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Raúl

Sigue tú

Sigue tú

Raúl

Raúl, Raúl

Hipócritas hermanos mirones inalterables, ventosas del accidente público, vencidos, ojitos de peluche sospechosos testigos… rubios del arte. Con agujeros oscuros les digo. Si yo le digo a esa mujer que ustedes dos conocen, la que ha vivido siempre en el pasaje 411, la de la casita forrada en latas… y aplanadas a peñascazos por las pandillas del barrio, la que parió solita diecinueve críos, sorda y ciega chilena sin medicinas al día. Loca de los largos, sin cédula de identidad. Llena de amantes púberes enloquecidas por su gozo que tienta con quienes se… debajo de las pieles, con esos miembros pálidos, la que mató a Ramírez, el único hombre que se arrancó el corazón por ella, corazoncito de pollo, diminuto, pálido y… Sacado de un matadero clandestino. María, la que no tiene vejiga ni sueño, la pasa pa acá de la pasta dura y blanda en todas las poblaciones, desde la Estación Central a Mapocho y de ahí para arriba y para abajo. Amante loca de los rieles al rojo vivo, acunados sobre piedras tizadas.

María, esa, la mujer que todas las hembras escupen a la cara y que los machos zurcen. La que se para frente a los tribunales de justicia todos los días del año vendiendo agujas rotas, botones ciegos, bobinas sin hilo, tapadura de dientes, pedacitos de uña, papeles usados, cueros de perro, crestas secas, ombligos secos, boletos secos, boletos usados, maní rancio, fotocopias pornográficas, tapas de cuaderno, fotos de carnet, pasaportes, billeteras de segunda mano, hierbita para la cama, recortes de avisos, remedios vencidos, conchitas, calendarios de bolsillo, enchufes, corbatas, fósforos quemados, paquetitos de colillas, tapones de loza, trapitos menstruales, postizos rubio y consoladores de barro. Toda esa mercadería colgando de un trapo y ella parada sobre una estufa roja a parafina. María mientras se lame las muñecas con la lengua peluda de guarén colilarga murmura enojada, tragándose los dientes con un resto de saliva. La vida no es fácil, Ramírez. María, mientras les quita las monedas a sus crías de estos viejos calientes con dedos de goma, envaselinados, y los niños puñeteando costanera abajo hasta perderse entre los árboles. Queremos pan, dicen esos pajaritos con sus caras manchadas de pegotes. Fueron nueve por lado replican llorando. Quieren dormir. María dice que antes hay que rezar un rosario por lo menos. Primero hay que limpiar esta caverna de dos paredes y un pasillo. María, siempre insatisfecha, encuentra un sucio castigo para probar un nuevo recado fiscal. En el silencio con olor a estropajo de la noche, María con la estéreo metida entre las piernas, caliente y llora desconsolada por su vecina querida que la mató, el lacho. Esa tarde, ahí, come charquis a tirones, se mete cucharadas soperas de sal gruesa a la boca, mamando dos botellas de ron y una de agua bendita que le pidió a la Inés, la más vieja, la de la chasca amarilla.

María murmulla y lee diarios empapados en orina, lanza carcajadas por todo. Se ríe de los senadores de la República. Les tira un rosario contra la tele apagada. Maricones, traidores, ladrones, hocicos de nichos, falsificadores de pobres y ricos. Se ríe de los crímenes, se ríe de las ofertas, de los aviones. Dice que los rusos van a botar la catedral. Alega contra el Papa, dice que no hace nada, que ni siquiera está segura de que se acuerde de rezar y ya, que ya solo se frota las manos, que tiene los nervios malos con tanta huevada que le pide la gente, en esa casa sí que hay oro legal, ahí sí que hay oro, dice la yegua del carrusel de playa masticando cristales de sal y arena. El pan es malo, dice María. Los hombres son malos, dice María. El suicidio es malo, dice María. La cordillera de los Andes es mala, dice María, Los celos son endemoniados, dice María. La poesía es mala, dice María. Los ríos del sur son matorrales espinudos. Los circos pobres son malos. La orina rubia es mala, dice María. Los obreros huelen a ángeles y son malos. Los muertos son malos. Los valles soleados son malos. Los cartoneros son malos. La cueca me da rabia. La vagina es mala, dice María. Los libros están llenos de hormigas. Los consultorios son helados. Las maracas son malas. Los sueños no me dejan dormir. Las guaguas son lagartijas malas. Los árboles son malos, dice María.

Los puntajes son malos. Las del partido están locas. Las visitadoras huelen a desinfectante. Los hospedajes, las hospederías están mal pintadas, dice María. La mente es muy mala, por eso como poco, dice María. Las aguas son malas y rabiosas. Los testículos son malos, dice María. Los diarios secos son malos. Las esquinas con sol son malas. La noche es mala. Las sillas son malas. Las plazas del norte son malas. Los nichos son malos. Los maricas son malos. Las gallinas son malas, dice María.

María un poco cansada de hablar y de tirarse dos botellas más, una de aguardiente y otra de agua bendita al seco, respira y murmura: las crías están durmiendo, dice. Y yo aquí, como una esponja marina ahogada en una pieza negra, chupándome las penas, los dolores, los pecados, la mala suerte de este mundo y su mierda por los mentirosos, los especuladores, los traficantes de niños y laurel, por todos los que se las tuercen para tener el poder. Qué ministerio, qué ministerio, dice María. vomitando todo sobre una especie de mesa de tres patas de fierro soldado, aún calientes, y arrojando estrellas, con el habla entrecortada sigue. El viento se come los perros. El olor a cazuelas es malo. Los enfermos son malos. María vuelve a comer sal a manos llenas. El hígado crudo es malo. Las ruedas me dan pena. La iglesia es fea, los hombres son malos. Las gatas son malas. Los ataúdes vacíos son malos. Las estatuas de bronce son malas. Los cinturones de viejo son malos. Las rodillas de mi madrina son malas. Las máquinas soldadoras son malas. Los pelos son sucios. Los vasos grandes son malos. Los fierros redondos son malos. Los zumos son malos. Los juegos de azar son milagrosos. La carne trae mala suerte. Los pacos me traicionan en mi propia casa. Los clientes están enfermos de la cabeza. Las pesadillas son malas para las várices. Las cartas no hay que abrirlas. Los sahumerios son pelos quemados. Las venitas de mis niños están chuecas. Los pescados viven en las cunetas. Las coronas son caras. Los jueces son malos y violan a los niños. Los pájaros son todos de mentira. La espuma es mala. La luz es para las cárceles. Los enfermeros son altos. La tierra se come. La arena se traga las argollas de matrimonio. Las columnas se caen. La justicia es tuerta. Las monedas son falsas. Los viejos con los ojos brillantes son malos. Los árboles son malos. Los pensamientos son malos, las rosas son malas, la risa es mala, los cristales son malos, los ojos son malos, la voz es mala, las sillas son malas, los vecinos son malos, los pedazos son malos, los mocos son malos, las imágenes son malas, las monjas son malas, las arañas son peregrinas, los ruidos son malos, las sombras son sucias, las monedas son falsas, las nubes son anunciación del divino, las sábanas son cadáveres, los viajes son largos.

Las lágrimas son peligrosas. Las lámparas son malas. Las frazadas son hediondas. Los senderos son dolorosos. Los corderos son malos. Las luces son zorras. Los vestidos son maracos. Las paredes son malas. Los rincones son cochinos. Las cajas son cahuineras. El polvo trae veneno. Las cosas son basura. Las joyas son malditas. Los curas son maricones. Los jueces son malos. Los enfermos son malos. Los gritos son malos. La fuerza es mala. Los pescados son sucios. Son maldades. Las quebradas son nada. María es una gran rosa negra reventando la pieza, nadie se le acerca. María tiene el alma más tiznada que el hoyo de un traidor. Me levanto con la humedad del ripio en mi cuerpo, en mi dentadura siempre hay una noche larga si estoy malita, es que he quemado cuantas casas he podido. Me pierdo en los años, por mis hijos me levanto y ando calle atrás para verlos en las canchas abandonadas por los obreros amigos de Ramírez, camino para adelante. Calor de sol que no encuentro aquí, esta tierra con un cuello que no traga agua que se levanta al aire sin viento.

Las conchas son maldades. Un viento que una vez jugó con mis senos, con mis piernas y mis ojos, que se lo comían todo. Veo una inmensa faja de sal que me ciega. El Presidente, mi madre corren a abrazarme, a pedirme perdón. Un campo que se mete como una lengua en el cielo y se levanta a saludarme. Tiene forma de color. Se desvanece en otro cielo. Es mi jardín que sigue metiéndose a mi cabeza. Calle de cemento que camino vacía y blanda. Tengo una nueva alfombra de tierra y ahora veo los cables de esta calle donde colgué sin estrujar todas las cortinas de La Moneda. Huelo a quemado, a parrilla. Tengo miedo de salir a la calle y que un tanque negro te dé espacio contra una pared tierna. Yo no sé qué va a pasar, Ramírez siempre me decía que yo era la más linda de todas, y yo me reía porque me daba nervio mirarle las uñas.

Terremotos y grandes desgracias naturales caerán sobre un hoyo, tengo esto en el patio. No me importa nada. Supongo que mi sangre va a hervir en unas teteras brillantes de aluminio. Como el oro que había antes en La Moneda. Ya nadie cree en nadie. Me lo decía también Ramírez, y yo me reía frente a Dios, somos todos pobres, repetía Ramírez, mientras comíamos sus conchas de trabajo, y yo lo miraba y me aguantaba la risa. Ramírez, de Pollo, me espera en la esquina, perdido entre medio de sus amigotes grises como soldados vestidos para el trabajo, era un hombre bueno y nadie, nadie pudo recuperar ni sus piernas, ni su piernita, ni sus manitas, digo yo, porque está muerto. Si yo fuera evangélica no saldría más a la luz. Soy como una gran esponja donde se pegan los muertos, las sombras, todo lo que no tiene olor, se mete debajo de mi falda. Mis zapatos cada vez se me hacen más chicos y no saco nada con cuidarlos. Como a pie pelado se me pegan como hombres todos los bichos de la cruz, esta es mi vecina que murió de frío. María dice: this is the end, en perfecto inglés.

 

 

*Texto escrito y leído por Carlos Leppe en la performance que realizó en Galería Animal, en el marco de su exposición Fatiga de material, en Santiago de Chile, en 2001. Rescatado del catálogo de Carlos Leppe: El día más hermoso, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile. El título fue puesto a partir del texto por el editor. 

*Fotografía de Carlos Leppe en la performance El día que me quieras.