Volví a escuchar uno de los primeros discos que publicó Chris Watson con su nombre propio después de sus trabajos en grupos. Creo que es el primero, al menos es el más viejo que aparece en el catálogo de su página web. Al principio lo escuché entero, de corrido. Después me puse a leer los textos que acompañan cada track y a mirar las fotos. De fondo, dejaba cada uno en loop mientras iba rastreando en el mapa las coordenadas de grabación, mirando cómo se ven esos lugares hoy, y leyendo un poco más sobre los autores o mitos que él menciona. Fui tomando notas, y de ahí salió este texto: palabras mezcladas con bastante libertad entre un ensayo personal y una especie de reseña. No busqué hacer un análisis técnico ni pensar cuántas estrellitas ponerle al disco, sino compartir una experiencia de escucha atravesada por preguntas sobre la oscuridad, lo espectral, y cómo se cruza todo eso con la composición, las grabaciones de campo y el paisaje sonoro.
Durante mi primera escucha (que fue antes de ver las fotos y leer los textos con atención) ya conocía el título y había visto la portada. Desde ese posicionamiento, y al reconocer los sonidos de cuervos, búhos, moscas, ranas y murciélagos, lo oscuro del recorrido se hizo evidente y cargado de simbolismo. Los cuervos, búhos y murciélagos me remitían a lo nocturno y sus misterios. Aunque las ranas y las moscas no pertenecen específicamente a la noche, completaban el escenario con un aire de lo fantástico y lo repulsivo: las primeras anfibias, con su aura de conjuros de brujas y metamorfosis; las segundas, insectos exasperantes, invocando suciedad, descomposición y ese merodeo inquietante en torno a la muerte. Como los cuervos, cuyos graznidos ásperos y hábitos carroñeros también me recordaban a cadáveres. Entre cuervos y búhos, sentí el eco de un mal presagio. Y los murciélagos, con sus cuerpos esqueléticos, me conectaban con gárgolas góticas y vampiros. Todo este escenario estaba enmarcado por el viento inicial (salvaje e incontrolable) y la lluvia torrencial del final, que entre ambos me recordaban nuestra fragilidad ante las fuerzas destructivas de la naturaleza.
Hay algo en este álbum que me resuena con lo gótico, pensándolo no como un estilo literario definido, sino como una sensibilidad por lo oscuro, lo espectral, lo incierto; lo que evoca muerte y misterio sin necesidad de mostrarlo abiertamente. Desde esa clave, este trabajo de Watson se puede escuchar como una inmersión en paisajes sonoros donde lo natural se mezcla con lo fantástico, y donde lo nocturno activa resonancias simbólicas que no se explican del todo pero que, de alguna manera, me atravesaron.
Para eso, fue clave dejarme influenciar por la propuesta integral del álbum y no solo por los sonidos. Al corrernos tanto de la tradición musical clásica, sería forzado ignorar el álbum como publicación cuidada y completa, y quedarme solo con el aspecto acústico. Aunque los sonidos son el foco del trabajo, por supuesto, también el título, la portada, las palabras y las fotos juegan un rol fuerte: todo el álbum nos posiciona como público, como receptores.
Y así, pienso que, al mirar cuadros de la transición entre lo representativo y lo abstracto, como los de Georges Braque o de Pablo Picasso de la década de 1910, si no leemos sus títulos puede que nos resulte difícil identificar la referencia que proponen, y corremos el riesgo de quedarnos en la superficie de los trazos y las figuras geométricas, o de proyectar lo evocativo hacia zonas muy personales, perdiéndonos lo que buscaban sugerir los autores.
Algo parecido me pasó al acercarme a Stepping into the Dark cuando solo escuché, sin mirar ni leer las fotos y los textos. Al completar la experiencia, sospecho que estuve más cerca de esa zona desde la cual Watson nos invita a posicionarnos (una zona amplia y ambigua, por cierto). Pero eso requiere un compromiso mayor con la obra que el de una escucha exclusivamente casual. Como plantea Michel Chion al hablar del “valor añadido” en la audiovisión, hay sentidos que no están ni en el sonido ni en la imagen por separado, sino que aparecen cuando ambos se combinan. En este caso, las fotos y los textos no solo acompañan: modifican la escucha, la expanden y la tiñen de nuevos significados.
El título del álbum, Stepping into the Dark, podríamos traducirlo como “Adentrarse en lo oscuro”. Stepping into también puede entenderse como “entrando a” o “dar pasos hacia” (un ingreso gradual, no un salto abrupto). Hay un matiz interesante en el uso de dark en lugar de darkness: esta última habría sonado más solemne o definitiva. En cambio, dark sugiere algo más abierto, una zona o un lugar oscuro al que se puede ingresar. Ese lugar oscuro puede ser las profundidades del mar o un cementerio de noche. Esa elección terminológica refuerza el tono poético del disco: no alude únicamente a la ausencia de luz ni se restringe a lo simbólico, sino que habilita una opción abierta.
Las fotos del álbum, hacen más que ilustrar, funcionan como documentos que refuerzan la construcción de un relato verosímil, es decir, que parece real incluso si no lo es, y así abren claves de lectura hacia lo oscuro desde lo poético. Rodean al audio con una oscuridad gráfica. Algunas están a contraluz, como la iglesia y su cementerio en la portada, que no está tomada con luz plena del mediodía: no se ve el detalle de la fachada, apenas las formas entre sombras. La única foto de la serie que incluye una figura humana también está a contraluz: solo se distingue una silueta oscura, al lado de una carpa (quizás el elemento más colorido de toda la serie).
Otras imágenes refuerzan la tensión entre lo salvaje y lo humano: paisajes rurales, lápidas, árboles secos, una tarde nublada junto al mar y una ausencia total de los animales que sí se escuchan (al menos en primer plano no se ve ninguno; quizás haya algunos pájaros diminutos a lo lejos, o alguna que otra silueta chiquitita e irreconocible).
Junto con los sonidos, las imágenes, los datos y las palabras construyen una atmósfera que oscila entre lo real y lo simbólico.
En esta conjunción, Watson nos invita a mirar desde un lugar particular. Es como si nos dijera: “miren hacia allá, más o menos desde acá”. Nos ubica, nos posiciona.
Por supuesto que una escucha atenta alcanza para percibir muchas de las particularidades del disco, sin necesidad de tanta guía. Hay momentos con una carga evocativa muy fuerte. Sin caer en un montaje explícito como el del radioteatro, aparecen sonidos con peso simbólico que, desde lo macro temporal, componen un relato. En eso, la propuesta se diferencia de los trabajos que apuntan a una objetividad documental. Aunque igual conserva de esa tradición el cuidado en el registro y en la edición.
Sumando a ese enfoque, y en una búsqueda por no interferir demasiado en la naturaleza silvestre, Watson cuenta que ubica los micrófonos en un punto determinado y que desde ahí tira decenas de metros de cables, para poder controlar el grabador desde lo lejos, como en la escucha furtiva sobre la que reflexiona Toop. Desde la distancia, espera que alguna “presa” caiga dentro del patrón de captación. Así, se pierde de ver lo que está registrando, pero tampoco espanta ni condiciona la escena natural.
A pesar de estar lleno de sonidos vivos, el recorrido es sombrío.
Durante mi primera escucha (la previa a ver las fotos y los textos detenidamente), sentí que todo el disco transcurría de noche. Hay cuervos, búhos, un enjambre de moscas, ranas y sonidos de murciélagos. Indicios bastante claros, al menos para mí, de que todo pasaba durante la noche. Pero al revisar la documentación, me di cuenta de que la mayoría de las grabaciones se hicieron al amanecer o al anochecer.
De todos modos (y a fin de cuentas), esos momentos son transiciones desde y hacia la oscuridad, ¿no? Entonces, si bien hay una disociación entre lo que percibí y lo que realmente pasó, me hizo pensar que la atmósfera quizás no depende solo de la hora del día, sino de cómo se escuche, de qué se sugiera y de cómo se lo evoca.
¿Cuánto cambia mi experiencia de escucha si me dicen que la grabación del canto de un pájaro fue hecha bajo la luz del sol o bajo el reflejo de la luna?
Hay un proceso que me sucede sin proponérmelo: cuando escucho grabaciones de campo con los ojos cerrados, muchas veces me transporto a donde me imagino que se grabó. Probablemente, en términos acústicos, un animal sonaría idéntico de noche y de día (o al menos muy parecido, para mi falta de entrenamiento en ornitología y estudios similares), pero lo que pasa en mi imaginación es muy distinto.
Al menos desde lo simbólico, me cuesta imaginar un búho emitiendo sonidos a plena luz del sol. Probablemente porque las pocas veces que vi ese animal en vivo y en directo fue de noche, posado sobre un árbol, como escondido entre las ramas. Por eso, lo que se desplegó durante mi recorrido por el álbum estuvo condicionado por mis antecedentes y por la carga simbólica de cada elemento que reconozco. Esas figuraciones, puestas en relación con los sonidos que me resultan extraños e irreconocibles, terminaron definiendo mi experiencia sensible.
Para quienes vivimos en zonas urbanas, hay sonidos muy poco habituales en Stepping into the Dark. Durante mi primera escucha (la previa a ver las fotos y los textos detenidamente), sospeché que esos sonidos habían sido hechos con sintetizadores, agregados en el estudio sobre las grabaciones. Para mí eran sonidos de otro mundo. Pero luego, gracias a la lectura, me sorprendí al descubrir que esos trémolos fantásticos se los atribuye a pájaros que, en sus danzas de apareamiento, emiten esos sonidos tan particulares. Y no son cantos. No los producen con sus picos. Esas voces emergen del movimiento de las plumas de sus colas.
También me parecieron sobrenaturales los sonidos graves que se atribuyen a polillas y escarabajos volando muy cerca del micrófono. Aunque, como Watson insiste con que no siempre está viendo lo que graba, deja abierta la puerta a que muchos de estos sonidos sean producidos por otros agentes, distintos a los que él supone. Digo, si no fueron hechos por sintetizadores, y desde la distancia y en la oscuridad él no pudo ver con precisión si una mosca se acercó al micrófono…
¿No habrán sido fenómenos paranormales de ultratumba? ¿O espíritus de marineros y otras fuerzas sobrenaturales?
La idea de marineros pidiendo ayuda desde el más allá no es un delirio personal: según Watson, algunos sonidos del track 2 podrían vincularse con la reencarnación de marineros náufragos en grajas cercanas a la iglesia que aparece en la portada, ubicada frente al Mar del Norte. Algo de la atmósfera misteriosa y lúgubre del recorrido se acentúa cuando Chris Watson menciona a Thom Lethbridge, un parapsicólogo inglés del siglo XX conocido por sus investigaciones sobre apariciones y presencias invisibles. Incluso, en esa misma oración entra en escena la palabra clave: espíritus. Lo paranormal aparece de manera explícita.
Watson coquetea, juega con esa imagen de forma poética: sugiere la posibilidad de que lo paranormal exista, sin proclamarse médium ni cazador de fenómenos inexplicables.
La escucha furtiva se transforma así en una forma de evocación de lo invisible. Algo que podríamos vincular, por contraste, con esa idea tan común del “si no lo veo, no lo creo”. Acá pasa lo contrario: hay lugar para aquello que existe y se escucha, aunque no se vea.
¿Se puede construir oscuridad solo desde los sonidos? ¿Un paisaje puede ser oscuro solo desde su materialidad auditiva?
Algo en esta misma clave aparece en las palabras que acompañan el segundo track: “¿Será que las grajas son solo grajas, y nos suenan oscuras simplemente porque el Pájaro Negro arrastra muchas asociaciones con la maldad y el mal augurio?”. Las grajas son aves de la misma familia carroñera que los cuervos, y ahí mismo, mientras cantan y son escuchadas desde el cementerio de la antigua iglesia de la Santa Trinidad (en un pueblito inglés llamado Embleton), emergen seis golpes de campana que marcan el inicio del día. En la reescucha, me desvié hacia la semántica, para confirmar que eran los seis golpes que indicaban la hora en punto en la que se señala la grabación.
Desde las palabras, Watson problematiza lo simbólico y ese modo de escucha. Pone en duda cómo el significante sonoro (como diría Chion) puede ser cargado de sentidos que no están necesariamente en la fuente ni en su materialidad. Pero más adelante retoma una aproximación simbólica, ya no desde el cuestionamiento, sino desde otro rol: asocia los sonidos de animales subacuáticos con la mitología escocesa (track 9), y los de las grullas con la mitología griega (track 11).
Las campanas tienen un montón de usos simbólicos que cambian según la cultura. En muchos casos, funcionan como un llamado a lo trascendente en rituales vinculados con la pérdida. Por ejemplo, suele sonar la campana para anunciar la muerte de alguien cercano a una iglesia, aunque acá parecería ser sólo el toque de horas. En la superposición con los cuervos o grajas, podría evocar una escena de duelo para quien no conozca el código religioso. Se configura una convivencia entre la antropofonía de la campana, con su ritmo regular y ordenado, y la biofonía caótica y asincrónica de varias aves cantando al mismo tiempo. Capas simultáneas que conviven desde lo simbólico, la semántica, el orden y el caos, y se superponen en torno a un cementerio: un umbral, donde se cruzan el ritual sagrado, la muerte humana, la vida de los árboles, el viento y las aves oscuras.
Esa campana me parece que es uno de los pocos sonidos antropofónicos en todo el disco. Otro sonido que me llama la atención (y que está medio en el límite de esa clasificación, quizás tirado un poco de los pelos) es el de la saturación del micrófono por la fuerza del viento en el primer track.
¿Podemos decir eso? ¿Ese ruido es “el sonido del micrófono”? ¿Nos dejará Bernie Krause meter ese ruido dentro de la categoría de antropofonía?
El disco empieza con un único material que acapara toda la escena: el viento. Un viento agresivo, que golpea con fuerza. Es raro que Watson publique una grabación en la que el micrófono está tan afectado, pero evidentemente quiere arrancar así: con esa violencia, y también dejando bien clara la mediación tecnológica. El micrófono está presente en ese audio y también en varias de las fotos del álbum. En las imágenes, el micrófono nunca está en sus manos, siempre montado en un trípode, solito. Incluso podríamos pensarlo como una antena, ahí, en medio del campo, lista para captar lo invisible.
Ese viento del inicio no se ve, pero se siente. Es pura fuerza destructiva, y nos muestra que en la naturaleza conviven el caos y la violencia. Y por si la grabación no fuera suficiente, Watson nos cuenta que estuvo diez minutos intentando grabar ese viento hasta que los micrófonos se le cayeron. Es como si la naturaleza no se dejara agarrar, como si no le permitiera a Watson guardarla en su cinta.
El primer y el último track, quizás a modo de conectar el prólogo con el epílogo, son los que tienen más protagonismo de geofonías: viento al principio, lluvia al final. Una lluvia que también acapara la escena; que tapa, o mejor dicho, cubre los alaridos de unos ciervos. Y vaya uno a saber, qué será lo que exclaman.
La mayoría de las grabaciones fueron entre las cinco y las seis y media de la mañana (tracks 2, 3, 4, 7, 10 y 12). Quienes nos interesamos por los sonidos sabemos que en ese momento sucede el canto del amanecer, cuando muchos animales emiten vocalizaciones particulares al despertar con la primera luz. Pero también hay bastante actividad sonora durante la noche. Algunos animales se activan cuando cae el sol, por eso también hay varias grabaciones que fueron entre las nueve y las doce de la noche (tracks 5, 6 y 8).
El recorrido y la forma en que se presenta la propuesta no se ofrecen desde una clave ecológica, ni como una reflexión ambiental o sobre la biosfera. Acá la propuesta es estética, de carácter simbólico y poético. Ofrece paisajes que se presentan por ser salvajes, agresivos y oscuros. Watson construye un juego de tensiones entre objetividad y subjetividad. Por un lado, hay una aparente metodología rigurosa: horas exactas, coordenadas geográficas, grabaciones con mínima interferencia. Pero a la vez, la selección final de materiales, el orden, las imágenes que acompañan, las referencias culturales y mitológicas… y esto otro apunta hacia un recorte subjetivo y deliberado.
El resultado es una especie de “documental sonoro híbrido” (?) o “documental sonoro expandido” (?!) que registra una realidad natural (o sobrenatural) sin intervenir demasiado, pero que al mismo tiempo narra, sugiere, compone y resignifica. La objetividad del micrófono convive con una mirada simbólica en esa recontextualización posterior. Y ahí aparece mi sospecha de posibles juegos borgianos (una sospecha que ya vale por sí sola, más allá de confirmar o refutar nada). En este álbum desconfío un poco del uso de recursos de verosimilitud documental (aunque me parecen uno de los grandes atractivos), y al mismo tiempo los veo como una parte clave en la construcción de un mundo oscuro con apariencia de realidad. Algo del juego entre verdad y ficción que plantean Borges o Welles intuyo que se cuela acá, a la manera en que los vincula Ciafardo Nimi. Me refiero a esas formas de relatar que usan recursos del documental pero ponen en juego un dispositivo narrativo donde verdad y ficción se contaminan, y no sabés del todo qué es real y qué está ahí solo para sostener la ilusión.
Al ser un trabajo con mayor peso estético que académico, y como no parece interesado en el tipo de balance que proponía The Vancouver Soundscape del World Soundscape Project en los 70, me doy lugar a preguntarme cosas con mayor libertad, como las que plantea Salomé Voegelin: “¿Confío en que Watson lo grabó todo ahí? ¿Me importa esa autenticidad? ¿Qué me daría, qué realidad?”. Ella lo señala sobre otro trabajo de Watson, pero es aplicable también a este disco.
Porque sí, es cierto que las coordenadas GPS coinciden con las fotos que publica, y que hay una construcción cuidada de un relato verosímil. Pero nada nos garantiza, como oyentes, que esos sonidos fueron grabados rigurosamente ahí. Nada nos asegura que Watson no haya manipulado las tomas en estudio para exagerar, enrarecer o ficcionar realidades. No aclara esos detalles técnicos, como sí aclara otros. Quizás esté mezclando hechos reales con ficción. Quizás esté componiendo collages indistinguibles. Tendría que estudiarlo más a él, escuchar o leer las entrevistas que le hacen. En principio esto es lo que me genera su obra.
Sea como sea, logró llevarme de paseo por el mapa, en un intento tímido por refutar mis sospechas. Pero, ante todo, desde el primer momento, logró llevarme de paseo, y de una manera muy natural, por las profundidades de su oscuridad.
Por Damián Anache
Fotografía de Tony Vaccaro











