Noche de Reyes es una típica comedia shakesperiana que centra su comicidad en las equivocaciones, en el fracaso de las tentativas que los personajes principales ponen en juego para lograr sus objetivos amorosos, pero por sobre todo en lo absurdo que nos resulta –aunque también allí podamos identificarnos– el origen enigmático del enamoramiento como algo absoluto, intenso y repentino.
El elenco de la obra entra al escenario y se presentan algunos de los personajes. De manera graciosa se ridiculizan por la aspiración de su “importancia” en la historia que nos van a contar como algo medible por la acción, parlamento o apariciones que tendrán. Nos refieren una historia que de entrada parece algo confusa, uno de los personajes viene con un librito pequeño que lee para aclararnos la estructura de los actos, los actores son de diferentes edades y casi todos llevan sombreros de bufones unos clásicos de tres puntas y otros con formas particulares, la más llamativa la de un barco, elemento que da origen a esta comedia que es una tragedia: el extravío de dos hermanos gemelos en un naufragio.
La trama atraviesa el conflicto del amor no correspondido, insistir con quién no nos ve con ojos de amor mientras casi inevitablemente ese amor se instala cuando no lo queremos. Como espectadores deseamos su resolución, sobre todo porque intuimos o conocemos de antemano el desenlace. El deseo que todo se aclare, tanto para los personajes cómo para nosotros que en un comienzo podríamos también extraviarnos entre estos personajes que se disfrazan de otros, nos mantiene atentos y permite que se desarrollen una serie de escenas graciosas que nos entregan el placer de la experiencia de la comedia. Una comedia que cumple la función de poner allí de forma chistosa aquello que de otro modo sería doloroso.
Enamorarse con esa potencia de uno y no de otro nos hace reír porque reconocemos ese carácter aparentemente antojadizo de una elección cuyo fundamento se nos escapa. Shakespeare y este montaje nos permiten disfrutar de lo absurdo que resulta esa incomprensible manera: cómo “escogemos” de quién nos enamoramos.
A lo largo de la obra el enamoramiento aparece súbitamente, sin mucho sentido y porfiado, para luego cambiar de objeto de amor sin mayores dificultades. Este desplazamiento del amor de unos a otros toma cuerpo en los enamoramientos que se suceden a lo largo de la trama. Una mujer enamorada de otra mujer travestidas en hombre, un hombre encantado por el hombre a quién rescata al borde de la muerte después de un naufragio y un rey que oscila entre una masculinidad heterosexual y el despliegue de una identidad sexual más laxa. Los diálogos están atravesados por juegos de palabras y de pensamientos que logran hacernos reír, quizás avergonzar a ratos por lo ridículo que así parecen los discursos románticos grandilocuentes.
Las escenas se sostienen en el trabajo afiatado de los actores que generan una unidad entre los personajes principales que representan estas historias de amor y los secundarios, los bufones y la criada, que resultan no sólo entrañables sino que también marcan el tempo de la sucesión de escenas que sostiene la continuidad de la historia. Un conjunto de actores que por lo demás representan al doble de personajes con una rapidez notable para cambiar entre los registros de cada uno.
Lo chistoso aparece en todos los personajes y está en el juego de palabras, del sentido de estas, del error y la elección de una canción que se repite y que atraviesa más de una generación fielmente representada en el público, añadiendo esa cuota de actualidad al chiste que aumenta el efecto placentero de éste. La mezcla en las maneras y gestos usados al hablar que oscilan entre un español del siglo de oro y los “errores” del habla nacional contemporánea con sus dobles sentidos, permiten el rescate de aquello picaresco de lo español y del original shakespeariano en una verdadera adaptación para que tengamos la experiencia de lo chistoso sin el exceso de la chabacanería, pero tampoco con la distancia de una traducción que nos quede lejana y nos deje fuera de la escena.
El trabajo de dirección, de puesta en escena, la complementariedad de todas las actuaciones con la musicalidad que se despliega sobre todo en los cantos de los actores, el vestuario, van encadenando de manera clara y precisa el efecto de lo cómico que experimentamos y disfrutamos.
Freud tiene un tomo completo dedicado a recorrer la relación del chiste con lo inconsciente. Si bien en ese texto lo describe en detalle y explica sus formas, sus aspectos parecidos a los de la formación de los sueños, entre otras maneras de acercarnos y dar cuenta de su relevancia como operación psíquica y podríamos agregar que social, lo central parece ser dar cuenta de qué produce en nosotros y por qué nos alivia y lo apreciamos tanto
“…el chiste se sirve aquí de un medio de enlace que el pensar serio desestima y evita cuidadosamente.
Un segundo grupo de recursos técnicos del chiste -unificación, homofonía, acepción múltiple, modificación de giros familiares, alusión a citas- en todos los casos, uno redescubre algo consabido cuando en su lugar habría esperado algo nuevo. Este reencuentro de lo consabido es placentero”.
La experiencia de la comedia es altamente placentera, pero difícil de alcanzar. Noche de reyes lo logra plenamente.
Por Macarena Bertoni
Sobre:
Noche de reyes
Dirección: Rodrigo Pérez
Dramaturgia: William Shakespeare
Elenco: Jaime Leiva, Marcelo Lucero, Francisca Márquez, Roxana Naranjo, Francisco Ossa, Marco Rebolledo, Diana Sanz, Nicole Vial
Diseño integral: César Erazo
Diseño de iluminación: Ricardo Romero
Compositor musical: Guillermo Ugalde
Asistencia de dirección: Catalina Rozas
Producción: Teatro Nacional Chileno
Lugar: Teatro UC, Jorge Washington 26, Plaza Ñuñoa.
Temporada: 24 Jul al 16 Ago 2024.
Funciones: Miér a Sáb a las 19:30 hrs (Miércoles populares $7.800).