El secreto de la acuarela es la negatividad y el accidente — junto con esto, la luminosidad y la limitación. Siento que nunca había sido tan mala para algo en mi vida, empujando agua entintada sobre un trozo de papel hasta que se convirtiera en barro. Si lo controlaba, lo deformaba. Si renunciaba al control, nunca encontraba forma en primer lugar. Los pigmentos eran como signos astrológicos, cada uno comportándose de acuerdo con una predestinación oculta, como el amarillo ocre interponiéndose en el camino del ultramarino, o cómo siempre habrá una mancha miserable de azul ftalo fuera de lugar.

Toda acuarela está al borde de la ruina, desde el principio, y la única forma de no arruinarla es saber cómo y dónde parar. El mejor acuarelista puede ser el que se aburre con facilidad y se aleja deambulando, pero yo soy un animal lamentable que debe perder un juego hasta ganar, lo que significa que cada victoria contiene universos de fracaso. En general pinto más allá de la pintura en sí, hacia el territorio degradado de la post-pintura, la pintura real dos metros debajo de mis fijaciones. He perdido muchos poemas por la misma razón, forzados al olvido por florituras, pensando que más trabajo mejora las cosas cuando más trabajo obviamente empeora casi todo en todas partes.

No recuerdo quién dijo que «hay dos tipos de poesía: la cruda y la cocida» pero sé que la verdad es que «hay dos tipos de acuarela: la cruda y la quemada». Una acuarela es un poema para el que sigo siendo mala, pero en secreto estoy segura de que la vida es un arte total, ni malo ni bueno. Una no debería condenar sus propios poemas o pinturas «malas» más de lo que condenaría un escalón por estar al final del tramo de escaleras que necesitas subir.

Además, me parece más interesante ser mala en algo que ser buena. Puede que el principiantismo sea como cualquier otra preferencia por la aniquilación: ¿cosas que siempre nos reducen al cero del principiante? El amor, la embriaguez, la divinidad, la belleza y la revuelta. Kierkegaard escribió que «allí donde hay amor, es lo más antiguo». Le respondí en los márgenes: «allí donde hay libertad, es lo más nuevo». Esto es lo que una pasión por el principiantismo también podría ser: un anhelo por que esa palabra en todas partes fuera de lugar, libertad, se adhiera finalmente al lugar correcto.

Toda práctica material es un doctorado en tener manos. Los mapaches comprueban la excelente erudición de los dedos; ellos mismos son, en techos y basureros, los artistas de la noche. Vienen de la alcantarilla al otro lado de la calle, y una puede imaginarlos viajando bajo las calles de la ciudad en una rutina de allanamientos, deteniéndose para desarmar mi basura. Son más cool y menos obsesivos que yo. Necesito dejar de pintar todo el tiempo. Todo el tiempo, necesito dejar de pintar. Es más fácil dibujar y pintar y soñar que escribir en tiempos de fatiga desgarradora, y además, una vez que se vio amenazada por el éxito, la escritura se transformó en una casa embrujada. El problema con la acuarela es que sucede tan rápido mientras sucede, incluso si hay un tiempo de espera entre medio. En esto es como un poema, que tarda mil años en hervir y un instante en derramarse.

Es mejor cuando solo tengo ideas sobre pinturas, como una fantasía de convertir el pasto en un cajón de cuchillos, o luego en un alfabeto. Es entonces cuando descubro cómo escribir paisajes, traduciendo las líneas del jardín a las líneas de una escritura ilegible. Escribo en estos alfabetos del éter y el bálsamo de abeja, así como los juncos son un alfabeto de IIIIIVVVVVVV. No creo que los alfabetos de mis plantas sean impresionantes, pero son una buena manera de tomar apuntes. Alguien más lee uno: cuando no escribo nada, en realidad he escrito R U ISEÑOR. «Entre sombras escucho; y si yo tantas veces / casi me enamoré de la apacible Muerte», dijo Keats a alguien sobre la vergüenza de ser un humano morboso y deprimido en un universo de pájaros cantores.

Principalmente lo que sucede es que el jardín demanda formas de culto más y más extravagantes, y todo lo que he hecho en él y para él y de él no es suficiente. Ahora lo adoro mediante la frustración y las pinturas Winsor & Newton, incluso si lo que hago no es realmente tan malo, al menos evito mirarlo durante mucho tiempo y luego lo vuelvo a mirar, fresco, como si no fuera mío y no estuviese banalizado: 10 veces más grande, al óleo, caro, en un gran lienzo sobre una pared blanca en una superficie lujosa. Pero si lo que hago ahora terminase de esa manera, habría perdido mi propio punto, que siempre fue sobre lo amateur y lo íntimo — pequeños retazos de papel pintado pegados en la pared sobre una cama deshecha de terciopelos de segunda mano en la que soñamos, de noche, con los muertos, con filósofos, con pasillos eternos y puentes subterráneos. El punto no era ser legitimada. Era comenzar. Era hacer al pasto el gobernante de un lenguaje de sueños, gnómico y ligero.

Como preludio a la inminente publicación de Preguntas para poetas, plaquette de prosa poética escrita por Anne Boyer, compartimos este ensayo de la misma autora, publicado el 22 de julio del 2001 en su blog MIRABILARY. Boyer es una poeta estadounidense que toma posición, siempre, sin titubear, por la belleza y contra el capital. Le tenemos mucho cariño.

Martín Berliner, traductor

Luciole Ediciones