A pocos meses de su muerte, la fotógrafa estadounidense Diane Nemerov (Arbus) (1923-1971) crea esta imagen.

La cámara que la autora acababa de adoptar sólo algunos años antes al momento de ejecutar esta fotografía[1], reemplaza una visión anterior que ella misma tenía con respecto a esta, permitiendo que se hagan notables y que se tornen más fácilmente reconocibles cualidades como la centralidad, la audacia, la cercanía, y un acotado encuadre; sirviéndose de herramientas para dejar ver la aparente naturalidad que emana de las mujeres retratadas, las que participan enérgicamente y parecen poner tanto en juego en el resultado final de la fotografía, como lo hace la propia fotógrafa. De esta manera, se está frente a una composición imponente que deja registro de aquel encuentro exacto, de la reunión aparentemente cercana entre fotógrafa y fotografiadas que impide que el espectador se fije en otra cosa.Un retrato de cuerpo completo de dos señoritas alegremente acicaladas y cómodas frente a la cámara, las cuales parecen evocar una especie de confianza hacia quien las observa. Asimismo, al estrechar más la mirada, la textura arenosa en blanco y negro de la que está hecha toda la fotografía, nos hace guiños de una puesta en escena cruda, pero extrañamente íntima, otorgando una sensación de humildad y cercanía que es suscitada por el gesto las mujeres.

Este nuevo formato fotográfico, al expresarse en una simplificación formal de la imagen, ofrece un espacio simétrico y cuadrado que a través del ajuste singular del encuadre y de la casi inexistente profundidad de campo, ayuda a resaltar a dichos sujetos y, de paso, a esa notoria cercanía que ya se mencionó anteriormente, a ese halo de intimidad donde las mujeres se sitúan como fuertes cómplices de aquello que conduce a Diane Arbus a no mortificar ni generar una estética del horror o la monstruosidad, sino que hacer resaltar ante el mundo —mediante su mirada íntima e impertinentemente curiosa—, la presencia de una realidad encubierta, negada y ocultada por la mayoría de las personas que, paradójicamente, significa la realidad “totalmente pura”.

Esto puede dar cuenta de que Arbus ya no era la outsider de los primeros años fuera del ámbito de la moda, sino que se la podía reconocer como una insider privilegiada de lo que ella misma llamaba “antropología contemporánea”, inmersa en la compleja postmodernidad y en un ambiente artístico que navegaba a la deriva de la experimentación, focalizando un interés marcado hacia el objeto y el concepto, y hacia la masificación de los medios de comunicación y/o nuevas tecnologías —las que precisamente se observan aquí con el empleo de los 55 mm por ejemplo—, destacando de esta manera, la competencia que tuvo la plástica con la fotografía como registro y relato, pero por sobre todo, resaltando de ésta última su especial forma de narrar el mundo, siendo así elegida para ser espejo del mismo, como en esta imagen que grita realidad, demostrando que todo se conoce mediante la fotografía y que todo es sujeto de ser fijado en el tiempo para la posteridad.

En ese sentido, es necesario destacar que ese —estar de Diane Arbus— “fuera” del ámbito de la moda fue sólo en cierta medida, porque se pueden seguir intuyendo algunas características de ese mundo en la imagen. Esto último porque la autora cuando trabajaba en conjunto con su marido, era más bien la “asesora de imagen” de los retratados que la propia persona que disparaba (quien realmente capturaba las escenas era Allan Arbus), por ende, el acicalar a los personajes de moda que debían retratar, le otorgó al parecer a la judía-estadounidense la constancia de la meticulosidad y preocupación por los detalles; algo que sería fundamental para su posterior producción personal y en especial para esta imagen, ya que en estas operaciones de vestuario e indumentaria es justamente donde la fotografía adquiere tonos estéticos y desde donde se podría deducir que comienza a participar en la búsqueda de una especie de realismo fotográfico. Sin embargo, no se trataría del realismo de las meras cosas reales, sino de las cosas que se escapan de lo que la mayoría normalmente conocería como parte de lo puramente real, porque tal como Kant menciona en su filosofía, el ser humano puede conocer una porción de lo real, pero quizás nunca lo real en absoluto, lo puramente real en todo su estado.

En 1975, Susan Sontag en su texto Sobre la fotografía, da cuenta de que aquello que en la modernidad no era tolerado por ser aterrador, doloroso, vergonzoso, y quedaba excluido, en la postmodernidad es “dado a luz” mediante la imagen fotográfica[2]. Así, se anulan tabúes previos y se da una suerte de liberación de condicionamientos en la cual los límites temáticos se empujan y amplían en el ámbito artístico, permitiendo de esta manera entrever el contexto de la estética fotográfica postmoderna en el que la autora se insertaría. En esta línea, podría tratarse entonces de una búsqueda por parte de Arbus de ir más allá de la realidad aparente y buscar aquella que se revela en la sociedad como monstruosidad, diferencia o anomalía. Retratar estéticamente la verdad y lo real por medio de las personas que son ocultadas y que no se revelan comúnmente en la sociedad, pero que al igual que nosotros y nuestros defectos, están; y es que la fotógrafa vuelve a los sujetos retratables; su técnica fotográfica diseñadora y modista de ambientes reales empuja a estas personas a presentar su realidad pura y natural a la luz de la interpretación, mostrando finalmente una porción oculta de la realidad, dentro de la porción real que se percibe.

Varias son las problemáticas que se plantean en el campo artístico durante el período. El tema de la sexualidad, el género y la identidad son algunos de los temas que empiezan a analizarse desde distintas perspectivas, así como el impacto de los medios de comunicación, la banalización estética, entre otros. Arbus, en tanto, se dedicó a mirar y retratar al otro sin preconceptos, sin tabúes, y sin pautas morales estrictas. De este modo, desde un espacio de empoderamiento y con la cámara en mano, dispuesta y sin tapujos, entró en un mundo antes tapado y subsumido: el de lo marginal, pero no desde el sentimentalismo, no desde el “golpe bajo”, no desde el registro del mundo “freak” en el sentido de fotografiar con pena o vergüenza a sus sujetos, sino que entró —nuevamente parafraseando a Sontag—, desde la idea de que la humanidad no es una sola, desde la idea de que hay otro mundo más allá de aquello que se nos muestra cotidianamente y más allá también de lo que queremos ver o de lo que queremos que los demás vean de nosotros.

Al ver la imagen, uno puede advertir inmediatamente que trata sobre un tema disidente de la época y contexto de producción; todo aquello que anteriormente no se mostraba, mediante las fotos de Arbus nos es revelado. Motivo que pone de relieve a lo considerado “anormal”, a los marginalizados, a los personajes que viven en las periferias de las típicas representaciones fotográficas y, que tiene en esta ocasión como figuras a dos mujeres con Síndrome de Down en primer plano, vestidas con trajes especialmente llamativos para el sólido contraste que poseen con la escena de fondo.

Ambas están situadas al centro de la composición portando un voluminoso y bastante similar sombrero de género, con medias hasta antes de las rodillas y zapatos negros. La mujer de la derecha que pareciera mirar de frente a la cámara, a diferencia de la otra, porta lentes setenteros y una cartera en su antebrazo mientras entrelaza sus dos manos tomándose las muñecas. En su brazo izquierdo está agarrada suavemente su compañera, la cual sitúa su mirada desprevenida hacia el ángulo lateral izquierdo de la escena. En un segundo y último plano, se puede apreciar una sólida pared de ladrillos que va a juego con la solidez y concreción de la imagen que le otorga el nuevo formato fotográfico.

Al detener la mirada en el aspecto de cada mujer, y al tener en cuenta el uso preponderante del flash diurno[3] que las ilumina dura y directamente pareciendo buscar nitidez y realidad materializada, es fácil que salga a flote la pregunta de que si acaso son ellas las que llevan puesta su propia ropa (esa que ocupan de manera diaria), o de si fue justamente la fotógrafa quien intervino en sus modos de vestir habituales para así hacer notar la normalidad de las mujeres —(de)mostrando que tanto ellas como cualquiera de sus fotografiados eran parte de la realidad común—, y de hacerlas mayormente visibles dentro de aquella sociedad que hacía precisamente lo contrario; negarlas, volverlas invisibles, e irreales. Sin la presencia de sombras, podría entonces confirmarse que aquí se trata de exponer la normalidad no monstruosa de las mujeres enfermas; de sacar de la oscuridad lo que allí estaba, de hacer notar este tipo de realidad de manera cruda y presentar así la marginalidad desde una no-marginalidad, sin tapujos ni convenciones.

Ella afirma que “Odiaba la fotografía de moda porque la ropa no pertenecía a quien la llevaba puesta. Cuando la ropa es de quien se la pone, transporta los fallos y las características de la persona, y es maravillosa”[4]. Por lo tanto, si Arbus fue sólidamente fiel con lo que predicaba, se trataría entonces de la propia ropa de las fotografiadas y, por lo tanto, —teniendo en cuenta que en Estados Unidos es costumbre celebrar la llegada de la primavera con este tipo de trajes—, serían entonces sus propios disfraces los que estarían utilizando. De ese modo, la intención y el objetivo de la autora de querer hacer notar la realidad pura de la vida y de hacer visible —como parte de una misma sociedad— la completa normalidad que poseían dos individuas que padecían una enfermedad socialmente repudiada, residiría entonces no en las respuestas de las preguntas recientemente hechas, sino en las nuevas preguntas y cuestiones postmodernas que su obra plantea como ¿Qué elegimos ver? ¿A través de qué cristal vemos y juzgamos? ¿Qué es, en sí, la diferencia? ¿Qué parte de nuestra subjetividad depositamos sobre el otro? ¿Cómo nos vemos a nosotros mismos? ¿Existe la objetividad en la fotografía? ¿Qué relación se establece entre el fotógrafo y quien posa? Todas preguntas que no sólo son interesantes para que nos las hagamos a nosotros mismos, sino que, en el espectro amplificado de la realidad, hacen a la significación de la obra en sí misma y abren la mente a la interpretación.

Puede intuirse que las mismas retratadas se enfrentan momentáneamente con su propia singularidad, es decir, se convierten en cómplices de sus propios retratos y, de este modo, nos desafían a hacer lo mismo. Es así entonces como la realidad se va superponiendo tanto en la imagen, como en sus mismos observadores, desafiando lo que aparentemente vemos, donde la indumentaria de cada una de las retratadas expresaría eso de manera implícita, o porque no, explícita, susurrándonos constantemente que no estamos acostumbrados a ver a ese tipo de personas con esa vestimenta tan poco usual en ellas, pero que sin embargo, parecen estar presentándose de manera tan natural, particular y asombrosamente cómodas disfrutando del encuentro, celebrando con sus atractivos atuendos y ligándose a ellos simbólicamente mediante el tono festivo de los mismos, que logramos apreciar el don que poseía la fotógrafa de poder establecer cierto vínculo con el retratado, vínculo que la autorizaba a mostrarlo en su más pura condición humana.

De alguna manera, su experiencia como judía, niña de familia adinerada, y fotógrafa de moda la hacían sentirse identificada con la peculiaridad, con la falla, con la diferencia, que producía una especie de “reconocimiento” en el acto fotográfico. Dicho reconocimiento es posible en términos de proyección de subjetividad, teniendo en cuenta que la fotografía, así como el arte en general, se maneja dentro de ese ámbito, el subjetivo. Asimismo, las mujeres y sus trajes supondrían una bisagra que conecta los dos mundos de la autora, abriendo la experiencia de la cercanía aún más, ya que nos muestra una reapropiación de elementos que disruptivamente pasan del primero hacia el segundo, volviéndose intencionalmente “impertinentes”.

Es el paso de la Arbus modista de imágenes y alejada de la gente, hacia la Arbus fotógrafa autónoma de su propia realidad y singularidad que posee una particular relación con los sujetos y su identidad, pero a través de su propio rechazo hacia la no-identidad e irrealidad, tanto de los mismos modelos que ella arreglaba y vestía con similares trajes que los que utilizan las fotografiadas aquí, como de su propia vida al sentirse marginalizada de lo “normal”.

Se vislumbra a través de una experiencia estética, la intención metafórica de la autora de querer darle luz a nuestra mirada para ver aquello que en la misma invocaba sin quererlo a la oscuridad, una iluminación no sólo hacia nuestra vista, ni hacia aquellos personajes marginalizados, sino también hacia su propia persona. Con respecto a esto, el objeto sería entonces las retratadas, y el concepto sería pretendidamente la contracara de lo que ellas aparentan, o mejor dicho, representan, dándole un giro al significante-significado donde ellas ya no serían más las mujeres con Síndrome de Down vestidas festivamente y celebrando la ocasión, sino un tipo de mujeres más dentro de los considerados “raros”, al igual que Arbus, y al igual que nosotros y nuestros mismos defectos que muchas veces no queremos ver o que no queremos que vean, pero que sin embargo están, y que con esta experiencia visual y estética somos capaces de reconocer al sentirnos interpelados.

De este modo, los disfraces parecieran aquí marcar un antes y un después dentro de la vida de Diane Arbus, un régimen de transformación de su mirada donde atañe a una especie de alegoría de la falsedad, donde los disfraces denotan la no identidad de la persona, pero reflejan y sacan a brillar la verdadera identidad de las retratadas, poniendo en tensión y contraste los “disfraces” que utilizaban las modelos que vestía Arbus, donde la ropa no les quedaba porque no era de ellas. En esta línea, ¿Qué cambia, si tanto las modelos del “primer mundo” de Arbus, como las freaks del segundo, se visten con trajes que no son de ellas? Posiblemente la actitud, ya que como se ha mencionado, las mujeres de la imagen sonríen y festejan con sus disfraces, utilizándolos y dejándole ver al espectador su comodidad, engañándolo como si esas fueran sus propias ropas, esas que justamente ocupan día a día aún sin hacerlo. Mientras que, las modelos por su lado, deben estar serias en todo momento y lucir disfraces de manera neutra, ya que lo importante es lucir el atuendo, anulando de esa manera su propia subjetividad, y por ende, su propia identidad, algo que deja en claro que la principal diferencia entre estos dos tipos de disfrazadas residiría en que las mujeres de esta fotografía serían algo así como representantes de la contracara de la moda, ya que aún al estar vestidas con ropas que no les pertenecen, expresan lo que ellas realmente son, lo que verdaderamente sienten, reflejando y reuniendo todas las dialécticas que la artista —al parecer— tenía ganas de expresar en un solo símbolo: no-identidad/identidad, lejanía/cercanía, objetividad/subjetividad, raro/común, y falsedad/naturalidad de la realidad en sí misma.

Arbus logra su cometido al encontrar coincidentemente —gracias a sus diferentes modos de ver en los dos mundos— la contraposición de la no identidad de la indumentaria de modas: una identidad que, a pesar de que se escabulle entre la ropa de las retratadas, logra salir a la vista gracias a la “anomalía” de estas últimas. Las imágenes en la Postmodernidad vienen a derribar la idea de objetividad pura, de extrañamiento con respecto al acontecimiento, sujeto, o lo que sea se encuentre delante del lente. Quienes vemos posando para Arbus se abren como un libro frente a ella, muchos miran directo a la cámara, no se ocultan: virtud de ella en conseguirlo, honestidad de ellos al hacerlo. Lo interesante es la sinceridad de la imagen.

Por tanto, utilizando vestimentas que supuestamente no les corresponden y que hablan por sí solas a través del lenguaje fotográfico que Arbus construye, las retratadas insinúan y sacan a la luz sentimientos que resultan interpelar la situación de sujetos en el mundo, y que generan que el espectador se sienta identificado con las mujeres, pero también con Arbus; produciendo emotivamente una especie de enfrentamiento con su propia singularidad a través de estas tres personajes, además de convertirse en cómplice de sí misma, con sus propias fallas y la presentación de estas últimas. Justamente a partir de la visión concreta de las dos mujeres y la “visión invisible” de la artista convertidas en testigos de su condición real y contingente que se traslada al espectador y entra en él mediante una especie de doble experiencia, mediante una presencia/ausencia de Diane Arbus[5].

Las operaciones de indumentaria involuntaria, técnica, temática, procedimiento y material que propone Arbus, van poco a poco construyendo una escena donde cada detalle aporta —en nuestro proceso de contemplación de la imagen— a eliminar la convención de que los sujetos con Síndrome de Down son incapaces de ser iguales o de utilizar las mismas cosas que alguien no enfermo. En efecto, Arbus afirma que “Hay algo de leyenda sobre los freaks. Como una persona en un cuento de hadas que te detiene y exige que le contestes una adivinanza. La mayoría de las personas van por la vida temiendo que van a tener una experiencia traumática. Los freaks nacieron con sus traumas. Ellos ya han pasado su prueba en la vida. Son aristócratas.“ [6].

Por consiguiente, mediante esta estrategia fotográfica, Arbus demuestra que ellas sí son capaces realmente, que ellas sí son parte de toda realidad que pueda considerarse “pura” y “verdadera”, que ellas sí son y siempre han sido parte de la sociedad al igual que cualquier mujer. Buscando al individuo común y corriente, lejos de la pose actuada, Diane Arbus se encuentra con la gente en su cotidianeidad, en sus hábitos, lejos de la idealización del “Sueño Americano”, cerca de una suerte de submundo oculto. Y esto impacta. Atemoriza y avergüenza, genera fascinación y curiosidad. A veces encanta. Es como si nos invitara a participar sin ser partícipes en sí, sin el requisito de poner el cuerpo en la situación y el contexto, pero obligándonos sí a comprometernos y aceptar eso que también existe.

Siendo simple, precisa y sin grandilocuencia, la artista a través de esta fotografía nos coloca entonces frente a frente en un encuentro con “el brillo” en las cosas ordinarias; la felicidad vivaz de dos mujeres celebrando, pero consideradas aparentemente “fuera/outsiders” de la sociedad, presentándose ellas mismas naturalmente como parte de la realidad, como parte de una comunidad, como parte de la sociedad que las quería ocultar negando sus capacidades. Así, la obra de Arbus apunta hacia una amplificación del panorama social mostrado por la fotografía moderna que, atravesado por la postmodernidad y sus cuestionamientos, nos hace reflexionar directamente acerca de aquello a lo que se tiende a no querer ver pero que también, en cierta medida, forma parte de cada uno: lo diferente.

Esto también podría interpretarse y entenderse con respecto a la infancia que tuvo Arbus donde ella misma dice que “No sabía que era judía cuando era una cría. ¡No sabía que era desafortunado serlo! Como me crié en una ciudad judía y en una familia judía, y como mi padre era un judío rico y yo iba a un colegio judío, adquirí un firme sentido de irrealidad.”[7]. Por lo tanto, la respuesta que debe haber hallado más a la mano al darse cuenta de esa permanente irrealidad en la que ella había vivido, fue mirar hacia el mundo de los marginados tan lejano al suyo; o quizás no tan lejano, tal vez ella misma se sentía una marginada más al ser judía y, a la vez, venir de una familia adinerada que no le dejaba paso para ojear lo que pasaba realmente en los demás lugares fuera del suyo, ni tampoco paso, por ejemplo, para ver lo que realmente ella era, dándose cuenta progresivamente de que entonces, tanto ella como sus retratadas, por muy diferentes que parecieran entre sí, eran parte de la misma supuesta validez social.

Por ende, su antídoto infalible fue buscar y buscar hasta encontrar la desnuda, rigurosa, y propia verdad, deseando reventar esa burbuja de irrealidad que la atosigaba desde pequeña para entrar de lleno en lo más profundo de su antónimo, entendiendo a sus retratadas como pares casi horizontales, como piezas de un mismo puzle, donde cada una es diferente de la otra, pero que de alguna u otra manera encajan con algunas en específico, siendo de todos modos cada una parte de un conjunto, de una sociedad, de un todo. De hecho, en su documentación fotográfica (en general) de manicomios, campos nudistas, “freaks”, deformes, y alta sociedad, deja entrever el mensaje de alienación, donde no hay apenas diferencias entre dementes y cuerdos, porque todos son parte de una misma sociedad absurda.

Así, la intención de Arbus de fotografiar lo auténtico y lo real, queda reflejada tanto en la indumentaria de las retratadas como en su gesto natural de la risa, donde en contraste con las reales modelos, serias, sin expresión, que tienden al ícono y anulan su subjetividad vestidas con trajes que no son de ellas, las mujeres aquí presentadas expresan totalmente lo contrario. Con sus bocas abiertas, su risa explícita, y esencialmente no modélicas, ellas son cómplices de sí mismas y de sus cuerpos que se expresan sin los condicionamientos de una fotografía de moda, con sus propios defectos, felices y atentas a lo que son, a lo que es, y a lo que hay: la propia y desnuda realidad.

[1] Cámara Wide-Angle Rolleiflex de objetivos gemelos (binocular). Visto en retrospectiva, es un cambio que se dio a partir del año 1962 y que pasa desde la espontaneidad que se conseguía con la cámara de 35mm antes de ese año, hacia la formalidad que le exigía la precisión de la nueva cámara de formato cuadrado de 2 ¼ pulgadas, la cual era más voluminosa y parecía casi inevitable.

[2] Susan Sontag, Sobre la fotografía, p. 65 – 66.

[3] En la última época de la vida de Diane Arbus (y en coincidencia con esta fotografía), utilizar el flash de relleno en plena luz natural se vuelve notoriamente fundamental en su trabajo, y se ve fielmente marcado en esta composición, privilegiando contrastes fuertes y permitiendo caracterizarla por un contenido dramático, crudo e íntimo.

[4] Diane Arbus citada por Andrea Aguilar. “Reportaje Rara Arbus” en El País, España, 2016.

[5] Presencia, en el sentido de que es ella quien tomó la fotografía, y ausencia porque, sin embargo, no aparece físicamente. No obstante, sería una presencia-ausencia porque, aún sin estarlo, se hace presente tanto con su contexto como con su biografía, con las mismas retratadas en su noción de soterradas.

[6] Nota en su libreta [The Notebook] alojada en Archivo Diane Arbus, sin pág.

[7] Ídem.

Por María Ignacia Loyola Letelier

Foto:

Diane Arbus, Untitled (I), 1970-1971 (gelatin silver print, 36.8×36,8cm. Diane Arbus Foundation.