Este pequeño archivo se comenzó a formular por una contemplación pasajera que luego, entre pensamientos y más encuentros, devino en una búsqueda. La serie fotográfica que representa estos intentos de expresar mi mirada fue el primer paso del entramado que luego las palabras trataron de acompañar.

Hallé a mi alrededor un lenguaje, un patrón marcado por el paso del tiempo con sus bifurcaciones, y entablamos un diálogo: una mañana, caminando cabeza abajo ensimismada, mi atención se fue entre mis pies, donde se dejaron ver pequeñas dendritas que decoraban unas antiguas baldosas. Me sorprendió la firmeza con que se erguían arborescencias en tales materiales inertes, tan solo expuestos al tiempo y no a algún proceso de expansión, logrando replicar tan admirablemente el crecimiento de las ramas y raíces de un árbol que se extiende. Con mi fiel herramienta de documentación, mi ágil filmadora, recorté esos instantes de fascinación para dejar un registro al que luego recurrir, ante el impulso del día y de mis emociones. Luego, con cierta apertura, fueron cruzándose a diario figuras análogas: en paredes húmedas y su pintura desgastada, en mapas de ríos, o una noche mirando una descarga eléctrica en el cielo.

De forma casual, comencé a tropezar con escrituras próximas a lo que me estaba atravesando. “Existen leyes vastas que gobiernan al mismo tiempo lo inerte y lo orgánico” escribió Caillois en su libro Piedras. ¿A qué ley o patrón se podrían corresponder estos encuentros repetidos?  En este libro, Caillois se entrega a la observación de las piedras, en donde se dispone a desentrañar sus secretos. A eso me entregué desde ese entonces, a observar esos patrones fascinantes que hasta ahora no habían tenido lugar consciente en mi mirada. Para Bachelard una imagen material vivida íntimamente, explorada con paciencia, es un reflejo. El tacto imaginario que poseemos es quien da vida a las cualidades dormitantes que se disponen en lo que nos rodea.

La vida en todos sus despliegues y matices está atravesada por el tiempo: todo, en movimiento o quietud, es moldeado por la usura, todo lleva inscripto cierto patrón en donde reconocemos su paso. “Varios son los caminos que transita el hombre. Quien los sigue y contrasta verá surgir figuras maravillosas, que parecen pertenecer a aquella gran escritura cifrada que se ve por doquier: en alas, en la cáscara de los huevos, en las nubes, en la palma de una mano, en los cristales y las formaciones rocosas; en las extrañas coyunturas del azar. En todo ello se adivina la clave de esta prodigiosa escritura, su gramática”- apuntó en algún tiempo Novalis; y es esta gramática un misterio, el del tiempo, que sucede sobre todo; son entonces estas ramificaciones rastros que expresan por sí mismos las leyes ocultas a las que se entrega la naturaleza entera.

Sabiendo que quizás jamás comprenda estos funcionamientos que nos componen en totalidad, me dispongo tan solo a vivir atenta a los fenómenos que nos rodean, dejar que se entramen las amplias formas en que se corresponde el mundo, reconociendo en las marcas de nuestras palmas el correr de un río. “El verdadero y gran milagro empieza donde se detiene nuestra mirada” dejó en algún manuscrito el grandísimo Maeterlinck. Con estas imágenes que fui recolectando, se puede visualizar más claramente la idea de estas pequeñas correspondencias, llevada adelante gracias a una simple curiosidad y fascinación. “¿Qué podemos deducir de estas equivalencias más que el espíritu humano siente una cierta inclinación?” (anoté desprolijamente al margen alguna vez, leyendo a Marguerite Yourcenar).

 

Fotos y texto por Olivia de Barrio