Aunque se articulan como movimientos opositores a las hegemonías (patriarcales), los feminismos presentan sus propias limitaciones vinculadas al poder y sus monopolios. Por lo general, las teorías feministas más divulgadas corresponden a pensadoras del norte global —Europa y Estados Unidos— y, producto de ello, otros territorios tienden a ser leídos como meros “receptores” de conocimiento. Pero, en realidad, estos territorios marginalizados, como es el caso de Latinoamérica y el Caribe, también son espacios de producción de conocimiento de índole particular. El presente ensayo propone identificar tres características propias del feminismo latinoamericano, y a partir de ello busca definir un par de cuestiones relevantes a trabajar en el panorama actual.

En primer lugar, está la cuestión de las “olas” como mecanismo organizador de la historiografía feminista. Esta noción, prácticamente transversal a todas las regiones, propone una serie de etapas con problemáticas concretas, y permite entender la historia del feminismo de manera cronológica. No obstante, se constatan diferencias importantes en la organización en olas dentro de Europa (cuatro olas) y Estados Unidos (tres olas), y estos contrastes se vuelven especialmente evidentes al analizar otros territorios. Para Sonia Álvarez, el problema de las olas es que sugieren que cada etapa ya ha sido “superada”, como si la historia del feminismo fuese lineal. En su lugar, la autora plantea el feminismo como un campo de fuerzas en tensión y correlación, articulando así una visión más “barroca” del concepto. Citando a Clare Hemmings, la autora propone interrumpir las versiones prevalecientes de las narrativas que componen las historias feministas dominantes, para re-visualizar las trayectorias históricas. Así, la idea de “campo” replantea los parámetros del feminismo y permite salir del dilema del auge/decadencia del movimiento. Además, la propuesta de Álvarez favorece la comprensión de las especificidades del feminismo latinoamericano, en la medida que no depende de las limitaciones del modelo eurocéntrico. En relación a lo anterior, la autora plantea un vínculo entre la heterogeneidad de los feminismos y el concepto de ensamblaje, que para Colin MacFarlane apunta a “la dispersión y la transformación”. En resumidas cuentas, la idea de ensamblaje “representa una forma de subrayar las diferentes cosas que podrían ensamblarse […] para permitir cursos particulares de pensamiento o acción”. 

En segundo lugar, está la cuestión de la herida colonial. Para la autora María Lugones, la teoría decolonial ha pensado la opresión racial, pero no necesariamente la opresión de género. La autora enfatiza que “la lógica categorial dicotómica y jerárquica es central para el pensamiento capitalista y colonial moderno”, y por lo tanto propone pensar nuevas categorías. En concreto, estudiar la colonialidad implica ver la deshumanización de seres humanos, en una “comprensión esquizoide de la realidad que dicotomiza lo humano por naturaleza, lo humano de lo no humano […]”. Más aún, la autora constata que “el proceso de colonización inventó a los colonizados e intentó su plena reducción a seres primitivos, menos que humanos, poseídos satánicamente, infantiles, agresivamente sexuales, y en necesidad de transformación”. En este sentido, un conflicto importante a nivel semántico es que la “mujer colonizada” es en realidad una categoría vacía, porque en el fondo ninguna hembra colonizada sería realmente una mujer. Además, acota Lugones, la colonialidad del género “yace en la intersección de género/clase/raza como constructos centrales del sistema de poder del mundo capitalista”. Desde esta perspectiva, la colonialidad del género corresponde al análisis de la opresión de género racializada y capitalista; mientras que define al “feminismo descolonial” como la posibilidad de vencer la colonialidad del género. Por lo tanto, y de manera muy relevante, la tarea de la feminista descolonial debiese comenzar por constatar la diferencia colonial, “enfáticamente resistiendo su propio hábito epistemológico de borrarla”.

En tercer lugar, es interesante abordar el problema de la desigualdad económica a partir de la tensión existente entre las teorías liberales, que definen la ciudadanía como condición estrictamente formal, y las teorías republicanas [no confundir con el partido del mismo nombre], que la conciben como una condición material. A propósito de la noción de ciudadanía, cuyo conflicto fundamental es la brecha existente entre la igualdad cívico-política y la desigualdad socioeconómica, Ailynn Torres Santana pone en relevancia la noción de autonomía. En este sentido, la autora problematiza las relaciones de dependencia, en la medida que la autonomía solo es posible cuando los individuos no dependen de otros para vivir. De esta manera, el sentido de propiedad aparece como un principio de posibilidad hacia la autonomía. “La libertad aquí se califica como ‘no-dominación’: es libre quien no puede ser arbitrariamente interferido por otros porque cuenta con las bases materiales que aseguran su independencia, su autogobierno”. Torres Santana es crítica de las teorías liberales porque omiten la desposesión material que viven las mayorías sociales, incluyendo las mujeres y especialmente las mujeres racializadas. En consecuencia, estas teorías habilitan los monopolios de la propiedad. Por el contrario, las teorías republicanas demuestran que la ciudadanía cambia según las condiciones materiales, y por lo tanto defiende la intervención de las instituciones siempre que busquen garantizar los principios de autonomía, libertad y propiedad. Pero surge la siguiente interrogante: ¿de qué manera atiende el republicanismo las cuestiones de género y raza? Para Torres Santana, estas teorías necesitan sofisticarse, es decir, volverse decisivamente feministas y antirracistas. Ante este problema, surge la noción de multiculturalismo. Esta corriente pretende resolver las desigualdades mediante políticas de reconocimiento e identidad, aunque no necesariamente atiende las problemáticas económicas. Como resultado, estas políticas no generan cambios estructurales para las mayorías sociales, e instalan nuevas polaridades. Sin embargo, habría que acotar que, en realidad, no existe tal dicotomía entre republicanismo y multiculturalidad: la división sexual del trabajo siempre ha sido determinada por las condiciones materiales. 

En conclusión, las problemáticas atendidas por el feminismo se solapan con una multitud de cuestiones vinculadas al poder y la opresión en sus distintas dimensiones. En este sentido, la tendencia de estudiar las teorías feministas a partir del modelo occidental dominante genera importantes limitaciones en el análisis de las realidades específicas en otros territorios, como es el caso de Latinoamérica y el Caribe. En relación a ello, la estructura historiográfica de las “olas feministas”, el colonialismo del género, y la dimensión material de la desigualdad, son solo algunos de los problemas a considerar para comprender lo singular del feminismo latinoamericano. Más aún, quedaría mencionar algunos puntos a trabajar, y problematizar, para configurar un feminismo latinoamericano mejor consolidado para las especificidades de nuestro territorio. Por una parte, los colectivos feministas, en su heterogeneidad, enfrentan actualmente la necesidad de vincular su acción política a las luchas de otros grupos oprimidos, con el fin de conseguir transformaciones concretas y estructurales. En palabras de María Julia Bertomeu, existe una urgencia por crear una fraternidad feminista con proyección universal. Pero también existe otro obstáculo: las subjetividades feministas latinoamericanas aún viven un proceso de descubrimiento y posicionamiento identitario. En este sentido, el desarrollo y análisis de lo singular del feminismo latinoamericano continúa dependiendo de un trabajo constante, tanto individual como colectivo, y en ocasiones incluso separatista, hacia una redefinición de lo que significa ser mujer y disidencia en Latinoamérica, con toda la complejidad que eso implica.

 

Por Francisca Salas Vicencio