Pasé la tarde con Andrómaca. Tomamos un par de drinks en el club y salimos a probar mi auto nuevo y asustar a los peatones-muñeca en el hermoso atardecer, hora de equilibrio. El cielo estaba azul sólo hasta la mitad. El aire provocó un repentino stop del presente, y los yo-mismo se calmaron y dejaron de crecer un rato. Más de uno me había desconocido esta vez, porque yo había vuelto más pálido y con el pelo muy largo. Pronto nos alejamos del pueblo y empezamos a circular entre árboles-nubes y ojos-de-ladrones. Mi Andrómaca empezó a tener miedo.
¿Miedo a qué? Al ataque mortal, a la feroz violación de canela. Yo comentaba el paisaje para que se olvidara de mí.
-¿Sabés que ahora soy un asesino, le conté, un misterioso narigudo, un amigo de Margarita Chopín? Un día entré a una casa abandonada y Drácula me dio un beso…
Ella se rió (sabe que estoy loco) y dijo: entonces sos Drácula, sos como él, y me pinchó con dos puntudos meñiques debajo de la oreja, mientras decía: qué honor para mí, pasear con un señor tan famoso.
Prendí la radio y aceleré. Grandes vampiros blancos se metieron en el auto. Con el aleteo nos asfixiaban. ¡Misteriosos pájaros! Y más tarde…
¡Me pareció ver un pájaro Dodo! Gritó Andrómaca. Entonces trataremos de cazarlo, dije yo. Es un pájaro muy valioso.
Tengo ganas de otro Strawberry, dijo. Nos volvimos, entonces. Ya era de noche oscura. En el club estaba Luis el manco con un ávido gato en el vaso. En otra mesa, una preja de desconocidos de aspecto triste.
¡Qué paseo! Dije cerrando los ojos (las dos gotas de agua de la fuente de Fraternidad) en los párpados de mi cabeza. ¿No se perderá (este paseo)?
Después volvimos a dar unas vueltas y no nos pusimos de acuerdo acerca de encontrarnos o no después de la cena.
Todas las noches me acuesto a las doce, dijo ella.
Yo largué una risita. Es la hora crítica amiga, ¡ja!
Como último consejo (¡ay!) le dije: Cerrá bien la ventana a medianoche, como vivís en la peligrosa calle Marge…
Y después, el complemento amoroso:
En cuenta nos vimos al día siguiente, me mostró dos agujeritos blancos que tenía en el cuello y me dijo: Fuiste vis, César, fuiste vos. Cuando yo me dormí vos me hiciste esto. ¡Malo! Fue una fea broma. Y además, te fuiste sin despedirte. ¡Bah!
(¡Vaya! Andrómaca había entendido mal mi “cerrá bien etc.” Y me había esperado -mientras yo dormía como un animal- y había abierto la ventana hasta la hora del crecimiento incontrolado del minuto cero que separa los días…)
Pero no le dije la verdad. Además, le di un beso muy tierno en el cuello y le regalé una manzana. Cuando nos despedimos le dije que me volviera a esperar.
Esa noche, me escondí en el rosal del patio de su casa. A las doce una sombre se apareció. Me acerqué y lo pesqué por los brazos.
Nos subimos a un altillo lleno de pollos abullonados. Lo enfoqué con mi linterna y me reí.
¡Vaya! ¡eras vos! Dije. Otra vez me seguiste.
Él miró la oscuridad. Estaba avergonzado; no es para menos: se aprovecha de mis amores y de mis negocios, y hasta suele meterse en mi auto a dormir, a veces. Pero no hay remedio; en la Naturaleza, el hermano del Hombre Feliz no es feliz, el rico se vuelve pobre, y el ciego viaja subido a los hombros del paralítico: todos son opuestos.
De pronto se sonrió y me señaló el cielo, donde un grifón y un grifín bailaban abrazados entre las lunas.
CUENTO DE INVIERNO ADIVINANZA
Había un hombre que vivía al lado del cementerio, un rengo que se pasaba la mitad de los días borracho pero era muy habilidoso para hacer fuegos artificiales. Yo lo conozco porque cada Añonuevo íbamos a encargarle 10 cañitas voladoras que él fabricaba del tamaño que vos querías, nosotros le decíamos así (gigantes), y a las doce las tirábamos desde la terraza y eso en vez de Añonuevo parecía el fin del mundo (no solo por el fuego; por los gritos que pegábamos sobre todo).
Una noche oyó que golpeaban a la puerta: Toc Toc. Abrió y se encontró con un lagarto. Qué sorpresa. -Qué quiere, le preguntó. -Comerte mejor, dijo el lagarto.
Perceval terminó el cuento con los ojos cerrados y la boca abierta, y se puso cabeza abajo. -Tengo que pensar muy profundamente, dijo.
“En mi pueblo el cementerio estaba muy lejos, lejísimo, casi en medio del campo. Y al lado había una casita como una amapola que de día siempre estaba vacía, ¡pero a la noche! ¡Qué orgías! ¡Se llenaba con los muertos que iban a jugar al truco! Una noche, cuando ellos estaban repartiendo los naipes, se apareció un desconocido con capa, anteojos ahumados y un sombrero. Les preguntó si podía sentarse a jugar con ellos. Los fantasmas le dieron una silla (estaban contentos, ¡por fin alguien los acompañaba!) y jugaron hasta que se oyó el primer gallo. -Adiós, dijeron, tenemos que irnos. ¿Pero quién es usted, señor? Le preguntaron a su nuevo amigo; no querían irse sin averiguar quién era. Entonces él se sacó su disfraz y sabés quién era.
-Kin Kong
-No. El hombre y la bestia.
-¿Y no tenía miedo?
Perceval murmuró “no, no tenía” y bostezó mirando la lluvia. Qué aburrido estoy, Victoria, no sé qué podríamos hacer. Podríamos.. jugar tal vez al ajedrez, o empañar el vidrio de la ventana y dibujar un laberinto… o… transformarlos en caracoles…
-Ojalá salieran los soles
dijo Victoria mirando la ventana
-Querés que te siga contando de mis amigos, dijo Perceval. Conozco a otro: vivía atrás del cementerio (la pared de su casa tocaba con la pared del cementerio) y era sordo porque tenía una bola de naftalina en cada oreja. Una noche… una mano lo acariciaba y él soñaba son el aletear de un pájaro picudo, hasta que se despertó y prendió la luz: ¡era un ratón!
-Qué hacés, le dijo.
-Nada, dijo el ratón.
-Bah, exclamó mi amigo. (¡Vaya! Pensaba, ¡este animalito es muy feo! ¡Sí!)
-Yo amo a los animales, dijo Victoria, a todos hasta los ratones, y las orugas y las víboras y las hormigas y los patos y…
-Ya sé, la interrumpió Perceval, TODOS. ¿Los murciélagos también?
-Algunos sí, otros no, dijo Victoria mirando el techo.
Perceval se quedó pensativo, y al rato: -Ahora viene el final con todos los animales. No me acuerdo ningún chiste más. (Empezó a hundirse en su alma, pero…) ¡ay! ¡Ahora que me acuerdo! ¿Sabés la verdadera historia de Drácula?
-YO SABÍA, YO SABÍA, gritó Victoria, SIEMPRE LO MISMO, NO, NO, NO ,NO ME GUSTA, me da MIEDO, y se tapó las orejas.
-Pero si no es de miedo, te juro que no es de miedo. Las falsas historias de Drácula son las de miedo, la verdadera no.
-A ver
Drácula vivía en un departamento cerca del cementerio de Flores, y se la pasaba llorando y suspirando el día entero. Hasta que un día se le apareció su hada madrina y le preguntó qué le pasaba. -Lloro porque quiero saber qué hay más allá de la muerte, dijo él.
El hada, muy seria, desapareció, y volvió al día siguiente.
-Drácula, le dijo, te atreverías a bssss bssss -se lo dijo en voz muy baja
-Sí sí dijo Drácula dando saltos de contento
–¿Viste que no da un pito de miedo? Dijo Perceval. Victoria suspiraba aliviada. -Pero ahora, vos entraste en el secreto. Algún día, si lo vemos por la calle te lo voy a mostrar; él es muy parecido a Christopher Lee, pero más flaco. Yo lo veo siempre en los cines, o comprando cigarrillos, o caminando. Pero sobre todo en el Italpark. Los vampiros sienten una irresistible atracción por los juegos mecánicos.
-¿Pero descubrió algo al final? Preguntó Victoria impaciente.
Perceval pensó un buen rato y dijo:
-Sí, un día golpearon a la puerta y él abrió y a que no sabés con quién se encontró.
-Con King.
-No, con el lagarto y el ratón y el hombre y la bestia.
-¡John, Paul, George! Gritó muerto de alegría, ¡por fin vuelven! ¡por fin vuelven! ¿Adónde estuvieron todo este tiempo?
-Pasamos una temporada en el invierno, dijeron ellos.
Por César Aira
Originalmente publicado en el primer número de la revista El Cielo, dirigida por el mismo Aira junto a Arturo Herrera, el año 1968. Oropel agradece la invaluable labor de AHIRA para recuperar y conservar la historia de las revistas argentinas.