El poeta Germán Carrasco nos regala esta vez un libro de ring, con movimiento de cintura y fintas metapoéticas, con harto contexto social, estallido, corrupción y extractivismo, escrito desde el presente político y social, y desarrollado con una afinada manera de mirar, que traspasa lo observado en el poema y se pone a batallar sobre la construcción del poema, o con los albañiles de la construcción del frente, apitutados a fuerza de practicar la cancelación deportiva, o bien por entrar a la administración, la academia, y/o trabajarle a la moda. Los obreros hablando de sus herramientas alcanzan reflexiones que no se dan en otro lado. Los poetas teorizando sobre sus poemas se ayudan a seguir adelante, se dan consejos tácticos y técnicos, se dicen por aquí no, por aquí ya fue, por acá quién sabe. Hablar de poéticas en el poema, desarmar, reflexionar, salirse y volver a entrar en el poema, son algunas de las posibilidades.
Dicen que el interés de los poetas con la metapoética, coincide con quienes estudian o enseñan, o investigan, o trabajan, con el lenguaje desde una perspectiva analítica, eso se cumple en el caso de Germán, que ha oficiado décadas como traductor de poesía desde la lengua inglesa, con toda la reflexión sobre el habla que ello implica. Fijarse en los mecanismos, ver la realidad cuadro a cuadro, dejarse de prejuicios y meterse con linterna al poema, sin importar los límites marcados por el hispanismo, o la literatura francesa, o el surrealismo, o las mandrágoras crecidas en potreros, o la poesía social hispanoamericana. Desde principios de los 90, un joven Germán se fijó de profundizar en la literatura anglosajona, y en especial en algunos gringos, tan repelidos por nuestros cuadros literarios, por imperialistas y todo eso que ya sabemos. Por otro lado utilizó un lenguaje hablado, no el coa ni el flaite, el coloquial, digamos, de Independencia, de las tiendas de tela, Patronato y los clubes de boxeo, comerciantes del Mapocho, donde el ritmo permite la salida de los cabales con gracia, porque se trata de hablar en natural, y que ahí surja el poema, y las referencias culturales, y las anécdotas.
En Resurrección y saqueo, uno de los temas que se miran contra el vidrio, es la idea del hormigón como símbolo de lo sólido, a la espera de ser sometido a tensiones, versus lo frágil del poema, lo que baila para resistir el terremoto, esa idea se reinventa a lo largo del libro y es una dualidad fuerza, como en otro libro suyo es Cripsis versus estridencia.
¿Qué es lo poético?, se cuestiona a veces, ¿los lugares, las imágenes, las situaciones evocativas, el desgarro?, aparecen esas preguntas, mientras se sospecha que lo que vimos, sin considerarlo poético, era el lugar donde convenía mirar.
El poeta de Resurrección y saqueo opta por el movimiento que mantiene atento, la naturalidad, el ritmo del caminar, en oposición al preciosismo de la forma o el arcaísmo en el lenguaje. Como dice Pablo Azocar en el epílogo, “hay un manejo de las velocidades”, por eso nos subimos al poema y pasa de neutro a primera, luego nos mantiene largo rato en tercera, para frenar en una esquina y estacionar frente a una lavandería: como si el poema fuera la calle y saliéramos a recorrer algunos barrios y algunas ideas con Germán al volante, mostrando acá un hecho, allá un recuerdo, indicando allá un enemigo, acá un socio piola, mientras por el retrovisor luce lejano el letrero de Aluminios El Mono, haciéndonos chao con su cola.
Poéticas, manifiestos, chanzas, las categorías tienen algo de ficción. Las teorías son solo eso, hasta que no se demuestre lo contrario, burbujas que se revientan como sandías que caen de un camión mientras los cargadores se miran desconcertados, como en ese poema de la página 104, con ese ese camión y esos obreros, que todos hemos visto, pero que Germán convierte en poema y algo más: muestra que los modos de mirar cambian con el tiempo, lo que lo relativiza, pero a la vez lo libera de la tensión de ser el único registro.
El humor es otro puntal, citando otra vez a Pablo Azócar, en eso de que “el humor se tercia con diferentes caras, a veces destilando ironía o recelo, a veces embozado detrás de una sonrisa ambigua”… A esto podría agregar que muchas de las chanzas también son tomadas con humor, las diferencias estéticas, porque el que se pica pierde… como metaforiza Carrasco con respecto a algunas disciplinas cuerpo a cuerpo.
Los enemigos es uno de los temas que este libro le hinca el diente, uno puede ser la canonización como una cosa de mercancía: “Podemos fundir el bronce, sugiero, y verterlo con un embudo en la garganta de los poetas con egos muy grandes o con afanes de trascendencia”, sugiere, como remedio para algunos egos que no caben en sus poetas, mientras aclara que “el real enemigo se solaza viendo las poblaciones podrirse en pasta, mano de obra barata para comprar zapatillas de basquetbolista”.
“Me siento incómodo. Me voy. Me tienen chato”, dice el poeta en su despedida de “lugar de origen”, para no decir barrio, ni lar; lugar que se abandona porque “todos perdimos mucho”, la ciudad se achica en los desaciertos. Otros enemigos que reciben sus cachamales en el libro: La zancadilla, el cliché demasiado básico, la fiebre épica, la impostura, las chorradas autoritarias, los tics de las corrientes literarias, los lugares comunes, la cursilería, el arte prepotente, los delirios de poder.
Otro axioma que se demuestra en el camino, es la invitación a “exagerar el panfleto, enrarecerlo”, no descartarlo. Por eso cuando le escribe una carta a los señores de Lavandería Nueva Tokio, les explica “cuántas cosas dependen” de la apariencia en este país, ir con la camisa blanca bien planchada, como “una montaña de cocaína”, habla tanto o más que un panfleto. El poeta busca ser útil en este nuevo orden y se ofrece a “barrer sus instituciones sospechosas manejadas por delincuentes hípster”, todo eso dicho con cariño, con respeto por el arte de la lavandería y por la inocencia en un mundo feroz. Se disloca el panfleto, pero por amor, por amistad, por resistencia, o en memoria de quienes “dieron la pelea y pagaron el precio y fueron tildados de locos, y censurados, y acosados.” El poema como una forma de resistir a los enemigos, el tiempo, la pereza, el acomodo con sus correspondientes empujones y codazos.
Leer Resurrección y saqueo deja en guardia, despabila sobre temas, ventila convicciones, mientras nos convida a mirar realidades cotidianas, como niños que trepan una reja de una canchas urbana, u hombres que trabajan lanzándose sandías, o un poeta que mira una fábrica vacía, pero bajo la óptica y oficio de un autor que aún busca en los rincones más apartados de la ciudad, o en lo más crudo de la geografía, lugares donde vale la pena detenerse para fluir.
Por Felipe Moncada Mijic
Fotografía de Kenneth Van Sickle
Sobre
Resurrección y saqueo
Germán Carrasco
Editorial Deriva
2024
130 pp.
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Talca, 18 junio 2024