueblo. Sin embargo, una sola frase lo resume: «Desde diciembre no hacía nada porque, recién recibida y con planes de mudarme a Sídney, no iba a buscar trabajo en Buenos Aires». ¿Para qué trabajar? Australia no le interesa demasiado como destino: viaja para reunirse con Alain, su novio belga, que va a estudiar en la Universidad de Sídney. Lady caracteriza esa relación como una forma «rebuscada de matar mis horas libres». Ella se queda fuera del programa Work & Travel que le permitiría trabajar en Australia; decide viajar con una visa de turista. Piensa quedarse por dos años aunque la visa sólo le dé tres meses: se las ingeniará allí. Improvisa todo con la despreocupación de los ricos, que saben que las reglas no aplican a ellos, que la fortuna familiar los rescatará de cualquier contratiempo.

El libro no ofrece un retrato muy detallado de Australia. Al principio me decepcionó la falta de curiosidad de la Lady sobre mi país. Aparte de un viaje en campervan a la Gran Barrera de Coral, ella apenas sale del microcentro de Sídney, una zona poco concurrida por los habitantes de la ciudad. Conoce a pocos australianos. Tira unos datos sobre la autora Robyn Davidson, el pueblo hippie Nimbin –el San Marcos de las Sierras australiano– y la película Crocodile Dundee, pero la cultura e historia del país tampoco le interpelan. «Es fascinante estar en un país donde las reglas se cumplen» es la suma de su análisis cultural. ¿Por qué ir tan lejos si no le interesa el destino?

Sin embargo, el retrato que Blaquier hace de sí misma como viajera joven es bastante verosímil. En Australia es costumbre que los pibes burgueses tomen un gap year después de terminar el secundario, un viaje de egresados más ambicioso que el de sus pares argentinos a Bariloche. Vagan por todo el mundo, la mitad de las veces en pedo; se juntan en las playas de Tailandia o el Oktoberfest de Munich, financiando el viaje con trabajo como meseros o niñeras. El destino es mero trasfondo; lo que importa es salir al mundo. En eso se ve la mayor prosperidad de Australia comparada con Argentina. El viaje que la Lady –hija de la oligarquía argentina– presenta como una gran aventura es rito de paso entre la clase media de mi país.

La Lady siente esa desventaja; incluso llega a describirse como «tercermundista». Por ser europeo el novio, le parece a Lady, recibe otro trato. Como estudiante universitario su presencia en Australia está legalizada; Lady, en cambio, pronto se da cuenta de las dificultades que implica ser una inmigrante ilegal. No puede firmar ningún contrato; los únicos empleos abiertos a ella son en negro. Ella no nos explica bien su posición económica, sólo que llegó a Australia con unos «ahorros» –que como buena argentina guarda en «un sobre debajo del colchón»– que se van acabando. Dado que nunca trabajó en su vida ese dinero es presuntamente el regalo de su familia; sin embargo, su ansiedad sobre el tema sugiere que ellos no piensan mandarle más. Alain se hace cargo de todo. En Sídney viven de manera muy poco tercermundista, en un edificio en pleno centro con «pileta y jacuzzi en el último piso». Al principio Lady dice que «nunca me interesó ocuparme de nada», pero su dependencia del novio le molesta cada vez más: «de su visa, de su máster, de que él bancase todos los gastos del departamento, de su van, de sus tiempos y sus antojos». Si quiere ser autónoma necesita contar con plata propia. Y para tener esa plata tendrá que trabajar.

Agarra una serie de trabajos en restaurantes y cafés. Blaquier dedica casi la mitad del libro a esas experiencias: se nota un cambio en su tono, la Lady realmente se engancha con los detalles de sus turnos y las relaciones con sus compañeros. Son casi todos inmigrantes como ella, bancándose la incertidumbre del mercado negro. Un empleador le dice que «después de unos meses iba a tener que irme antes de que les cayera una inspección»; otro «nos pagaban por debajo del salario mínimo sabiendo que ninguno tenía visa, así que no podíamos quejarnos». Ella es siempre consciente de cierta irrealidad, de «hacer el papel de sudamericana»: «como si fuese parte de una película que estaba filmando en la que en cualquier momento el director gritaría “¡corte!” y mi vida real iba a comenzar». Como la novia de Jarvis Cocker en el tema “Common People”, la Lady nunca entenderá la suerte de la gente común precisamente porque tiene la posibilidad de irse cuando deje de disfrutar su nueva vida humilde. Se cansa de Sídney –la relación con Alain tampoco le cierra– y decide pegar la vuelta a Buenos Aires.

El proyecto de Blaquier en Una Lady en Sídney, entonces, no tiene mucho que ver con el lugar en sí. Australia no le interesa demasiado: es el trasfondo de su desamor con el belga y el país que «me vio nacer como moza». Sin embargo, me parece interesante el retrato –no del todo intencionado– de su clase y las anteojeras que le pone su riqueza. Para ella el trabajo no es una necesidad sino una parada en su viaje de autodescubrimiento. Su suerte le ciega. En inglés se usa la frase champagne problems para referirse a los problemas de los ricos: si eso es lo peor que te pasa, insinúa, sos un afortunado. Da título a un tema de Taylor Swift que cuenta, como Una Lady en Sídney, la historia de un compromiso fallido. El uso reiterado que la narradora hace de la frase –se repite a lo largo de la canción– refleja su conciencia del propio privilegio. La Lady, en cambio, no parece comprender su lugar en el mundo. Blaquier cierra el libro en modo life coach. «Todos tenemos la capacidad de transmutar», escribe. «No esperes más y transformá tu historia usando tu magia». Todos disponemos de magia; pocos de la fortuna de los Blaquier y Larivière.

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Casi al mismo tiempo que Una Lady en Sídney –y de la misma editorial, Penguin Random House– salió la nueva edición de otro libro que cuenta las experiencias de las mujeres Blaquier, esta vez desde el periodismo. En la «biografía no autorizada» Las Blaquier, la autora Soledad Ferrari nunca pierde de vista el privilegio de sus sujetos. Seguramente esto tenga que ver con su trayectoria como periodista: Ferrari fue redactora de la revista Gente, que se dedica a exponer la intimidad de los ricos y famosos, y autora, con Gonzalo Álvarez Guerrero, de una biografía de Máxima Zorreguieta. Practica un periodismo rosa consagrado a los champagne problems. Sin embargo, su enfoque en Las Blaquier en las mujeres de una familia oligárquica abre muchas posibilidades. Por un lado es un gesto feminista que reconoce su participación en esa historia. Al mismo tiempo le permite a Ferrari preguntar hasta qué punto disponen del poder de aquella familia y hasta qué punto son cómplices en su abuso. A propósito, el apellido Blaquier se parece de manera sugerente al verbo blanquear. Muchas veces el papel de las mujeres oligarcas es precisamente eso: ostentan la formas visibles de la civilización, de ese modo prestando elegancia y respetabilidad a la fuerza bruta de la plata. Naturalizan ese poder por medio de convertirlo en un bien aparentemente común: la ostentación se convierte en una virtud, la prueba del desarrollo del país. Iguales a la Alianza Francesa, manejan el poder suave de la cultura.

Dos matriarcas dominan el relato que hace Ferrari. Vienen de dos ramas distintas de la familia Blaquier y sus vidas esbozan las trayectorias clásicas de la aristocracia argentina: el ascenso rápido y la decadencia gradual. Ninguna de ellas nació una Blaquier. Magdalena Nelson Hunter fue la hija del dueño de una farmacia en la calle Florida de Buenos Aires; se casó con Juan Silvestre Blaquier de Elizalde, heredero del campo La Concepción. María Elena Arrieta, la única heredera del ingenio Ledesma en Jujuy, eligió a su marido Carlos Pedro Blaquier en parte porque el abogado le pareció un buen candidato para gestionar su patrimonio. Como escribe Ferrari, «Tanto en la rama Blaquier Nelson como en la Blaquier Arrieta existe un poderoso matriarcado, en el que la figura del hombre no es menor porque asegura la posibilidad de la maternidad y un buen apellido que proveerá fortuna y contactos».

De personalidades diversas –Malena permisiva y extrovertida, Nelly conservadora y «complicada»– las dos mujeres dominan la narrativa gracias a la fuerza de su respectivo carácter. Malena se ve obligada a mandar sola después de la muerte de su marido Silvestre en un accidente aéreo. Preside el decaimiento inexorable de la fortuna familiar. Los Blaquier Nelson venden por partes el terreno de La Concepción –en un momento el símbolo de su prestigio y unión– hasta llegar al punto de alquiler el casco a turistas y equipos de filmación. De chica el padre de Nelly le enseñó el funcionamiento del ingenio Ledesma «para pasarle la posta de la empresa»; como mujer casada se encuentra al margen de su éxito y de su propio matrimonio. Mientras Carlos Pedro Blaquier cobra cada vez más protagonismo en el negocio y elige a su secretaria Cristina Khallouf como su flamante pareja, Nelly dedica sus energías al Museo de Bellas Artes en Buenos Aires. Personajes fascinantes las dos.

Ferrari se muestra más cómoda con los Blaquier Nelson: Malena y sus descendientes son, por cierto, figuras ya conocidas por los lectores de Gente. La tapa del libro promete una lectura picante: los labios de una mujer cierran sobre un terrón de azúcar como si fuese una droga. En los capítulos sobre los Blaquier Nelson, la autora cumple. Cuenta el paso de Dolores Blaquier Nelson por la cárcel de Ezeiza; el matrimonio de Delfina Blaquier con Ignacio Figueras y su vida glamorosa en Estados Unidos; el escándalo de la participación de Ginette Reynal en programas televisivos como Café Fashion. Los Arrieta Blaquier le presentan otros desafíos a nivel narrativo y ético. Por un lado, Carlos Pedro se impone como protagonista, de modo que Las Blaquier deja de ser la historia de las mujeres de la familia y se vuelve una más de un empresario varón. Me preguntaba con frecuencia si Nelly –una mujer de una voluntad de hierro y una obvia capacidad de organización– estaba resentida con su papel secundario en la empresa familiar, con la necesidad de ceder el mando a Carlos Pedro. Desafortunadamente, el libro a menudo la deja a un lado como hizo su marido, un personaje secundario en su propia vida.

El tema ético es incluso más complejo. El libro tiene forma de alfajor. De sus 400 páginas, Ferrari dedica las primeras cien a la participación de Carlos Pedro en la Escuela de Yoga de Buenos Aires, una secta investigada por la trata de personas, entre otros delitos. Las últimas cien albergan una denuncia sobre las condiciones sociales y medioambientales en el ingenio Ledesma y sus alrededores. Acá Ferrari da su versión de la infame Noche del Apagón en 1976 y la posible colaboración de la empresa con la dictadura cívico militar. En las 200 páginas restantes –el relleno del alfajor– se encuentra el material sobre las mujeres de la familia Blaquier, el tema anunciado del libro. Esta estructura implica cambios drásticos de tono. Uno pasa de una investigación detallada – Ferrari nombra a sus fuentes y a menudo reproduce expedientes, declaraciones y otros documentos– a chisme, provisto a la autora por parientes y amigos de la familia anónimos; de delitos y abusos de poder a amoríos y divorcios. El modo atroz de mezclarse esas realidades es propio de la historia de los Arrieta Blaquier y probablemente de cualquier dinastía de su clase. Sin embargo, Ferrari no encuentra la manera de vincular esas realidades. Pareciera absolver a las Blaquier de las partes turbias de su historia familiar, porque no parecen tener nada que ver con ellas. Carlos Pedro y la empresa se vuelven los protagonistas, los malos de la trama.

Quizás algunas pistas sobre la postura de las mujeres se encuentren en una anécdota de la infancia de Nelly. Tiene ocho años y se pone «un vestido de gasa color manteca y los zapatos de charol que ella misma había elegido en el último viaje a París». Su padre le ha organizado la proyección de una película de Chaplin en el parque de su mansión en General Libertador San Martín. La verá sola: le está prohibido hacer amigos con los vecinos del pueblo, trabajadores en el ingenio que les permite a los Arrieta la casona, el vestido, los viajes a Europa. Los vecinos miran la película «de refilón» desde el patio; la escena hace pensar en la boda de la prima en Una Lady en Sídney casi un siglo después, presenciado por todo el pueblo. Herminio Arrieta quiere divertir a su hija; ella se aburre demasiado en el norte. Inspira cierta piedad esa figura solitaria: parte de su formación como chica rica es una rigurosa cuarentena social, para subrayar su posición y mantenerla a salvo de la contagiosa solidaridad. Antes de la película, Nelly sale al balcón de la casona para tirarle besos al público como si fuera una princesa, elevada pero sola. Las dos realidades existen literalmente en planos distintos. Tal vez las Blaquier manejen su choque así: relegan las realidades inoportunas, incómodas por momentos pero no tan difíciles de ignorar. Después de todo, los champagne problems les reclaman la atención. En 2011, al enterarse de la indagatoria a Carlos Pedro por su posible colaboración con los militares, Ferrari relata que Nelly responde: «¡Arreglá esto, Carlos Pedro! ¿O también querés cargar con mi muerte? ¡Este escándalo me va a llevar a la tumba!» No expresa repudio de los hechos; tampoco pide que su marido se los aclarare. Lamenta su irrupción en su comodidad de gran dama.

 

Por John Bell

Fotografía de Martin Parr

Sobre:

 

 

 

Las Blaquier
Soledad Ferrari
Ed. Sudamerica
2024
416 pp.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

y

 

 

Una Lady en Sídney
Victoria Blaquier
Ed. Suma de letras
2024
160 pp.