Si bien ya se ha vuelto un lugar común comparar a Kraftwerk con The Beatles, lo cierto es que el impacto del grupo alemán ha sido más amplio y duradero. Durante sus dos décadas de mayor creatividad, Kraftwerk influenció y cruzó caminos con una asombrosa gama de géneros y eras: rock progresivo, glam, krautrock, disco, post punk, synthpop, industrial, hip-hop, techno, trance. De igual manera, los artistas a quienes inspiró son increíblemente diversos, de The Human League a Spacemen 3, de New Order a Stereolab, de Prince a Daft Punk, de Afrika Bambaataa a Big Black.

Florian Schneider, que acaba de fallecer a la edad de 73 años, fue uno de los fundadores de Kraftwerk. Por más de 30 años produjo los álbumes del grupo junto con el cofundador Ralf Hütter, contribuyó a la composición de canciones y letras, tocó diversos instrumentos, ideó conceptos e inventó técnicas. Pero de una manera divertida, una de las contribuciones más significativas de Schneider fue su propia persona: sus rasgos aguileños y sus elegantes atuendos expresaban la absoluta europeidad de Kraftwerk. Su aura de formalidad fue la semilla a partir de la cual creció la imagen colectiva de uniformidad y disciplina del grupo. Marcando una distancia entre ellos y Estados Unidos, Kraftwerk abrió un futuro para el pop que dejaba al rock and roll muy atrás.

Kraftwerk operaba dentro de los confines del pop, pero de algún modo se mantenía aparte y por sobre éste. Cuando Lester Bangs jocosamente les preguntó en 1975 qué tipo de groupies tenía Kraftwerk, Schneider secamente replicó: “Ninguno. No existe tal cosa”. La idea que Hütter y él tenían del exceso del estrellato rock era comprar muchas bicicletas y recorrer largas distancias pedaleando (a veces haciendo carreras entre ciudades durante los tours). Su adicción a este virtuoso vicio inspiró el vigoroso sencillo “Tour de France” (1983).

El impulso y la disciplina son cosas que Schneider probablemente absorbió de su crianza. Su padre, Paul Schneider-Esleben, fue un reputado arquitecto cuyos edificios funcionales y remodelaciones de aeropuertos se inspiraron en la escuela de la “Nueva objetividad” de los años 20. El paralelo con el balance entre severidad y grandiosidad de Kraftwerk es sorprendente, casi como si Schneider se hubiera empapado de minimalismo a partir de las actitudes del ambiente que lo rodeaba cuando niño.

Le tomó algún tiempo a Kraftwerk llegar al sonido austero y elemental y a la imagen grupal uniforme de Trans-Europe Express y The Man-Machine, los clásicos álbumes de fines de los 70. Comenzaron, en los últimos años de los 60, como un grupo progresivo poppsicodélico, con pelo largo y todo eso. Hütter y Schneider se conocieron en 1968 en la Academia de Artes de Remscheid, cerca de Düsseldorf, donde estudiaban piano y flauta respectivamente. A partir de su interés compartido por la improvisación y la música electrónica de vanguardia, así como también de su gusto por The Velvet Underground, The Doors y las provocaciones multimedia de Fluxus, se unieron a tres otros músicos y grabaron el disco Tone Float con el nombre de Organisation. Mientras que el nombre auguraba la futura imagen tecnocrática, la música misma era improvisatoria, en un estilo típico de fines de los 60. Hütter y Schneider desarrollaron una fuerte relación con Conny Plank, el productor de Tone Float, que continuó cuando dejaron la banda para formar Kraftwerk. (También trabajaron por un tiempo con el guitarrista Michael Rother y el baterista Klaus Dinger, que posteriormente formarían Neu!).

En una época en la que casi todas las bandas europeas tenían nombres en inglés y cantaban en ese idioma, la elección de Kraftwerk como nombre fue una declaración. Por muchos años, Hütter y Schneider usaron títulos de canciones en alemán; también jugarían con los estereotipos del genio alemán para el orden y la eficiencia, comenzando con el propio nombre “Kraftwerk”, que significa central eléctrica. Schneider habló en entrevistas sobre cómo la precisión entrecortada de la música de Kraftwerk tenía una relación con el carácter nacional y “la sensación de nuestra lengua […] Nuestra forma de hablar es interrumpida, angulosa […] un montón de consonantes y ruidos”.

Ahora bien, al principio la música de Kraftwerk ni hacía referencia a lo robótico ni lo evocaba. Su lirismo rapsódico debía más a Schubert y la “Sinfonía pastoral” de Beethoven que a la Bauhaus o a Fritz Lang. La flauta de Schneider se destacaba en la paleta instrumental (también tocaba teclado, violín, slide guitar, percusión, efectos y xilófono). Escuchando los tres primeros discos del grupo –Kraftwerk, Kraftwerk 2, Ralf und Florian– y sabiendo cómo evolucionaría su sonido, es posible oír la flauta como una suerte de protosintetizador. La serenidad elísea de los patrones ondulantes y entrelazados de “Tongebirge” y “Heimatklänge” apunta al futuro, al ambient de Eno y a artistas de los 90 como Seefeel y Aphex Twin. Por el contrario, “Ruckzuck” combina una textura áspera y saturada con riffs percusivos-propulsivos para sonar casi como un secuenciador.

Un pequeño contingente de fans asiduos a llevar la contra considera estos tres álbumes como lo mejor que Kraftwerk llegaría a hacer. Es cierto que hay muchísimo para redescubrir en la fascinante y encantadora mezcla de paisajes sonoros de música concreta, sistemas musicales a la Steve Reich y modos idílicos. Versiones piratas circulaban en CD en los 90, pero un relanzamiento oficial nunca tuvo lugar. El propio Schneider desestimó el valor de interés de estos discos como “arqueología”.

Los miembros de Kraftwerk bien podrían sentir, justificadamente, que su historia realmente comienza con Autobahn. Este es el punto en el que pasaron de ser una curiosidad krautrock a una fuerza histórico-mundial, cuando la versión single de la canción homónima de 24 minutos se volvió un éxito internacional en 1975. Pero incluso entonces centelleos de guitarra y el sobrevuelo de la flauta compartían espacio con los pulsos de sintetizador y la caja de ritmos. “Autobahn” ofrece una visión pastoral de la carretera, fascinada en igual medida por el paisaje verde recorrido y por el asfalto y el tráfico. El pulso metronómico del ritmo es constante y sereno, una velocidad constante y controlada que no podría estar más lejos del himno de carretera “Born to Be Wild” de Steppenwolf. Donde la mayor parte del rock imagina el vehículo motorizado como una extensión del poder fálico, Kraftwerk estaba interesado en los aspectos zen del acto de conducir, una fusión simbiótica de hombre y máquina. En 1975, Schneider le dijo a Melody Maker que el estado de trance creado por “Autobahn” nada tenía que ver con un éxtasis de droga, sino más bien con “una pronunciada claridad mental. Es como cuando manejas un automóvil: puedes conducir de manera automática sin estar plenamente consciente de lo que estás haciendo”.

Un éxito en el Reino Unido, Estados Unidos y otros ocho países, “Autobahn” también le granjeó a Kraftwerk un célebre fan. David Bowie se volvió un entusiasta seguidor, que puso en sintonía a su propia audiencia al reproducir el álbum antes de los conciertos de su tour promocional para Station to Station y al contarle con entusiasmo a revistas como Playboy que “mi grupo favorito es una banda alemana llamada Kraftwerk; tocan música noise para ‘incrementar la productividad’”. Bowie atribuiría a Kraftwerk el crédito en la redirección de su foco cultural de Estados Unidos y el R&B hacia Europa y la música electrónica, que finalmente lo llevó a mudarse a Berlín, donde compondría la música más arriesgada de su vida y donde produciría dos álbumes para Iggy Pop –The Idiot y Lust for Life– que dieron un giro a la carrera del ex Stooges.

Bowie admiraba la manera en que Kraftwerk evitaba “las típicas progresiones de acordes estadounidenses”. También amaba la imagen no rockera, algo que comenzó con Schneider y que luego se extendió al resto del grupo. En sus comienzos, Kraftwerk se parecía a otros grupos krautrock en lo desaliñado de su apariencia y en el énfasis en lo musical por sobre el espectáculo y lo performativo. Esto comenzó a cambiar con la portada de Ralf und Florian: Hütter aún lleva el pelo largo hasta los hombros, una camisa a cuadros negros y blancos de cuello abierto y lentes de profesor de química, pero Schneider aparece elegante con un estilo discreto y atemporal: cabello corto pulcramente peinado, traje y corbata. Esto presagió el estilo que se volvería la imagen distintiva de Kraftwerk: cuatro hombres con cabello corto y engominado hacia atrás e implacables uniformes de camisa y corbata.

Schneider también tuvo un profundo impacto en la dirección creativa de Kraftwerk al entablar amistad con un artista llamado Emil Schult, que se volvió el consultor de imagen del grupo. El estilo y el diseño de Kraftwerk sobre el escenario y en sus discos dio un salto hacia adelante en coherencia e impacto, transformando al grupo en compañero de ruta de artistas del glam británico como Bowie y Roxy Music, habitando un universo paralelo de chic retrofuturista. En el arte del disco Trans-Europe Express, de 1977, la fotografía y un retrato pintado por Schult hacen que Kraftwerk parezca una tropa de estrellas del canto del periodo de entreguerras, mientras que el video en blanco y negro para la canción homónima muestra a los integrantes del grupo con sombreros y guantes de cuero, elegantes señores viajando con estilo en el compartimento privado de un tren de la década del 30. The Man-Machine, de 1978, los lleva incluso más atrás en el tiempo, con su esquema de colores rojo y negro y su tipografía en diagonal homenajeando las innovaciones gráficas de los modernistas soviéticos como El Lissitsky y Malevich. El diseño de estos álbumes del periodo de apogeo de Kraftwerk va de la mano con los temas de las canciones, que evocan a Fritz Lang (Metropolis), la excitación ingenua de la electricidad (Neon Lights) y una “elegancia y decadencia” ya pasadas (Europe Endless).

Pero incluso cuando la imaginería y las alusiones se remontaban al futurismo perdido de movimientos de comienzos del siglo XX como el suprematismo y la Bauhaus, la propia música apuntaba hacia el futuro. Kraftwerk estaba inventando los 80, sentando los fundamentos del synthpop y la música de baile hecha con secuenciadores. Los instrumentos acústicos, incluida la flauta de Schneider, fueron completamente abandonados, el sonido reducido a la austera pureza que asociamos con el Kraftwerk “clásico”. De manera crucial, se trataba de música despojada de inflexiones y personalidades individuales, sin indicio alguno de una floritura o un solo. “Vamos más allá de todo este sentimiento individual”, declaró Schneider a Sounds. “Somos más bien como vehículos, una parte de nuestro mensch machine, nuestro hombre máquina. A veces tocamos la música, a veces la música nos toca, a veces… se toca”.

Para cuando lanzaron Computer World, en 1981, el tema del disco (la revolución del microchip) se puso al día con el sonido de última generación. Kraftwerk capturó a la vez la ansiedad por el potencial de las computadoras para la vigilancia y la desconexión (las inquietantes trepidaciones de “Home Computer”) y los tiernos anhelos humanos mediados por los sistemas de telecomunicación nuevos en aquel entonces (los estremecimientos y pálpitos de “Computer Love”). Pese a lo extraño de algunas referencias anticuadas (“Pocket Calculator” fue creada cuando Schneider llevó una calculadora musical al estudio), las preocupaciones del álbum aún resuenan en un presente en el cual estamos aún más simbióticamente fusionados con la tecnología y dependemos aún más de ella.

Para comienzos de los 80, Kraftwerk había creado un campo de fuerza de influencia tan potente que el mundo del pop de repente se pobló de grupos modelados a partir del sonido y la imagen de los alemanes. The Human League originalmente hallaron su camino tras las revelaciones gemelas de escuchar “Trans-Europe Express” y el disco electrónico de Munich de “I Feel Love” de Donna Summer, producida por Giorgio Moroder, y para 1981 se habían vuelto enormes estrellas pop internacionales por derecho propio. Gary Numan se robó la imagen de androide y con “Cars” produjo una interpretación más neurótica de “Autobahn”. Formado a partir de los restos huérfanos de Joy Division, New Order siguió siendo fiel al amor del difunto Ian Curtis por Kraftwerk, forjando un pop bailable electrónico empapado de duda y melancolía. Aunque crecientemente opacado por su propia progenie, Kraftwerk se las arregló para conseguir un mega éxito con la vivaz canción “The Model”, pero –tratándose de un corte de cuatro años de antigüedad, tomado de The Man-Machine– esto no logró dirigir la atención del público a la obra maestra del grupo de aquel entonces, el disco Computer World.

Mientras tanto, este, el más alemán de los grupos, estaba teniendo un improbable nivel de impacto en la música negra estadounidense. Salida del Bronx, “Planet Rock” de Afrika Bambaataa ha sido descrita como “la Piedra Rosetta del electro” por el historiador de la música disco Peter Shapiro. De ser así, uno de los lenguajes encriptados en ella es el alemán, ya que la pista es en gran parte un collage de Kraftwerk, que superpone los emotivos acordes de “Trans-Europe Express” al groove de bajo sintetizado de “Numbers”. En Detroit, Juan Atkins de Cybotron y Model 500 fue el pionero del techno con pistas como “Cosmic Cars” y “Night Drive (Thru-Babylon)”. Derrick May, aliado de Atkins, describió el frío electro-funk de Detroit como “George Clinton y Kraftwerk atrapados en un ascensor con solo un secuenciador como compañía”, mientras que su joven compañero Carl Craig capturó el atractivo de los alemanes con su famosa paradoja: “Kraftwerk eran tan rígidos que eran funky”. Lo más sorprendente de todo fue la influencia de Kraftwerk en el sur, donde el Miami bass, el bounce de New Orleans y otros estilos locales llevaron el limpio y frío sonido electrónico en una dirección incongruentemente lasciva. Resulta extraño pensar en Florian Schneider –fan de Bach y Schubert, un hombre que se parecía un poco al príncipe Felipe de Edimburgo– como el catalizador de generaciones de sacudidas de culo.

Enfrentado a toda esta competencia, su propia progenie, Kraftwerk tuvo dificultades para encontrar un nuevo ángulo que lo mantuviera a la cabeza del grupo. Si “Tour de France” fue una última explosión creativa, ya Electric Café, de 1986, sería superado por competidores jóvenes como Mantronix. Luego vino la revolución rave. Cuando Kraftwerk lanzó el disco The Mix, una colección de “grandes éxitos remezclados”, en 1991, el contenido remodeló de manera brillante las antiguas canciones para la pista de baile contemporánea. Pero el tour asociado estableció el patrón para el resto de la carrera del grupo: Kraftwerk dejaría de producir nueva música (aparte de una expansión en forma de álbum de “Tour de France” en 2003), pero realizaría esporádicos tours con presentaciones visuales cada vez más espectaculares del material pasado.

Vi tocar a Kraftwerk en 2014 durante una de esas excursiones al “museo del futuro” móvil. Para ese entonces, Florian Schneider había dejado el grupo hace ya mucho tiempo (dejó de tocar en vivo en 2006 y renunció formalmente unos pocos años después, la culminación de un largo proceso de involucramiento creativo cada vez menor). El show, en el Disney Concert Hall en Los Angeles, fue impresionante –era necesario usar lentes 3D– y la sensación de devoción de la audiencia era palpable. Pero ni este concierto ni las dos veces anteriores en que había visto al grupo, en 1998 y 1991, constituyen mi recuerdo más vívido de la música de Kraftwerk.

Este tuvo lugar cuando viajaba en un automóvil por la Autobahn real, en algún punto entre la Selva Negra y Colonia, hace ya casi doce años. Como muchos hombres, llorar no me resulta fácil: es menos probable que las tragedias o tormentos personales me hagan llorar a que lo hagan ciertas obras musicales o ciertas películas. Mientras veía pasar los campos de pastura por la ventana del acompañante, con el exuberante escenario puntuado por molinos de generación eléctrica cuyas aspas giraban con suavidad, el CD con ritmos motorik de Neu!, La Düsseldorf y Kraftwerk que había preparado para ese momento alcanzó una de sus mejores pistas finales. Puede que haya sido “Trans-Europe Express” o “Neon Lights” o la misma “Autobahn”; tuve que girar mi rostro y mirar fijamente por la ventana para ocultar mis lágrimas. No estoy seguro de porqué la música, tan libre de angustia y conflicto, tuvo este paradójico efecto. En parte fue una respuesta a la grandeza de su ambición, al logro alcanzado por el proyecto Kraftwerk. Pero también tuvo que ver con lo que Lester Bangs llamaba el “intrincado bálsamo” producido por la música misma: calmante, purificadora, fluyendo de manera plácida pero propulsiva. Una imagen titilante y apacible del cielo.

 

Por Simon Reynolds

Traducción de Rodrigo Zamorano

Este ensayo necrológico fue originalmente publicado como “How Florian Schneider and Kraftwerk Created Pop’s Future” en npr el 7 de mayo de 2020, tras la muerte de Florian Schneider el 21 de abril de 2020 a la edad de 73 años. Disponible en https://www.npr.org/2020/05/07/852081716/how-florian-schneider-and-kraftwerk-created-pops-future