Jugaban como ratones. Llevaron todos los tatamis viejos que lograron encontrar al cobertizo de la casa abandonada y los colocaron uno por uno sobre las vigas hasta cubrir toda la superficie bajo el tejado. De este modo consiguieron armar algo así como un ático de entretecho. Era un lugar
Íbamos despacio. Había que deslizarse poco a poco y ordenadamente por el pasillo, como una hilera de vacas rumbo al matadero, pues el hecho era el mismo para todos: un viaje de ida. El ritmo, por lo lento y forzoso, terminaba por inundarme de una tremenda desazón. En un momento
Josep ya estaba harto de estar desempleado, de los currículums sin respuesta, de las entrevistas que no terminaban en nada. Era un muchachito de cara prometedora, de unos veintitantos, pero de sangre añeja y un mirar de reojo que a cualquiera incomodaba. Josep esperaba en el cuarto entre cuatro paredes
Decidido a esquivar el trabajo, Julio pidió que se le pague por adelantado e infló el precio hasta el límite del abuso. No sabía nada sobre el arte de la meditación, pero publicitar algo así desde la avioneta le parecía una boludez. Tal vez por la costumbre de volar siempre
“Así es como tiene que ser”, le dan a entender. Tiene que ser rechazada de los espacios y no puede desplazarse con libertad por una ciudad que también le pertenece. “Ser repudiada está en nuestra naturaleza”, así dicen, pero decide que no lo quiere. Las patas agrietadas y las garras
La frente empapada en sudor y las piernas ya temblorosas. El movimiento por el escenario, el canto amargo y los nervios que nunca abandonan, da igual la cantidad de shows que hayas hecho, siempre está ese cosquilleo en el estómago. La energía se estaba acabando y con razón, hora y
La reconstrucción del cuerpo para la autopsia final tardó casi el mismo tiempo en que nosotros, los hijos del padre, tardamos en planear la obra cúlmine. Cuando decimos tiempo (tempi, la velocidad del pulso musical, según nos había enseñado nuestra madre) pensamos en ese segundo puntual donde se alteran los
El aguaribay era guacho, como nosotros. Aunque éramos guachos de formas distintas. Nosotros éramos guachos chicos. Él era guacho porque nadie lo había plantado. En realidad, sí, el azar lo había puesto ahí, entre el cártel del pueblo de la estación y los silos de Cardetti. Pero el árbol había
Hasta el momento no ha habido una sola mañana en que no me haya despertado sobresaltada por los ladridos de los perros. No hablo de un simple ladrido: primero el portazo, luego un enorme perro subiendo torpemente por las escaleras de madera, clavando sus uñas en la curva del abismo,
El colectivo no viene. En un balcón, hay una mujer. Está de pie. Un rosario en el cuello. Bata, pantuflas. Parece que también espera. Le invento una vida. Se llama Rosa. El marido se fue de la casa cuando sus hijos eran chicos. Pero eso no es lo que la