Casi 9 años han pasado años desde que los periódicos “oficiales” pronunciaron, por fin, su nombre: “Impacto mundial por repentina muerte de la artista Hija de Perra”, decía la Estrella de Valparaíso; Google se llenaba de mensajes sobre su “fallecimiento, no su muerte, porque Hija de Perra vive entre nosotros”, como decía el tuit de Víctor Hugo Robles. La fama fue tal que hasta Andrea Molina se dio por aludida ante el comentario “Murió Hija de Perra!”, a lo que respondió furiosa, con la excusa de defender a los perros y a las perras que cuidan de sus hijos. Sin embargo, a pesar del revuelo, ninguna de todas las noticias tenía más de media página escrita sobre esta increíble performer, artista, cantante y actriz del under chileno ¿Por qué?

Abandonada de pequeña por sus padres drogadictos y alcohólicos en las calles de la periferia santiaguina, fue capaz de sobrevivir gracias a su abuela quien la recogió, llamándola por siempre Hija de Perra, y jamás por su nombre. Poco a poco fue acostumbrándose, tomando cariño a este sobrenombre y olvidando el suyo. Y se acostumbró a ser denigrada y humillada: “¿eso es algo normal? Claro que sí ¿Cuánta gente es humillada toda la vida? Por algo existe la gente fea y la gente desgraciada de la belleza que diosito te da al minuto de nacer”. 

Hija de Perra nació desde la obras de John Waters “Pink Flamingo y “Femme Trouble”; nació desde la obra de teatro pánico con un colectivo llamado Nostalgia de la Locura, donde fue una enfermera con brotes psicóticos que atendía mal a los pacientes del manicomio; nació de las fiestas spandex; de las fiestas lesbianas; del Club Bizarro. Nació de la periferia santiaguina donde “abunda la prostitución el crimen hormiga y el crimen organizado. Entonces yo desde pequeña miré y me causaba gran conmoción ver a estas chicas con su look putichuli excéntrico, que arriesgaban su vida en las noches para darle placer al macho y eso me encantaba y deleitaba mi alma. Y de ahí viene todo en realidad”.

Nació de la imaginación del agradable Wally, joven diseñador que decidió entregar un mensaje al mundo, un mensaje sobre lo placentero de la vida, sobre los límites ineptos, sobre la divergencia, el travestismo, la marginalidad, la diferencia. Hija de Perra, nació a los diecisiete años cuando empieza a putear; de la dictadura y de los desaparecidos; de las casas okupa; de sus padres que lo acompañaban a los eventos, a las marchas, a las ponencias en la universidad. Hija de Perra, nació de la inmundicia, de la exhibición, de los tabúes, de lo público, de lo privado. Nació en este país tercermundista que se creyó jaguar de latinoamérica; del precio del Transantiago; de las tiendas de ropa; de la promiscuidad; de las enfermedades de transmisión sexual (ETS). Nació de nuestro contexto “Si todo fuera perfecto no existiría”; de la realidad del chileno de clase media, o media baja; del joven que toma consciencia sobre lo inmunda, resentida y doble estándar que es Chile, esta sociedad que acepta puteríos, pero no condones. Esta sociedad donde el sexo es pecado y gloria al mismo tiempo.

Hija de Perra era una “mujer inmunda, asquerosa y ordinaria que nace de la prostitución periférica de la ciudad. Todas las mañanas se levanta y se demora media hora en maquillarse aberrantemente y salir a la calle con su sostén push-up a menear el culo”.  Y se le podía observar caminando por las calles de Santiago y de tantos espacios que llenaba con su pelo suelto, largo, negro; con su pelo corto y liso; su pelo tomado por una sensual cola de caballo que caía oscuramente por su espalda. Se le podía observar con las pechugas al aire cortándose los pezones en los clubs o fiestas del país; se le podía observar apoyando a sus amigas en diferentes eventos. Se le podía observar tirando caca, semen y distintos fluidos a un público que no sabía si amarla, odiarla, respetarla, snobistamente entenderla, compartir su discurso, o simplemente ver que Hija de Perra era un personaje real. 

Era una performer, tenía problemas con los travesti, con los neonazis, con la Iglesia, con los teóricos del arte, con las figuras políticas, con el arte como institución, hasta con el mercado chino que hizo quebrar su negocio de ropa. Un personaje que “se escapa del binarismo de género, me gusta el disidencia sexual y ese es el mensaje que quiero provocar en ti, para que te des cuenta de las normas y las estructuras y programaciones que te hacen pensar de una determinada forma y que en realidad es fácil pensar, porque es gratis, de que las cosas no son como nos las pintan (…), y así podemos ir soltando los globos que alguna vez nos hicieron agarrar con tanto esfuerzo”, cuenta en una entrevista, prácticamente sin cerrar los ojos, sin pestañear, haciendo gestos con las manos, mirando fija a la cámara, evocando al espectador para que se le ericen los pelos de la cabeza a los pies al ver su atractivo travesti.

No le importaba nada más que incomodar, traumar, alejarse del status quo cultural, del espectador y de su reacción para centrarse en un discurso, y muchas acciones que mostraba para que llegue a quien quiera recibirla. Al respecto, los medios llegaron a entrevistarla, tanto los oficiales que jamás subieron las notas, como los alternativos que la mostraban al menos una vez al año; llegaba también la prensa internacional y enviaba el mensaje hacia afuera con sus compañeros de trabajo, sin cambiar el discurso en La Academia del Humanismo Cristiano, en la Universidad de Chile, o donde fuera que estuviera. 

Un discurso, que hablaba directamente de las enfermedades de transmisión sexual, al igual que las canciones de su banda “Incandencia Transgénica”. Las ETS, son un punto esencial en el mensaje y no solo en las canciones, sino también en las ponencias y conferencias que dictaba en las universidades, pues ella La Perra y la Perdida, las habían tenido todas y las conocían como nadie, las llevaban a un lenguaje corriente, a algo comprensible, rescataban la ineficacia del condón frente a algunas enfermedades, a lo necesario de su uso en las relaciones casuales, a la necesidad de “masturbarse con amor propio, porque si tú te amas sabrás que no puedes acostarte con cualquier persona”

Así, esta gran performer buscaba un puente que rompiese tabúes y lograse unir a la gente gay, lesbiana, travesti y de todas las categorías que la sociedad quiera estigmatizar. Era una artista libre y solidaria, jamás compitió con sus pares, era un ser generoso que rompía con los juegos de poder –sencillamente no los practicaba–, era una persona íntegra, confiable, seria en su labor y dedicada al 100%. 

Ni siquiera dio pie a las amenazas, jamás las mencionó. Hizo caso omiso a los mensajes de golpe y de muerte. Se dedicaba a su labor, a ir a las okupas, a hacer sus shows en los bares clandestinos, a cambiar su perfil de facebook cada vez que la censuraban, pero sin cambiar su discurso, sin dejarse sobrepasar por la dura coraza de los chilenos censuradores y adictos al sistema.

Teníamos un sentimiento abyecto”, junto con Irina La Loca, Perdida y varias amigas manifestaban su arte de toda el carne a la parrilla, este arte era resultado directo de la censura dictatorial, de las políticas económicas y de nuestra sociedad, tal como La Perra, muestra en sus películas o cortos: “Empanada de Pino” y “Perdida Hija de Perra”, donde, como exhibe el documental “Tan inmunda y tan feliz”, de Wincy Oyarce, estrenado hace unos días en el Centro de Arte Alameda, impresionaba junto a sus amigas cercanas con una brutal actuación. 

En el mismo documental señalan con fuerza cómo enfrentó el diagnóstico y al SIDA, enfermedad que desencadenó en la muerte física de la performer. Aunque ella no ha muerto, Hija de Perra es inmortal en este tercer mundo que se ha armado de una escena de travestidas, de performistas y de académicas que aún está comprendiendo y disfrutando la dimensión real de Hija de Perra.

Por Elisa Massardo

 

Fotografía de portada e interior por Lorena Ormeño