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Oigo zumbar la mosca que perdió un ala en el recipiente de la vela. Lo irremediable. Sería cosa de lanzarla por la ventana, hay ahí un ejército de hormigas, alacranes y arañas, que estarían felices de un banquete nocturno. Nada se pierde en la economía del suelo. Pero ese zumbido, esa lucha contra la invalidez del cuerpo, ¿no es un poco el presagio de la propia decadencia? Cuando ya no quedan fuerzas para escapar de las ondas del bosque.
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La araña hizo una red sujeta del estanque del wáter. De noche alumbré la red y había caído un coleóptero. La lucha era dura. Se atacaban y contratacaban como pareja celosa. Pero era territorio tejido y la araña sabía dónde pisar, aunque el escarabajo lucía unas temibles pinzas. Al salir del baño las estrellas brillaban nítidas, el viento movía la copa de los árboles y miles de batallas para seguir en la rueda.
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La gata maulló hasta abortar una placenta que parecía medusa.
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Perdió las alas por acercarse a una vela. Primero pasó volando por la flama, luego trepó hasta el borde y se quemó las antenas, saltó hacia atrás como un obrero accidentado en una torre de alta tensión. No enciendo la vela por piedad de las polillas dice la variación de un poema citado en Carahue es China. No tengo esa piedad y se lanzan mosquitos de toda índole. La polilla camina entre estas mismas palabras que dibuja el humano con el virus del fuego. La fascinación de ver arder un cabo de vela. Ya inválida se sigue lanzando a la llama. Pero la trama correcta exige salvar la polilla, capturarla al vuelo antes de que pase por la llama, tomarla cariñosamente de un ala y conducirla al bosque, buscarle un tronco amigable, un refugio de hojas. Sacar a todas las polillas y coleópteros, organizar una campaña solidaria vía plataformas online, con un fondo de ayuda al lepidóptero en hipnosis de fuego, una campaña con rostros para promover el autocuidado del escarabajo volante. Un amor incondicional por ciertas familias exóticas de chinitas extranjeras introducidas con fines apocalípticos.
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Las arañas tigre son enemigas naturales de las arañas de rincón, donde una se multiplica la otra se reduce, las de rincón son venenosas para el humano, de ahí que hay alianza entre humanos y tigre. Eso o Raid. Mejor alianza. Una o dos arañas tigre en algún sector de la pieza, bien, cuando se exceden se les busca otro lugar. Al abrir el mueble de las herramientas apareció una tigre madre con su bola de crías, cuidan durante días una bola blanca donde van incrustadas las crías, parece un dihueñe o una pelota de golf. Al poco tiempo que las crías salen, la araña madre se queda seca y las crías chicas buscan un lugar donde instalar tela. Me tocó capturarla en un frasco para buscarle otro lugar, corría rápido con su bola como un basquetbolista, movimientos de atleta, fintas perfectas. Me llama la atención el estado físico de los animales salvajes, pájaros, insectos, mamíferos están siempre a punto, una pata menos y es la muerte, el reciclaje, lo pensaba pues hay personas que arrastramos largos años una enfermedad que nos merma y seguimos existiendo, en el mundo salvaje no habría oportunidad. Pienso en el físico Hawking y sus teoremas sobre singularidades espacio temporales, una vez lo fui a ver a la Estación Mapocho cuando era estudiante de Física, lo mirábamos de la ventana de un edificio vecino tomando vino en caja con mis compañeros, salió al escenario en su silla de ruedas como si fuera una estrella de pop. Se mantuvo con vida largo tiempo mediante la robótica, escribía libros, recibió doce doctorados honoris causa, si hubiera sido araña tigre no podría haber construido una tela.
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Caminamos dos kilómetros hasta el almacén más cercano. Día de niebla. Vamos por el nuevo camino y los bosques detrás de mallas acma son espectros de fantasmas que se desdibujan según el espesor de la humedad. A medio camino hallamos un jilguero muerto en el suelo y a la misma altura un zorzal atrapado en una malla acma. Duele ver un animal muerto en ese gesto de zafarse, con las patas empujando, mordiendo la trampa. Formas de morir que no debieran ser. Lo industrial como cebo donde se muere y agoniza. Turbinas de avión que muelen aves migratorias, parques eólicos que decapitan cisnes, mezcladoras de cemento donde caen mariposas. De regreso, subiendo con las provisiones (huevos, tomates y un botellón), volvemos a pasar por el lugar del zorzal incrustado y la nube sigue fría, los troncos torcidos dentro de una jaula se balancean.
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Un perrito nos acompañó hasta Piedras Blancas. Supo el camino mejor que nosotros y resultó ser un contemplador al estilo Viajero sobre un mar de nubes. Raro era verlo subiendo la montaña, tomando agua de los agujeros de las rocas, rechazando con oprobio todo tipo de galletas y cediendo solo ante el encanto de un huevo duro, comido con lentitud de asceta. ¿Era perro entonces eso de mirar la lejanía? Con la vida social se recupera aquello propio de la especie: nosotros al comprar una caja de Gato Negro donde Toño, él al perseguir a toda carrera un gato blanco y ladrar erizado a dos grandes policiales furiosos. Así cada cual pierde a su manera al buen salvaje.
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Cuando apareció rasguñando la puerta no tenía nombre y no ha logrado tenerlo. Ñau, Añáu, Mañañau, fueron sus primeros motes onomatopéyicos, pero de pronto fue Saturno cuando su pelaje revuelto pinta las tormentas de ese planeta, incluso ha tenido el ridículo mote de Gatufrei Jeymarley, cuando dirige una mirada de emperatriz del pop. Ñaqui ñaqui cuando bosteza, o los más conocidos Gatiñau o Chimbomba. Cuando duerme dentro de una fuente se llama Bombona, pero si salta por el aire es Loki o Relámpaga y sus nombres anteriores se desintegran. Una vez la llamamos Gata, que se transformó en Cata en la consulta veterinaria, mientras su nombre de la tierra era Quila, con ese nombre caminaba por las varas de la parra equilibrándose epifánica contra el azul. Cuando pasa cerca de ella, mi amiga la llama kiti, kitiñau, kichi, lesa, degalona, emocha, guatona, según el nivel de cercanía. Su función es no tener nombre, de modo que es necesario descubrirla cada vez que se le quiere hablar. Lorenzo tiene dos años y le grita Amáu y juegan a perseguirse. Pero ayer, mientras jugaba dando vueltas en una silla de fierro, nos miró con cara de conejo de nieve, de conejo de nieve asesino de la realeza pomposa, con sus ojos que son un mar de negro y tan inocente como para comer un ser vivo a pedazos.
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Se poda lo que no se quiere, se le pone freno, se mutila, se saca la rama chueca, la rama podrida, la que creció mucho y no va a soportar el fruto. Se corta el chupón, su vara de latigazo, la rama que se va para otro lado. Esos restos se echan al fuego y la ceniza se ocupa de lejía. Se poda cuando la savia del árbol está baja, en invierno, en menguante, un poco antes de florecer, cuando va a sentir el vigor de la savia empujada por la primavera. Se poda para que la primavera escoja nuestros caminos. Se quita la rama para que la sombra se sostenga. Se poda para que se limpie el tronco, para no ensuciar el patio del vecino, para que no sean salvajes y ajenos a nuestra voluntad. Se poda para que puedan crecer cerca, para que la parra brote con más vigor. Se poda para causar heridas. Las cicatrices de la poda asustan al pájaro.
Por Felipe Moncada
Fotografía de Larry Sultan
Este texto forma parte del primer número de Oropel. El cual pueden comprar por transferencia o en efectivo tanto en Chile como en Argentina.