Este texto forma parte de los Discursos sobre terrorismo y represión de Franca Rame (1929-2013) y Dario Fo (1926-2016). Escrito en 1975, se presentó por primera vez el 27 de febrero de 1981 en el Teatro Cristallo de Milán. Los otros dos monólogos, Sucedió mañana. Historia de un suicidio imposible: la Moeller, y Una madre, fueron presentados en 1978 y 1980 respectivamente.  Estos monólogos antecedieron a Toda casa, lecho e iglesia, de 1977. 

Yo, Ulrike, grito…

En el escenario vacío, una mujer.

 

Nombre: Ulrike.

Apellido: Meinhof.

Edad: Cuarenta y un años.

Sí, soy casada.

Sí, dos hijos, nacidos por cesárea.

Sí, separada del marido.

¿Profesión? Periodista.

Nacionalidad: alemana.

Hace cuatro años que estoy presa, en una cárcel moderna de un Estado moderno.

¿Cargo? Atentado contra la propiedad privada, contra las leyes que defienden esa propiedad y al consiguiente derecho de los propietarios a aumentar con desmesura su propiedad sobre todo.

¡Todo!

Todo: incluido nuestro cerebro, nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestros gestos, nuestros sentimientos, nuestro trabajo y nuestro amor. Toda nuestra vida, en definitiva. 

Por esto han decidido eliminarme, guardianes del Estado de Derecho. 

Vuestra ley es realmente igual para todos, menos para quienes no están de acuerdo con vuestras leyes sagradas.

Han elevado al grado máximo la emancipación de la mujer; de hecho, siendo mujer, me castigan como a un hombre. 

Gracias.

Me han premiado con la prisión más dura: ascética, gélida, como una morgue. Me enviaron a la más criminal de las torturas: «a la privación de los sentidos».

Qué expresión más elegante para decir que me han enterrado en un sepulcro de silencio. 

Silencio y blanquitud. 

Blanca la celda, blancas las paredes, blancos los accesorios, blanca es la pintura de la puerta, la mesa, la silla, la cama, por no hablar del inodoro. 

Blanca es la luz de neón, siempre encendida: día y noche. 

¿Pero cuándo es de día, cuándo de noche?

¿Cómo puedo saberlo?

A través de la ventana pasa siempre la misma luz blanca, natural pero finita, como finitas son la ventana y el tiempo que me han negado, pintándomelo de blanco. 

Silencio. 

Desde afuera, ningún sonido, ningún ruido, ninguna voz… no se sienten pasos desde el corredor, ni puertas que se abran o cierren… ¡Nada!

Todo, silencio y blanquitud. 

Silencio en mi cerebro, blanco como el techo.

Blanca mi voz que intenta hablar. 

Blanca la saliva que se coagula en los rincones de mi boca. 

Silencio y blanquitud en mis ojos, en mi estómago, en mi vientre que se hincha de vacío. 

Sensación eterna de vómito.

El cerebro se separa en cámara lenta de mi cráneo, vagando por la habitación.

Polvo suelto es todo mi cuerpo, como un detergente en la espantosa lavadora de Stammheim: lo reúno… lo devuelvo junto… me recompongo…

Debo resistir.

No conseguirán enloquecerme.

¡Debo pensar! ¡Pensar!

Aquí, sí, pienso… pienso en vosotros, vosotros que me han sometido a esta tortura: los veo ahí, plantados con la nariz aplastada contra el cristal de este gran acuario donde me han puesto a flotar…me observan interesados… expectantes… me diseccionan… temen que sepa resistir… temen que otros como yo, y también los trabajadores, sí, vuestros trabajadores garantizados y robotizados, se despierten de golpe y vengan a destruir el bello mundo que han inventado solo para vuestra ventaja.

Qué grotesco, a mí me quitan todo color y afuera vuestro mundo húmedo y gris lo han repintado con colores brillantes, porque nadie se da cuenta y obligan a las personas a consumir todo en colores: a beber en colores, a comer en colores, y no importa si el colorante es venenoso y produce cáncer. 

Como payasos locos incluso tiñen a sus mujeres, pero a mí me fuerzan al blanco porque mi cerebro se rompe y estalla en serpentinas: las serpentinas de vuestro carnaval, de vuestro Luna Park del terror.

Fracaso, ruido en las calles, en las fábricas, ondas que se expanden incluso en la cama cuando hacen el amor.

Y me encerraron en el acuario sólo porque no acepto vuestra vida.

No, no quiero ser una de las mujeres empacadas con celofán, frustradas y explotadas y maternales, pero al mismo tiempo putas.

Un ligero susurro: la puerta se abre, es el guardia con la comida.

Me mira como si no existiera… tan transparente como yo. No dice una palabra, tiene «la orden» de no decir una palabra. Deja la bandeja y se va. Silencio otra vez.

Hamburguesas. Jugo. Verduras cocidas, una manzana.

Plato de papel, vaso de papel, sin cuchillo, sin tenedor, sólo una cucharada de plástico suave, como de goma.

No quieren que me arroje de cabeza para suicidarme. Depende de ellos decidir. Cuando llegue el momento, me darán «la orden» de suicidarme, y en el momento que no haya en esta celda barras en las ventanas para poder amarrar una sábana y una correa, me colgarán, me darán una mano… quizás más que una mano.

Un trabajo limpio.

Qué limpia es esta socialdemocracia, preparándose para matarme… todo en orden.

Nadie oirá mi llanto, ni un lamento… todo en silencio, con discreción, para no perturbar el sueño sereno de los ciudadanos felices de esta nación impecable… y ordenada.

Duerman, duerman gente asombrada y atónita de mi Alemania, y también ustedes de Europa, gente biempensante, durmientes serenos… ¡como muertos! Mi llanto no puede despertarlos… 

Los habitantes de un cementerio no se despiertan.

Los únicos a los que les crecerá el odio y la ira, lo sé, serán a los que ya están haciendo sudar y agrietando en la sala de máquinas de su enorme barco: turcos, españoles, italianos, griegos, árabes y putos, que están siendo expulsados de toda Europa, y las mujeres, todas las mujeres que entendieron su condición subordinada, humillados y explotados también entenderán por qué estoy aquí y por qué este Estado decidió aniquilarme… como una bruja en la época de las cacerías. Y se convencerán a sí mismos, o ya lo saben, de que hoy también para el poder es siempre temporada de «caza de brujas». Y las brujas tienen que estar en los márgenes, las máquinas, las prensas, encadenadas, el ruido, los golpes, el chillido… plaff… tritritri… vlam… ¡Hahaha! Tritritri, vhoom, voohm, ¡Prensa! Fluttss… ¡El mazo! ¡Blamm! El taladro: trrtrrtrrtrr… El motor popopo… La caldera ploch ploch ploch… 

¡Qué hermoso es el ruido, el estruendo, el golpe! Ah, vosotros los amos lo inventaron para su propio beneficio… y yo lo aprovecho! ¡Basta de silencio! Yo misma haré ruido. Prensa: flutts… El mazo: blamm, blamm…. El taladro: trrtrrtrrtrr… Calderas: Ploch ploch ploch… ¡Gas! ¡Sale el gas! Produce tos: ¡achrf, achrf achrf!

La cadena: andar, ritmo, ir con los tiempos: ritmo, plaf, pochh sblam bengh tramp pungh sgnaf strump tuh tub frr frr… ¡Basta! ¡Basta! Detengan los automóviles, ¡silencio!… Qué hermoso silencio, gracias carceleros que me dan este extraordinario placer de silencio… Absoluto…. Oh, cómo saboreo, cómo disfruto…. Escucha lo dulce que es, restaurador… ¡Estoy en el Paraíso!

Cárceles, jueces, políticos, me han jodido… Nunca serán capaces de enloquecerme, tendrán que matarme siendo cuerda… en perfecta salud mental y espiritual… y todo el mundo lo entenderá, sabrán con certeza que son asesinos, un gobierno, un Estado de asesinos.

Veo que ya intentan esconder mi cuerpo, le bloquean la puerta a mis abogados… No, Ulrike Meinhof no se puede ver… Sí, se ahorcó. No, no pueden asistir a la autopsia. Nadie. Sólo nuestros expertos estatales, que ya lo han decretado… Meinhof se ahorcó.

«Pero no hay signos de estrangulamiento en el cuello… no hay color cianótico en el cuello… ¡y además hay moretones por todo el cuerpo!

«¡Apártense, circulen sin mirar!» Prohibido tomar fotografías, prohibido solicitar acta de defunción, prohibido examinar mi cadáver. ¡Prohibido! ¡Prohibido pensar, imaginar, hablar, escribir, prohibido, todo prohibido! ¡Sí, todo prohibido!

Pero nunca nos podrán prohibir burlarnos de tu enorme imbecilidad, la clásica imbecilidad de los asesinos.

Pesada… es mi muerte, como una montaña. ¡Miles y miles y miles de brazos de mujeres levantarán esta enorme montaña y te harán colapsar, con una risa terrible!

 

 

Traducción por Angelo Narváez León