Confiadamente declaro por verdad que miento: y esto, espero, puede ser una excusa para todo lo demás ya que de antemano confieso cuál es mi culpa: que escribo de cosas que no vi ni sufrí, ni he escuchado (…) Que nadie entonces, en ningún caso, les dé crédito alguno.
Lucien de Samosate

 

Recuerdo estar viajando en el metro hacia Valparaíso para asistir a la Universidad cuando me enteré de que la producción de la tercera temporada de Twin Peaks estaba cancelada. David Lynch expresaba que Showtime no quería entregar los recursos para realizarla de la forma que él esperaba. Finalmente el viejo ganó el gallito y yo volví a ser brevemente feliz.

La primera vez que  me dispuse a darle play a los “Picos Gemelos” fue después de ver la mayoría de la filmografía de Lynch. Encontré un torrent que tenía la versión remasterizada y comencé mi viaje como escolar. Me encontraba en una depresión profunda, lidiando constantemente con pensamientos invasivos que me hacían sentir que dentro mío había algo tan, tan podrido, que no tenía salvación. No era algo que pudiera – o sintiera – podía hablar con alguien. Debía esconderlo y tratar de actuar como si no existiera.

La muerte de Laura Palmer, encontrada en una bolsa de plástico cerca de un lago de un pequeño pueblo aparentemente idílico ubicado en el estado de Washington, cerca de la frontera con Canadá, no me hacía presagiar algo distinto de las otras películas de Lynch: la perversión dentro de la sonriente vida estadounidense. La aparición del agente especial Dale Cooper, probablemente el papel de la vida de Kyle MacLachlan, hacía presagiar un thriller policial, género del que quizás me hice fan después de ver con mi madre tantas historias de asesinos seriales y la búsqueda por encontrarlos. Sin embargo, bajo la música de Angelo Badalamenti, comenzaba a darme cuenta de que me estaba comenzando a encontrar con algo más, ¿qué sería ese más?.

Existe algo quijotesco en la creación de Mark Frost y Lynch ¿Una serie o teleserie? ¿Una serie sobre teleseries?. Sin embargo, la parodia no es una palabra que la pueda definir, si bien hay arcos narrativos clásicos de una teleserie, y otros propios de Los Expedientes Secretos X, Twin Peaks no tiene intención de ser paródica. Miente con sinceridad. Miente con humildad. Claro que eso no evita el humor lynchiano, pero hay una riqueza sublime que se va acumulando al pasar de los capítulos y que va atravesando la piel y los tejidos musculares hasta llegar a la médula ósea.

Lynch nos regala pronto uno de los momentos más memorables de la televisión, el sueño de Cooper dentro de la Black Lodge, recibido por su anfitrión, un enano vestido de impecable traje rojo que baila al ritmo de Badalamenti y la fantasmagórica Laura, los dos hablando y no hablando al revés. Laura le revela quién la asesinó, pero Cooper no puede recordarlo.

De allí en adelante el thriller empieza a convertirse en una trama de espacios místicos. Resuelto el asesinato de Laura la serie no finaliza, y he aquí que el arco narrativo comienza a volverse centrífugo. Acompañados de Hawk, el deputy indígena que le da las primeras pistas a Cooper de otros mundos y el mayor Garland Briggs, quien trabaja en un proyecto secreto de comunicaciones con el espacio exterior, Twin Peaks, en su segunda temporada (a pesar de las críticas por la ausencia de Lynch en algunos capítulos) comienza a atraparte en su propia mitología, en el sentido más arcano de la palabra, donde la obra trasciende lo contextual o lo autoral. El final, en el que Cooper se ve atrapado en la Black Lodge perseguido por su propio doppelganger y vuelve a la tierra como siervo de Bob, el espíritu maligno que pareciera ser el causante de todos los males, debe ser uno de los finales más conmocionantes de la historia televisiva. Porque Cooper no es sólo un buen detective, sino una de estrictos valores y expandida conciencia, un hombre que se enamora de la ternura de la pequeña provincia y que no teme adentrarse por dónde sea que haya que ir, incluso si eso significa un lugar fuera de la realidad ordinaria.

Para nada un cliffhanger. El cliffhanger sale a página antes, cuando Cooper se encuentra por última vez con Laura en la Black Lodge y ella le dice “Nos vemos en veinticinco años, mientras tanto…”.

Sin poder de alguna manera darle palabras al fenómeno, sentía que había visto algo que me quitaba un peso de encima, que hacía de mi locura algo más tolerable en este mundo donde las cosas no se terminan en uno y en los misterios que de momentos nos es imposible entender.

Para los mapuches, los sueños o peuma, tienen la misma importancia que la vida despierta. Las machis reciben su llamada en un sueño. Esta idea no es propia solo de los mapuches, sino que vuela por distintas etnias americanas y de otros lugares del globo. Un día, muchos años después, soñaría por primera vez con mi ancestro, quién, vestido con su poncho y trarilonko, me revelaría un secreto de su sabiduría justo en el momento en el que un compañero de mi infancia iba a estar por golpearme con toda su rabia.

Sueños que se difuminan entre la vida terrenal y aquella otra. Veinticinco años después, los que amábamos la creación de Frost y Lynch volveríamos a sentir esa sensación cuando se anuncia que finalmente Showtime decide ceder a las demandas de Lynch y volver a poner el proyecto en marcha, que se estrenaría, tal como le dijera Laura Palmer, veinticinco años después.

Pero había un doble sentimiento, ¿qué sería de esta última entrega?. Un revival sin sentido, una obra maestra, o algo entremedio que nos deje con sentimientos encontrados. Llegado el momento, viendo cada semana a semana Twin Peaks: The Return, la respuesta se hacía más clara. Lynch volvía aún más monumental y salvaje que las temporadas anteriores.

Una película de dieciocho horas, así la definía. Un estilo cinematográfico renovado, Badalamenti a cargo de nuevo, presentaciones desde Eddie Vedder a NIN en el Roadhouse, MacLachlan haciendo un triple papel que lo encumbra más de lo que ya estaba, etcétera, la lista es interminable.

Lynch decide hacerse cargo desde donde existían más criticismos, el arco con el Mayor Briggs, las fuerzas fuera de la tierra que son estudiadas por un grupo selecto de militares y del FBI y lo hace literalmente, porque vuelve como uno de los protagonistas con su querido personaje, el sordo deputy director del FBI, Gordon Cole. Este doble gesto, de dirigir cada uno de los capítulos y ponerse a sí mismo a empujar esta enorme piedra, habla de su compromiso con la obra. A la búsqueda de Mr. C o Dale Cooper, una perversa versión de Cooper, Gordon y su equipo hacen de la mentira, de la sátira, un camino épico a una realidad más real que la de nosotros, preocupados de cuánto gastamos en la última compra y del mail que debemos enviar.

El capítulo octavo, que pasa a la historia nuevamente como otro hito televisivo, nos muestra el nacimiento de Bob, en una imaginería surreal que sólo podría lograrse así, luego de todos estos años. La serie va atando todos los nudos para el penúltimo capítulo, donde Mr. C y Dougie (el personaje donde Cooper se encuentra preso), se ven las caras en la comisaría de Twin Peaks, y, digámoslo así, la historia termina, sólo para, literalmente, abrirnos la puerta a otro final, el último capítulo que siendo tan humilde en sus recursos es el mejor para mí. Como me dijo un buen amigo, es como un sueño lúcido. Cooper y Diane viajan hacia un lugar del cuál no sabemos mucho, la atmósfera es eléctricamente tormentosa, hay pocas palabras. ¿Quién es este Cooper? ¿El bueno, el malo, el estúpido?. Diane desaparece, Cooper continúa su camino. Encuentra a Laura al otro lado de EEUU, salvo que no se llama Laura. Logra convencerla de llevarla a Twin Peaks, y todo termina con una pregunta ¿qué año es? y un grito ensordecedor. Tanto como quizás lo hiciera la segunda temporada, un final que decide no finalizar pero que no es un cliffhanger.

Twin Peaks: The Return nos regala la nostalgia necesaria de las primeras temporadas, pero su aventura es mucho más aguerrida, y su final es un sueño sin fin, es decir, un mito, y crear un mito en estos tiempos es una tarea titánica que Lynch se echa al hombro como director y agente del FBI, subiéndole el volumen a sus audífonos para ver si nosotros realmente estamos escuchando, a ver quiénes son los sordos, qué tanto hay que tener la paila abierta, qué tanto hay que abrir los ojos cuando los tenemos cerrados, cuando el silencio de la noche nos abre la puerta a otro mundo que como detectives intentamos descifrar, pero siempre nos deja con una pregunta. Vivamos la pregunta, vivamos el misterio… Viva Twin Peaks.

Por Tito Villegas