Le insiste el italiano Francesco a la señora Olivia, para que ella confeccione su traje de novio. Resiste la señora Olivia, en su sastrería dentro de una galería en Concepción, diciéndole que no lo va a hacer. Tendríamos que mirarle las manos para darnos cuenta de que está cansada, y de que quizás, el diseño con el que llegó Francesco es complicado de fabricar. “Hay que ser bien huevón pa buscar sastre aquí, teniendo en la Italia tanto diseñador…”*, le suelta irónica doña Olivia, sin ningún arrepentimiento y ganándose, de paso, las risas de una sala llena que, en noviembre del 2022, en los días de la Muestra Nacional de Dramaturgia, conoce por primera vez esta obra escrita por Felipe Zambrano, dirigida por Héctor Morales y que cuenta en el elenco con Diana Sanz y Guilherme Sepúlveda.

Pongámosle determinada o mañosa a la impronta de Francesco. Digámosle, además, tira y afloja a este primer encuentro en el que el italiano no se rinde, porque por alguna razón necesita que la señora Olivia confeccione su traje: “¡Concha mi madre el italiano este… / ¿Qué le pasó a su madre? / ¡No acepto su traje de novio! ¡No me dan las manos pa’ esa cuestión ni las ganas! ¡Mis dedos están atrofiados por tanto hilar!”. Así sigue el inicio de su conversación: Olivia sostiene la negativa y porfiado, Francesco desliza opciones: pide por favor, ofrece cortar tela con su motricidad fina de violinista; e incluso arriesga, temerario, un detalle que cambia el rumbo de la negociación: “Sé que necesita il dinero (…) / ¿Quién soy vo italiano?”. La señora termina por ceder, con condiciones, pero acepta el trabajo y la asistencia del extranjero. Él la respeta, es cordial como quien se sabe un intruso.

Me encariñé tempranamente con ambos, y me reí con el contraste de sus personalidades: ingenua la del italiano; desconfiada –¿y cómo no? luego de una vida de injusticias– la de la costurera. Cuando recuerdo El traje del novio, pienso en la distancia que existe entre ambas vidas, y en cómo tan delicadamente, el teatro la va atenuando sin dejar nunca de lado las diferencias: la edad, los oficios, los idiomas, el tercer mundo y el primero. No adelantaría qué hace el italiano en la sastrería, ni por qué viajó a Concepción, sino que apunto mis recuerdos ofreciendo dos detalles que acercan a los personajes.

La música es el oficio de Francesco. El texto indica al inicio que “en una radio antigua, suena El tercer movimiento de la Sonata opus 65 para chelo y piano de Chopin”. Yo lo confieso, no tengo idea de música, y diría que a la señora Olivia no le importa mucho lo que suene desde la radio. Sucede entre los ruidos del oficio: tijeras y lápices patinando sobre telas y moldes, que el italiano dice: “ese Chopin que estaba ascoltando, io puedo tocárselo también”. Ese detalle marca una distancia, porque parece que a Olivia le da lo mismo, aunque la música pasa a ser tema de conversación, y junto a Francesco, desde el público nos enteramos que después de ese Chopin suenan otras canciones, que se escuchan letras, ritmos populares, voces rasposas que quizás le cantan a la luna, como si el propósito de la música en la radio, banda sonora de las labores de Olivia, fuera el del relajo, o el de la analgesia para las manos tullidas.

También los aleja el idioma. Una amplia distancia entre nuestro español chileno y un castellano champurreado desde el italiano vuelve constante su desencuentro. Pero la jerga del rubro de la sastrería cubre las reflexiones del texto, las de Olivia, especialmente: “se me enredan los hilos del pensamiento”; pero logra contagiar también la lengua de Francesco: “¡Va bene! ¡Va bene!… A ver si al hilvanar il mio traje di novio… Hilvanamos también nostra relazione”. La conversación se tiñe de uno de los dos trabajos a los que se ha dedicado Olivia su vida entera –porque el otro ha sido la casa–, como si los dedos agarrotados participaran de ese diálogo incómodo y entrecortado, a través de un dialecto que les es propio.

Mientras avanza la obra, se confecciona el traje y el montaje imita en sus formas al oficio de doña Olivia. A medida que ambos personajes trabajan y conversan, pasan los días y de a poco se va cosiendo y cortando, repasando y juntando la obra. Y nosotros, lentamente junto a la señora Olivia, descubrimos por qué Francesco está en Concepción, por qué es tan importante el traje del novio, por qué es necesaria la intervención de Olivia. Lo anterior, mientras texto, dirección e interpretaciones arman un trabajo que entrega al público un retazo a la vez.

Es desde esos trozos deshilachados que se asoman las vidas de ambos. Vidas que llaman la atención a partir del primer momento en que la extraña llegada nos deja en alerta a los espectadores, y remueve el pasado de doña Olivia. Su pasado, uno que custodia vergüenzas y rabias y penas e injusticias, y que resuena con el consuelo que acarrea el dicho popular, ese que nos cuenta que siempre hay un roto para un descosido. Así mismo es como se encuentran ellos dos: rotos y descosidos, pero capaces de convidarse, de a poco, sus agrietadas vivencias que acaso el montaje alcanza a zurcir (no me atrevería a escribir reparar).

Por Emilio Mocarquer Olivares

* Las citas al texto las tomé prestadas de la versión de la obra disponible en la página del Ministerio de Cultura: https://muestranacional.cultura.gob.cl/el-traje-del-novio-2/

Sobre:

El Traje del novio

Ficha artística :

Dramaturgia Felipe Zambrano Miguieles

 Dirección Héctor Morales

Asistencia de dirección Matías Silva Elenco Diana Sanz y Guilherme Sepúlveda

Diseño integral Manuel Morgado

Vestuario Althia Cereceda Música Ángela Acuña

Producción general Alessandra Massardo