Un hombre riega el césped con la vista fija en el horizonte.*
El agua cae sobre el pavimento.
Se diría que el hombre riega fuera del tiesto.
Mientras tanto reflexiona sobre su vida pasada,
a ratos lo hace también sobre su vida futura,
aunque cambia continuamente de dirección.

Un profesor de filosofía en un colegio de niñas.**
pregunta por la diferencia entre parar y detenerse.
Dos niñitas chismosas ríen con frenesí entrecortado,
otra levanta aplicadamente el dedo índice
y se apresta a hablar.
El profesor la escucha, pero cambia luego de tema.

Un chileno, lo sé por casualidad,
viaja en un día de 1990 entre Erzhausen y Frankfurt-
Compra entradas en un cine al que nunca ha ido.
Muestran o exhiben una película con créditos franceses,
pero filmada indudablemente en Portugal.
El chileno está solo en el cine,
pero las imágenes lo recompensan y lo recomponen
en su exilio sin nombre.
Por fin ha visto una nueva película de Ruiz,
pero a la hora de la verdad ya no la recuerda.

Una escena borrosa que nos llega a través del éter
como un radioteatro antiguo:
Seis personas sostienen las manijas de un ataúd
levemente pesado, como un corazón ajeno.
Como en una paradoja, uno de los hombres se aparta,
se suena la nariz, es corpulento, lleva un bigote
cuyo color no se distingue, pero ya no es negro.

A millones de segundos en el pasado,
en una mesa del Café Turismo en Valdivia,
platican el Benjamín de la intelligentsia chilena
y el autor de “La maleta”.
Hacen gallitos con la memoria,
uno con citas escogidas de Wittgenstein,
el otro lo recita de memoria
y llegan casi a las últimas palabras del Tractatus,
esas donde todos nos detenemos y callamos.

La realidad escribe su guión rotundo e irrefutable
convirtiendo toda noticia en tan real
que termina por hacerla fantástica:
Un hombre, un indigente,
en términos técnicos y eufemísticos,
no alcanzó a llegar a su cama rutinaria,
uno de los nichos del cementerio de Cañete.
Murió en la calle de hipotermia.
Él solo soñaba con tener una casita
“donde poder echar mis huesitos”,
alcanzó a decir, días antes, en la tele,
mientras otro chileno moría en Partís sin aguacero.

Un niño de ocho años
tranquiliza a su madre temblorosa por los
presagios de un parto.
El niño recibe a su hermanito,
que aún no tiene nombre,
luego de cortar el cordón umbilical
con su tijera de colegio
y amarrarlo con un cordón de sus zapatos.
Golpea a su hermanito en el trasero,
para hacerle sentir su presencia en este mundo.
Procede como un facultativo altamente especializado.
Requerido, cuenta que todo lo vio y aprendió en un documental.
El cine ha hecho su tarea.
Sus compañeros y profesores lo reciben como un héroes.

 

La Serena, 24 de agosto de 2011

 

*Evocación de una secuencia de Cofralandes
**Variación sobre una secuencia de Palomita Blanca

 

Por Walter Hoefler

 

Nuestros agradecimientos a Jonnathan Opazo quien nos envió este poema y además nos presentó a Walter a principios de este año.