Cuando estalla una luz que enciende el cielo, y luego suena un desplome, como si rodara el manto de un cerro cerca de pasarnos por encima, entonces pensamos: trueno, rayo, y podemos seguir cocinando. Decimos quizás se corte la luz apenas caen las primeras gotas, y se corta en calma, horas después. Resolvemos el peligro de un fenómeno monstruoso, haciéndolo parte de un mar de fondo que bien llamamos mundo. Mundo que es, igual que trueno y que rayo, solo una palabra. El ejemplo es de un amigo, la idea es de Winnicott: como los tutos -esas mantitas a las que las guaguas les arrugan los bordes- se camuflan con las esencias de la madre: así después la palabra, el lenguaje, se camufla en las esencias y las atmósferas del mundo.

Una palabra de camuflaje, un manto: el gorro de hojas y ramas que ocupa el cazador, pero lo contrario: cripsis. La capacidad que tiene lo orgánico, a veces, de desaparecerse en lo inorgánico. Pasar piola, vivir sin barroco. Una palabra de camuflaje, para que las especies crucen el poema sin ser acribilladas, como escribe Germán Carrasco, en Cripsis (Libros Tadeys, 2023), su último libro. La hierba de la que habla Szymborska, que luego de la guerra cubre causas y consecuencias, la hierba donde seguro hay alguien tumbado, con una espiga entre los dientes, mirando las nubes. Son los delfines en Venecia, las madreselvas en Chernóbil, o el puma en Lo Barnechea. Es un ethos que viene cubriendo las últimas publicaciones de Germán Carrasco, un ethos de película de kung-fu: mirar a la serpiente a los ojos, al venado, a la mosca incluso: las moscas que en un poema de Issa, por ser verano en Japón, no dejan meditar en paz, pero son eso a lo que la meditación, en el mejor de los casos, debiera parecerse.

Los pumas son grises porque son grises las piedras donde se acuestan. Pisan delicados, en silencio, porque también es silenciosa la montaña. Digo, desentendamos la relación entre especies y espacio como algo solo biológico: la idea de que las células son máquinas que absorben y copian, viene de un futurismo mental que nunca ha correspondido realmente a la naturaleza. Pensemos mejor en esto como una mímesis ambiental, compleja, micelar: el puma es roca, y su silencio es el mismo silencio de la montaña. En Cripsis un hombre nada con lluvia: en agua y bajo agua, flotando; otro hombre pregunta en un dojo si acaso la belleza de un jardín zen, o la belleza de las representaciones de Krishna no eran acaso, justamente, belleza. Una mímesis en silencio, atmosférica. No es la metáfora que queda dando bote, porque no agarra del pelo a lo real, no le hace zancadillas, venganzas elaboradas, ni le mete los dedos en el ojo. Es, dice Carrasco, la estructura hiperprofunda del susurro.

El puma es piedra, pasa piola. Un escritor argentino dice que en Bengala está batallando el tigre de la enciclopedia con el tigre real, y Blake que en los sótanos de Londres, bajo la Jerusalén flotante, se forja elefantiásico el cerebro del tigre. El puma es piedra y pasa piola, no tiene el lenguaje de dios escrito en el pelaje, escribe Carrasco, se resta de la vuvuzela épica, de su otro enciclopédico, y su cerebro no es hermético: está, como un gas, disuelto en el paisaje. No se puede falsear, aunque se le puede poner empeño. No se puede, porque uno identifica la mirada del cazador casi por la forma del ojo, distinta a la mirada de alguien que acaba de despertar, o de alguien que no pudo dormir, que tiene sueño. Ver el mundo o ver una película, ver a alguien, ver el cielo, nadando. Es distinto.

Entonces, el poema, junto a la música ambiental y al susurro, también está en la atonalidad, en el ritmo de las goteras. “Lo no esquemático de un canto precolombino/ que incorpora accidentes e interrupciones/ como un niño que anexa a su historia lo que ve” -de No hay rocas en el camino, en Cripsis-, vale decir, ¿cómo descubrir si a uno se lo están cagando, si algo no corresponde a su sistema, si algo, lo que sea, no ha podido adaptarse a su entorno?, busca patrones en un mundo sin esquemas. No hay patrones en la naturaleza, y cuando ocurre la casualidad de su existencia, el fenómeno es penalizado con turismo, fantasiado, urbanizado. El poema no puede ser distinto… La música ambiental, el susurro, la atonalidad, y Carrasco suma: “quizás eso sea el poema/ dejar constancia de la existencia/ de ciertas especies/ que de lo contrario serían masacradas” -de Ecologías– espejo de lo que Miłosz dice, que la poesía es un dividendo de nosotros mismos: una nota de constancia, sí, también una oración de agradecimiento, dedicarle a algo pensamiento, conversar.

En el poema Hard bop y chercán, hay un vendedor de tienda leyendo una partitura, mientras canta un chercán en los cables. Leer una partitura en silencio. De eso se trata: las partituras son una tecnología tan poco tecnológica, bastan cinco líneas y algunos puntos. Pueden ser piedras, como las que ocupan los que dibujan un tablero de ajedrez en la tierra y juegan, ahí, tal vez toda la tarde. El tablero, la partitura, las partidas de ajedrez, ¿qué es lo que se está creando?, pienso en este poema de Machado: ¿Dices que nada se crea?/ No te importe, con el barro/ de la tierra, haz una copa/ para que beba tu hermano.// ¿Dices que nada se pierde?/ Si esta copa de cristal/ se me rompe, nunca en ella/ beberé, nunca jamás. La relación más concreta, más de palo y tierra, entre lenguaje y realidad, cripsis. 

 

Por Manuel Boher

 

Sobre:

 

 

 

 

 

 

 

Cripsis
Germán Carrasco
2023
Libros Tadeys