En su texto Ontología de la imagen fotográfica, André Bazin se remitía al ritual de embalsamamiento de los egipcios, que les permitía mantener al cuerpo del difunto permanentemente. Lo que buscaban no era otra cosa más que vencer al paso del tiempo: una forma de ganarle a la muerte, de superar el fin del individuo en este mundo. Así como la cultura egipcia pretendía la salvación del ser por las apariencias, la fotografía y el cine podían también sobreponerse a la inevitable temporalidad. La primera lo lograba embalsamando el tiempo. El cine, por su parte, lo hacía capturando la dimensión temporal de las cosas; esto es, su duración.

Esta idea de partir de un ritual antiguo para vincularlo a dos artes propias de la Modernidad tiene una clara consonancia en cuanto a la pregunta principal de su autor, aquella que da nombre a su libro, y que es de carácter puramente ontológico: ¿Qué es el cine? La necesidad acuciante de Bazin de hallar la esencia del arte más característico del siglo XX es lo que daría lugar más tarde al surgimiento de un paradigma cuyos protagonistas serían los teóricos y críticos de cine. Éstos buscarían entonces una respuesta a la naturaleza del cine como tal, haciendo uso de un lenguaje común como factor de unidad.

Quizás podríamos decir que frente a la pregunta de Bazin no hay una respuesta única, sino que deberíamos contestar(nos) con lo que cada filme tiene para transmitirnos. La búsqueda de un conocimiento global, que contenga una verdad absoluta, se opondría entonces a la búsqueda de una verdad individual en cada filme. Y esta pregunta encuentra en La Jetée una respuesta posible sumamente fascinante. Ello se debe a lo radical de su estética: se trata de un filme en blanco y negro sin diálogos, narrado únicamente con fotos fijas. El filme da cuenta de aquella idea a la que refería Bazin: embalsamar el tiempo, capturar las cosas tal cual como las vemos. Marker narra la historia de un hombre que, en un futuro distópico, encuentra a los sobrevivientes de una Tercera Guerra Mundial refugiados en los túneles del metro parisino. Es enviado en un viaje al pasado con el objetivo de buscar ayuda para detener la destrucción del presente.  El protagonista recuerda, especialmente, una imagen de su infancia que muestra una pista de aterrizaje en un aeropuerto, un sol brillante, y una pareja con su hijo observando el despegue de un avión. Pero lo más importante: recuerda allí el rostro de una mujer desconocida. Al encontrarla, vivirá con ella una historia de amor, que se verá frustrada una vez que consiga alcanzar el momento que sus recuerdos guardaban…

Es a través del recurso de las fotos fijas que Marker piensa al recuerdo como forma de embalsamar el tiempo. Pero ahí donde la fotografía como arte y como técnica transfiere el carácter de lo real a aquello que reproduce, el recuerdo se muestra como inexacto, borroso; mediado siempre por nuestra subjetividad. La fotografía niega esto en tanto se muestra a sí misma como fenómeno “natural”, como una muestra de la realidad pura. Y así como Marker usa la fotografía para introducirnos en la memoria y en los recuerdos del personaje, su idea del cine tiene que ver con la consideración de un arte que captura la duración de las cosas en el tiempo: nos presenta una temporalidad compleja y no-lineal (propia del cine moderno), donde se alterna el presente con el pasado y el futuro, estando los tres en clara relación.

Así como Bazin buceaba en el cine como arte de la Modernidad para enlazarlo a un ritual antiguo y así definir su esencia, Marker halla en la fotografía su propia idea del cine. Tanto el crítico francés como el cineasta entienden, cada uno en su campo, que el cine llevado a su expresión más básica y elemental no es otra cosa que la proyección continua de imágenes fijas. Ocurre, sin embargo, que al verlas resulta imposible no percibirlas como una unión ininterrumpida, donde el corte entre un plano y el siguiente resulta imperceptible. En La Jetée, el recurso fotográfico funciona para evidenciar al cine como una serie de cuadros que dan lugar a una historia, sin que esta forma particular anule el registro cinematográfico. De allí que el viaje que realiza el protagonista, aún narrado con fotos fijas, no deja de tener movimiento. Es el tiempo en que se mueve el que organiza su experiencia de forma dinámica, y lo mismo ocurre con la experiencia del espectador: nos vemos movidos, llevados a lo largo de ese tiempo-lugar que el personaje transita.

La pregunta de Bazin es respondida por Marker de una forma un tanto paradójica: retornando a un antecedente del cine (la fotografía), pero haciendo uso de él para crear una obra moderna. Y con ella captura la temporalidad de las cosas en el presente, a través de un personaje que revive el pasado mediante sus recuerdos. Es decir, el tiempo recobrado.

Por Bruno Glas