“Un público horrorizado y fascinado a la vez.”

Marie-José Mondzain.

Cuando tenía aproximadamente 4 años, en la semana santa del 2004, recuerdo que vi por primera vez una procesión en el barrio de mi casa en Suba. Llevaban a un hombre ensangrentado, moribundo y con un rostro doliente; miraba hacia el cielo, con un gesto triste, cabello largo empapado por la sangre, una corona que le lastimaba la frente, apenas con un paño en la entrepierna, llagas en manos y pies, y su torso bastante delgado. Este sujeto estaba en una cápsula de vidrio, recostado a lo largo de la base de madera, en la que se sostenía apoyando su codo, su cadera y sus piernas. La caja la estaban cargando otros hombres vestidos de blanco en cada esquina, mientras que todos seguíamos a este individuo que para mí agonizaba, me parecía espantoso cómo todos alababan su sufrimiento, pero nadie se detenía a bajarlo y auxiliarlo. Muchas personas tras este cuerpo seguían su padecimiento. Yo, a mi corta edad, solo estaba asustada y consternada por el acontecimiento. Entonces, decido preguntarle a mi abuela por lo que estaba pasando, ella con una sonrisa en el rostro me explica que es una estatua, que en realidad no es una persona viva, es nuestro señor Jesús.

Esta fue la primera imagen que logró impactarme, me hirió, me hizo sentir empatía por el hombre agonizando al que se paseaba por la calle. Esta imagen que vi reproducida en cada iglesia eternizada en el tiempo, el templo como repositorio de sufrimiento y culpa del ser humano. Más resonaba: nuestro señor, ¿acaso sentir la vulnerabilidad de un cuerpo posibilita sentir posesión sobre él? ¿acaso el dolor lo hace más humano? ¿acaso el sufrimiento es la forma de sentirnos más identificados? ¿acaso el que sea nuestro señor nos permite exhibirlo agonizando en las calles? ¿Acaso el ser flagelado es lo que lo hace sagrado o una figura divina? ¿la imagen violenta perpetúa que sintamos culpa para mantener habitado el templo?

La imagen del cuerpo doliente de Jesús masacrado por el pueblo romano ha sido la más prostituida en la historia de occidente. Se sitúa la figura de un Dios en la pornomiseria misma ¿qué implicaciones sociales ha tenido esto? La iglesia se ha inclinado por mostrar el lado trágico de la vida de Jesús, tanto así que se le nombra como “Cristo”. Cristo en latín como mesías y salvador al ser brutalmente asesinado y torturado en una cruz, ésta se convirtió en símbolo sagrado en la historia cristiana de occidente. Por esto, para términos críticos en este texto se le nombra Jesús, más allá de la idea despiadada por la que se le reemplaza el nombre a “Cristo”.

El amarillismo iconoclasta en el catolicismo está fundamentado en realzar la miseria y crueldad humana como herramienta narrativa con el fin de crear un producto consumible para las masas. Estas imágenes están arraigadas a los espacios sociales, la ideología y las formas de entender la realidad que habitamos “{…} se cree, se aprende, se informa, se transmite a través de la imagen. El miedo de los simulacros deja paso al culto de las imitaciones” (Mondazin, 2016, p. 7). La religión condena a la humanidad a sentirse culpable para establecer un orden moral, además del sufrimiento que deviene en las múltiples maneras de evitarlo. Constantemente se tiene miedo, miedo al dolor, miedo al rechazo, miedo al castigo, miedo al Dios al que se enseña a temerle y amarle, por su bondad, por conceder el libre albedrío, pero su inagotable reproche hacia seres que creó como imperfectos. El Dios católico a imagen y semejanza del ser humano: psicópata, cruel y despiadado, ese Dios que pone en juicio a sus hijos a partir de su irónico poderío. Hace que asesinen a su hijo Jesús, que es una extensión carnal de sí mismo, para salvar el pecado de sus otros hijos a quienes hizo imperfectos. Un Dios hombre, blanco y bélico que reproduce una sociedad paternalista ecuménica, en la que el hombre es centro de decisión, acción y protagonismo. La imagen nuevamente es encarnada en la vida social:

{…}La imagen triunfaba a lo largo de los siglos y todos celebraban la dominación incontestada de lo visible y de los espectáculos con total legitimidad. Desde luego, la revolución cristiana es la primera y la única doctrina monoteísta en haber hecho de la imagen el emblema de su poder y el instrumento de todas sus conquistas. (Mondzain, 2016, p. 4)

Ahora bien, se le huye al miedo, la culpa y el sufrimiento, no obstante, a lo que se le huye es lo que precisamente atrae de modo imperante. Por lo anterior, es tan atractiva la imagen de Jesús moribundo. ¿Por qué una imagen de dolor podría ser más memorable? Está asociado con que es una imagen ícono en el caso de una estatua o una pintura, o índex, que es huella de un momento como ocurre con la fotografía, por ejemplo, con la producción cineasta de la crucifixión: foto en movimiento (Dubois, 2015) esto refuerza la idea de “Dios/mesías” porque nos permite sentirnos más cercanos a lo retratado, es reproducido un acontecimiento al infinito, testimonia un relato y materializa un discurso. El sufrimiento como lo más mundano, pero la crueldad infringida también como muestra de la perversidad de lo humano.

Crucifixión, desde mi perspectiva cruz y ficción, la imagen a menudo termina siendo la ficción de la realidad misma, más en esta ficción se establecen las estructuras más sólidas de la humanidad. Para la ficción, la imaginación, para la imaginación la imagen (Didi-Huberman, 2004) que trae a la vista, al recuerdo y al pasado como huella permanente de un presente. Debido a esto las imágenes del dolor en el catolicismo son tan importantes en la fe, en la religión y en la historia. Evoca una doctrina basada en encontrar lugares comunes con el cuerpo vulnerable de Jesús, sumado a una cómoda lejanía al observar el dolor, sentir empatía y culpa por este.

La adoración a la imagen es clave para entender la profundidad del suceso. Puesto que, no es solo una estatua o una representación, esta materialidad es en esencia sagrada, unas maneras de aproximarse a lo divino. No es porcelana, no es un cuadro, no es una ilustración, es un ente sagrado encarnado en materia. Por esta razón es posible apreciar cómo a estas imágenes se les otorga una magna performatividad con su medio y las personas que la frecuentan cuando se les adorna, se les reza, se les besa, se les toca, se les persigna, se les teme, se les recorre, se les carga, se les cuida y se les alimenta “{…} Tal fue el sentido de la encarnación que daba carne y cuerpo a una imagen, al tiempo que le atribuía el poder de conducir a la invisibilidad de su modelo divino” (Mondazin, 2016, p. 9) La imagen traspasa la esfera de lo transcendental como invisible y lo hace posible mediante la cercanía de la materia.

La imagen sacude la conciencia que es pecaminosa y diabólica (Fontcuberta, 2011), un exceso de violencia que se hace insoportable, por eso las masas se arrodillan ante el dolor del crucificado, un sufrimiento desbordante y crudo que sobrepasa los límites posibles:

{…} La imagen como condensación de la visualidad empírica no solo participa poderosamente en la transición de esa experiencia, sino también se incrusta en los sucesos, contribuye a fraguar nuestro efecto de realidad. No solo se produce una adherencia de lo real en la foto, también hay una adherencia de la foto al acontecimiento, contribuye a forjar el acontecimiento (Fontcuberta, 2011, p. 22).

Así, se concluye cómo la imagen crea mundo y lo reproduce “{…} de que quien se ampara de las visibilidades es amo del reino y organiza la autoridad de las miradas” (Mondazin, 2016, p. 7) La imagen nunca es objetiva, es un compendio de fuerzas, no un mero reflejo de la realidad (Fontcuberta, 2011). La tortura en la figura de Jesús llena de culpa, empatía, compasión y reflejo de lo social. Tiene fines eminentemente morales, éticos y políticos. La religión busca que se corresponda al sufrimiento representado, no hay revictimización pues Jesús condensa todo lo humano, aunque se sale de lo humano. Su imagen ha sido esencial para la construcción de identidad, ideología y creencia. Por tanto, las imágenes hieren, enseñan, adoctrinan y construyen. En este caso en la religión católica que es, en efecto, un culto y adoración a las imágenes, imágenes de sufrimiento.

 

Por Sören Molano-Cajamarca

 

REFERENCIAS

Didi-Huberman, Georges (2004) Imágenes pese a todo. Paidós: Barcelona.

Dubois, Philippe (2015) El acto fotográfico. La Marca Editora: Buenos Aires.

Fontcuberta, Joan (2011) Indiferencia fotográfica y ética de imagen periodística. Gustavo Gili: Barcelona.

Mondzain, Marie-José (2016) ¿Pueden matar las imágenes? Capital Intelectual: Buenos Aires.