En tiempos de alerta y tumulto universal, los ejercicios de la memoria y revisión sobre aquellos brillantes momentos de encuentro entre arte y comunidad esperan ser re descubiertos y re visitados como fenómenos creativos y experimentales. Memoria, entonces, es la clave, la huella. El surco principal de esta redacción apesadumbrada entre cierres de espacios y desprevención de recursos para las artes del movimiento. No podrá entrar a habitar ninguna persona nunca más, en el peor de los casos.

Es momento de realizar un viraje histórico y reflexivo en torno a la leyenda reciente y propia de la danza nacional, que sin temor ni diligencia, nos enrostra que no tiene el eje fundamental y esencial para un país sin meneos: no ha existido nunca un “movimiento corporal nacional” made in Chile.

Es sabida la raíz europea del BANCH y su fundador Ernst Uthoff (1941), pero mucho más allá del origen territorial de su primer director, el arranque del fenómeno “1era compañía nacional” amparada en la Universidad de Chile, nace a partir del análisis propiamente universitario. El Instituto de Extensión Musical de la Universidad de Chile invita al ballet del alemán Kurt Jooss, integrado por Uthoff a ser parte de la fundación del cuerpo de baile universitario. El primer estreno fue en 1945 con la obra Coppelia, de Leo Delibes, tal cual indica el sitio web del ballet nacional. Categoría “Trayectoria”. En los siguientes 25 años aparecieron los primeros reconocimientos por parte de las autoridades y opiniones especializadas. Virginia Roncal, Patricio Bunster, Maritza Parada, Edgardo Hartley entre otros, directores artísticos reconocibles en el quehacer de la danza nacional hasta la fecha. Versiones propias como la Escuela de Danza ESPIRAL también son secuela de este fenómeno.

El interés final de esta compungida y apurada reflexión que aquí comparto, es rigurosamente sensible dado el nivel crítico en el que se encuentra el sector. Históricamente hubo que convivir y aceptar, por muchos años, los haberes de la tiesura de ser una esfera prescindible si se osaba a levantar formas y desestructuras que ilustrasen nuevos lenguajes. Hoy tenemos un rubro artístico golpeado duramente. Es este el verdadero olvido, como si el aire se acabara cada vez que se desploma algún bastión dancístico de contundente relevancia. Y aún más allá de los espacios transcendentales que contienen a la danza, hay una ausencia total de obras que inciten a oxigenar a la comunidad total, que ve diluida la conexión entre arte y sociedad, entre artistas y barrio, entre poesía y vida.

El año 2001 en el Museo de Bellas Artes se presentó la obra “GENTE” del reconocido coreógrafo rumano-francés Gigi Caciuleanu, quien inaugura una nueva etapa creacional y experimental de la danza nacional en un momento donde los bullantes conceptos como lo transdisciplinar e interdisciplinar no parecían necesarios, ya que las conclusiones de estos procesos nunca fueron prioritarias ni inquiridas, por lo tanto, no necesitaban de etiquetas ni rótulos mercanchifleros como las escenas artísticas de esta última mitad de la década que se nos fue.

Comenzaba una nueva historia para el arte nacional, y en especifico, para las artes escénicas chilenas. Se abrían también las puertas de ese lugar semi vacío que eran las obras de danza hasta esa fecha (reproducciones de autor de obras clásicas europeas con adaptaciones visuales surgidas desde el arte moderno y la literatura universal, principalmente francesa, alemana y británica). En el año 1997, año en que Caciuleanu llega por primera vez al país, logró montar, invitado por el CEAC (extensión U. de Chile), ¡Mozartissimo! y Quatro Estaciones donde el vínculo entre el país y el director se elevó afectivamente por medio de “un cuerpo de baile extraordinario” compuesto principalmente por danzadores chilenos.

Desplegar esta data es solamente para contextualizar el tejido de la época con la interpretación propia que queremos tributar. A fines del año 2000, Gigi Caciuleanu es nombrado director artístico del ballet nacional chileno. Nunca antes el BANCH había estado tan cercano a la raíz nativa como en esta época. La idea de crear un ballet nacional chileno de “profunda inspiración nacional con un altísimo nivel internacional, una SINGULARIDAD en el ámbito del mundo coreográfico mundial” (Caciuleanu, 2020).

La compañía se inspiró con Los Jaivas para la obra “PARIS-SANTIAGO”; “VALPARAÍSO VALS”, con Isabel Aldunate, Desiderio Arenas “El CHERE” y la música de compositores chilenos; “CARNE DE AIRE” con poemas de Pablo Neruda, música de Alfredo Bravo y la voz de Alexander Baxter; “AMOR AMORES”, con la música de Luís Advis, los versos de Oscar Hahn, las pinturas de Hugo Marin y con la voz de Iñigo Urrutia, “ÁNGELES”, con la música de Los Ángeles Negros y “DE CHILE CON AMOR” que es una compilación total de todas estas obras aquí mencionadas.

Lo anterior es justamente aquello que es necesario volver a colocar como aquel “objetivo olvidado”. Se han divorciado intensamente las audiencias -y las comunidades que las contienen- de su origen terrenal. Es evidente que han existido algunos focos de lucidez durante el tiempo posterior a esta era experimental del BANCH, sobre todo en lugares al margen de cualquier visa institucional. Es más, la falta de apoyo económica y espacial ha contribuido a re-pensar todas las posibilidades, inclusive tomarse las plazas y centros culturales con jóvenes dispuestos a utilizar el cuerpo como expresión de sus vidas, sin depender de postulaciones y competencias que permitan el desarrollo de sus inquietudes. No es una apología a lo precario, pero es la realidad objetiva de los últimos 14 o 15 años.

Es urgente que la danza, como disciplina olvidada por los organismos que la promueven y desarticulada de su gente, vuelva a mirarse como cuerpo local. Que sea atravesada por su propia historia y color. Que exista otro momento cabal en Chile como el descrito en este artículo/comentario. Porque finalmente el arte, si no es para subvertir reflexiones en cuanto a la vida misma y el destino y/o finalidad de la existencia humana, es un arte alienado, privado, sin sentido. Saturado de metas y conclusiones de mercado que son, justamente, las que nos tienen en las cuerdas como en este momento. Dejar de tomar el lado correcto y conveniente sino, fallar y tropezar, hasta caer, y en esa caída romper todo. Fue justamente lo que ocurrió con el ballet nacional de Gigi Caciuleanu cuya mayor virtud es valorar el lugar donde estaba, trabajar con lo que había y osar cambiarlo todo haciendo circular la experiencia BANCH en todo el mundo.

No es viable comprender estas palabras para estructurar una experiencia similar a posteriori.  Tampoco incluir como camino único el arte en el marco de las instituciones culturales, es más, Caciuleanu, al no poder internacionalizar el BANCH y continuar con la visibilización del arte nacional, desliza el techo que tuvo que estrellar para tomar la decisión de renunciar. Justamente en el momento exacto donde se requería más fuerza, mas ímpetu, los campos semánticos institucionales decidieron cancelar la proyección. Finalmente, la extensión no existió, pero dejó uno de los periodos mas ricos en propuesta y determinación artística, cruzando la poesía, la pintura, la performance artística, la música y el teatro. Salas llenas en ciudades como Antofagasta, Valparaíso, La Serena, etc. Obras destacadas en propuesta como “CUERPOS” y “SAXOGRAPHIE además de montajes internacionales en Europa y Latinoamérica.

Mencionar también que “EL BANCH”, como se autodenominaba el ballet en esa época (con el articulo -ÉL-, que fue cuestionado por la CEAC y retirado, denominándolo solamente “BANCH” “restándole elegancia y fuerza”.- G.C 2020) precipitó su obra también en autores europeos y en obras musicales universales: Bach, Mozart, Verdi, Vivaldi, pero siempre incluyendo la necesidad de traspasar la barrera idiomática y generando lazos para unir Chile con su peculiar castellano al mundo: Noche de BANCH (o Noche del BANCH) ¡Mozartissimo!, Verdi-Réquiem, aun aquí no hay sintagma para el castellano, pero se entiende la fusión.

Actualmente ocurren eventos parecidos en otras plataformas independientes y privadas, pero la sensación no es de exhibición del paisaje corporal. Es mas un acoplamiento a realidades creativas extranjeras cimentadas en sus capacidades de gestión, que una culminación en trabajos de calidad y cercanía con la diversidad de comunidades que componen el país.

En este marco multidireccional podemos ver a aquellos artistas del cuerpo que renuncian en cierta forma a su orden académica y toman rumbos propios en espacios no convencionales. Los nuevos lenguajes son por ahora marginales. No se han desbordado. No conviene que ocurra.  Continuamos a merced que las compañías y espacios independientes mantengan la fuerza y la esperanza en conjeturar contenidos sediciosos a su formación principal.

Bienvenidas sean también las historias y reflexiones del exterior, pero no descuidemos nuestra memoria histórica. Hay demasiado que decir y pensar aún en estas tierras.

Por Nicolás Villavicencio