El nuevo estreno de la compañía Tryo Teatro Banda, por medio de su popular lenguaje juglaresco, nos relata la aventura de una de las más famosas expediciones de la historia -al menos occidental-, que desembocó en el fortuito descubrimiento del Estrecho de Magallanes. Mediante la dirección y dramaturgia de Francisco Sánchez, un total de cinco actores-músicos componen la tripulación que dará, una vez más, vida a la primera vuelta al mundo: ¡Afirme sua imaginação, marinheiros!

 

Lo más probable es que Magallanes jamás hubiese pensado en lo que realmente le esperaba de un viaje como el que se propuso, un 20 de septiembre de 1519, lleno de peligros y desventuras, donde el alma humana se ve expuesta tal como es. Sin embargo, el factor embrujador de la empresa bastaba para cometer cualquier locura: una ruta alternativa a las Islas de las Especias. Tanto canela, pimienta y clavos de olor era la recompensa; condimentos lucrativos en una Europa de diversidades culinarias frugales. En los albores de un mercado en aras de globalización, el descubrimiento de nuevas vías de comercio marítimo, que facilitaran el flujo de capital, era determinante -quizá tanto como la carrera espacial. Quién las encontrara sería un héroe, pasaría a la historia.

El primero que lo hizo, por un error de cálculo, fue el genovés Cristóbal Colón. Todos conocemos esa desastrosa anécdota que dio inicio a un proceso de aculturación sangriento y despiadado en América Latina. El segundo, por motivos no tan desiguales, fue el portugués Fernando de Magallanes…

No es difícil pensar en las múltiples adversidades que tuvo que pasar junto a su tripulación en lo que sería, carente de los avances técnicos actuales, la primera circunnavegación de la Tierra. Conmemorado por las instituciones, tampoco es menor el hecho de quitarle toda su floritura y mostrar, de forma ilustrativa, el derroche de humanidad que resultó tal aventura. Podríamos decir, una estela desenfrenada de traiciones, desesperanza y muerte. Quizá esto sea, dentro de todo lo que comprendería un montaje juglaresco, lo más significativo del trabajo de la compañía Tryo Teatro Banda: desenmascarar la historia, hacerla humana.

Sobre un escenario desnudo, en media luna, reposan los elementos que constituyen una presunta decoración escenografía que pronto, en el transcurso de la obra, adquiere múltiples funciones. Para quién ya conozca a la agrupación, se dará cuenta que es una antesala típica, un principio que enseña los medios de su producción; pienso en Pedro de Valdivia: La gesta inconclusa, o en Cautiverio Felis (sic), o en Afrochileno, por nombrar algunas. Entonces las luces bajan y la tripulación se entabla, serena, ante el público. De manera portentosa, en una calma trepidante (marina), los instrumentos y las voces resuenan armando la madeja del futuro recorrido. Entre estos está el actor Alfredo Becerra, uno de sus integrantes más antiguos, encarnando al mismísimo explorador portugués, con su icónica barba frondosa y su infaltable gorra. Mediante la simpleza de la acción y el soporte musical en vivo, la obra da paso a la historia con la solicitud de Magallanes al joven rey Carlos I.

Hipnotizados por un ritmo dinámico y no menos hilarante, los actores-músicos recrean las diversas peripecias del viaje, desde los preparativos hasta el paso por el Estrecho y finalmente su encuentro paradisiaco con el “rey” de las Islas Molucas. Por otro lado, la narración es encauzada tanto por la palabra como por el gesto, envueltos en una poesía muscular.[1] De esta manera, la flota de barcos se constituye mediante posturas que dibujan tanto el diseño como el movimiento de la proa, la popa y el estribor, así como los instrumentos musicales, ahora prótesis del mismo músculo poético. La obra en su totalidad conforma una verdadera cartografía corporal de acciones. Cartografía que, no obstante, jamás abandona la resonancia de la palabra, inserta en un recorrido del mapa como lugar del imaginario renacentista. En este sentido, el lenguaje al cual repercute la compañía es al juglaresco, como herederos contemporáneos del actor profano medieval.

Hagamos un poco de historia: resultado de una hibridación inevitable entre cultura grecorromana (mimi) y teutónica (scopa), su tradición ha significado la continuidad de un arte del entretenimiento, oscilante entre la calle y la corte, y que ha sido capaz de resistir hasta nuestros días. Si comprendemos, entonces, al juglar como reservorio de memoria popular, el quehacer de la compañía se nos abre de par en par como el Pacífico ante Magallanes: no solo desenmascara, sino que reímos mientras lo hace.

Y sí que reímos…

 

Lo que se desenmascara

Al llegar Magallanes a las Islas de las Especias, es recibido por los nativos, quienes les ofrecen comida y hospedaje. Sin tiempo que perder y ávido en diplomacia, el capitán impulsa las negociaciones con el “rey”. Le ofrece una cuchara sopera a cambio de un saco de clavos de olor, canela o pimienta, y éste acepta encantado: negocio redondo. “Es por el material, la mano de obra y… ¡el flete!”, justifica el portugués. Por supuesto, lo que desconocía, era que ese flete le costaría la vida.

Pero tomemos en serio el chiste. Si bien, en aquella época el valor de una cuchara no igualaba en nada a la de un saco de clavos de olor, el transporte que significó ésta claramente podría hacerlo. Incluso, de otra forma, jamás hubieran tenido acceso a aquella tecnología pasado varios años de desarrollo técnico. Además, los nativos estaban encantados con las cucharitas, que relucían al sol y no servían para nada: era su nuevo fetiche, otrora las esculturas divinas. En este sentido, podríamos decir que no existió estafa alguna. Sin embargo, aquello solo nos haría cómplices del engaño. Lo cierto es que, con la ampliación del mercado mundial, de alguna u otra forma, se inserta la lógica del deseo, aún inmadura. El valor de uso del objeto-cuchara no guarda ninguna reserva respecto a su utilidad: los nativos las usan de collares, tesoros o juguetes, todo menos para la sopa. Es el inicio de la mercancía cultural en nuestro continente, el ingreso al mundo al revés sobre el cóncavo reflejo de la cuchara sopera.

Pero todas estas son teorías, dichas de forma irresponsable y reducida… Finalmente, Magallanes no logró sobrevivir, derrotado en la batalla de Mactán. El viaje duró tres años. La Victoria, única nave de expedición a salvo, llegó un 6 de septiembre de 1522 al reino de España, chorreando sangre y lodo por todos sus poros. Un tal Juan Sebastián Elcano era su capitán ahora.

Ciertamente, la historia da qué pensar, más aún si reímos cuando nos la cuentan. Pues, parafraseando a Benjamin, “para el pensamiento no hay mejor punto de partida que la risa”. Sobre todo, si consideramos una cosa bastante actual (y por tanto preocupante): que el Estrecho ya no es tan estrecho.

 

Por Ignacio Barrales

FICHA ARTÍSTICA:

Director General y Dramaturgia: Francisco Sánchez | Co Dirección: Eduardo Irrazabal | Músicos y Elenco: Alfredo Becerra, Javier Bolívar, Diego Chamorro, Daneilla Rivera y Martin Feuerhake | Diseño de Vestuario: Pablo de La Fuente | Iluminación: Matías Ulibarry | Sonido: Julio Gennari | Producción: Carolina González

[1] Idea conceptual empleada por María de la Luz Uribe en su libro La Comedia del Arte (1983), para referirse a la construcción de Arlequín: “la poesía del personaje es esencialmente muscular […] su cuerpo se ponía a reír”.