“Deseo mostrar al mundo, clara y concretamente,
Una serie de simples acontecimientos
domésticos que,
por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y anonadado”.
Edgar Allan Poe (Extracto de “El gato negro”)
Tengo sangre…
Sangre ajena que corre por mis manos y borrosa yace por mi cara. No puedo contener la calma. El olor se adentra por mis poros y me intoxica. Arden mis manos, pesan mis brazos, no logro estar tranquilo, un odio profundo circula en mí, en mi vida entera, mi pecho explota en un calor insostenible y miro la escena frente a mí: miro los muros salpicados, sucios, miro el suelo púrpura, miro el color insoportable y áspero de mi venganza, de mi destrucción y veo eso que está destrozado en el comedor, pedazo inmundo, tóxico, asqueroso, desagradable, inerte.
-Maldita, mil veces maldita, si meditara sobre lo que te hice hoy volvería al pasado solamente para volverte a destruir, sucio pedazo de nada, que asco tus entrañas, tu sangre, tus ojos reventados, tus brazos caídos, mil veces maldita, todo lo que te hice lo haría mil veces más y te juro que en cada repetición disfrutaría cada vez más el verte destruida-susurro…
En esta, mi siguiente declaración, no quiero comprensiones, no quiero el perdón de mis hermanos, no quiero la absolución de Dios, ni siquiera un juicio… Ni siquiera piedad, solo describiré los hechos que me llevaron a destruirla, las razones de lo que ustedes podrían pensar que fue un acto de locura, y que yo lo llamaría una liberación; un ajuste de cuentas, yo lo hice porque fui una víctima de las circunstancias, yo lo hice porque el dolor me obligó, yo lo hice porque pude ver que no hay salida, yo lo hice porque dios así lo permitió…
Cuatro años han pasado, cuatro años de aquella noche de año nuevo en donde fui violado… si… tenía doce años, había bebido por error, ¡no! ¡Ahora recuerdo! No fue por eso. Fue porque quise, a escondidas de todos, probar el licor; me emborraché casi inmediatamente cuando bebí un vaso de no sé qué trago, mi padre me llevó en brazos a la pieza de mi abuela, mi mente se movía por las paredes de esa oscura habitación, mi cuerpo sentía el alcohol hacer un efecto de muerte en mí, sentía que el ambiente mismo, el aire en sí, me movía de un lado para otro en giros incontrolables…
La puerta se abre lentamente, entra por la pieza, determinada, malévola, perturbada, se acerca a los pies de la cama, me desabrocha el pantalón y me comienza a tocar, ¡yo en pánico solo le decía no! ¡No! ¡Por favor, por favor!; se sube encima de mí; me dice que me calle, que no debí beber tanto, que esto ocurre, que está ocurriendo por mi culpa, que guarde silencio, que no le diga a nadie; me besa los dientes apretados, me escupe, pasa su lengua, me absorbe, me aprieta el cuello, mis lágrimas se mezclan con su saliva, toma mis manos y se masturba con ellas, el horror me llama, se vierte en mi sangre, mi corazón golpea las paredes de mi pecho, estoy petrificado, horrorizado, enciendo la luz y era ella, mi tía… quien conozco de toda mi vida, quien me viola, me mira con sus grandes ojos verdes, brillantes ojos verdes que miraban con un profundo deseo a aquel niño frágil, inocente, soñador, estaba abandonado a su repulsiva mente. Aún recuerdo, aun me pesa el verdor de esos ojos; enfermos, repugnantes, mientras ella me toca, me muerde, se mueve convulsionada, excitada, llenándome de sus fluidos, ensuciándome para siempre.
No esta demás decir familia que a esa edad solo pensaba en Dios, en su misericordia, leía la biblia, asistía a misa como acólito, la historia de Jesús me fascinaba; pensaba que siendo así sería invencible, estaría protegido por el espíritu santo siempre. Ahora que lo pienso, quizás en ese momento se olvidaron de mí, fue por haber bebido, fue su castigo por pecar y como castigo hicieron de mí un instrumento para un pecado mayor, pero jugaron con mi fe, jugaron con mi amor, Dios fue cruel, pero pasó por alto un punto, no debió, en ningún aspecto, crearme así, crear un mal, un demonio en mi interior…
Esa noche fue la primera de muchas, por muchos años, mis padres trabajaban y mi tía se ofrecía a cuidarme; repetidas veces me violó eliminando en cada violación esa inocencia, que, a pesar de no ser viciada, se afectó al punto de hacer de mí lo que soy, lo que acabo de ser, lo que acabo de hacer, cada fin de semana me quitaba a mordidas las ganas de vivir, de amar, en cada violación, ultrajaba más mi mente, ocupaba más mis pensamientos, empeoraban los tormentos, me volvían demente…
En esos tiempos mis padres discutían bastante, sin tener la mínima conciencia de que en ese hogar; yo y mis hermanos escuchábamos en silencio los arrebatos de celos, infidelidades y decepción. Palabras terribles de un lado para otro para, después, en la noche, callarse, besarse y hacer el amor. Los escuchaba teniendo relaciones después de haber sido yo usado para un fin similar, pensaba: Se acuestan, tienen sexo y ¿Por qué?, ¿Por qué se excitan?, ¿Por qué se desean?, yo lo sé, lo hacen para demostrarse a sí mismos que en esos cuerpos flácidos y desgastados les queda juventud, les queda vida, algún motivo para sentirse personas, sentir que en el peor de los casos son un instrumento de deseo para el otro, es irónico porque cuando pasan los años, el hecho de ser un instrumento sexual para su pareja hace que los mantenga unidos, sentir que aún pueden provocar un orgasmo en el otro los hace sentirse mejor con sus fracasos, con sus malas decisiones, con su pensamiento cobarde y falso, era el sexo el que finalmente los unía. Ese mismo motivo fue el que, cada fin de semana, unía más a Calicie, mi tía, conmigo; usándome, convirtiéndome en un pedazo de carne que tenía un corazón enfermo el cual se arrastraba cada vez más al mismo infierno.
Monstruos llegan a mí, aparecen en mi mente, demonios emergen de la nada impidiéndome ser feliz, en un jardín corro por mi vida, pero me toman de los talones, se aferran a mis piernas y vuelvo a caer: dañándome, matando de a poco al niño que solo quería jugar un ratito más antes de ir a dormir, días enteros, meses enteros, me encuentro muerto, postrado en mi cama, de lado mirando la pared, mis lágrimas arden en mis ojos, me arrodillo en el suelo, me apoyo en el borde de mi cama y le oro a Dios:
-Te suplico una vez más que me salves, que me saques de este infierno, has que deje de sentirme sucio; báñame, límpiame, quítame la sucia piel derretida, asquerosa, quítame la ridícula mueca de alegría con miedo que da pena y lástima, lávame el pensamiento oscuro de querer desaparecer, de querer morir; desaparecer para siempre, no volver nunca más, te imploro en donde estés, sácame de aquí, quita de mi mismo eso que me hace sufrir, mátame, aniquílame, destruye este recuerdo, destrózalo, elimínalo…elimínala…
Creo que la vida no tiene felicidad para el que sufre una violación, para el que tuvo que ensuciarse antes, antes de ser hombre, la vida no deja ser feliz a quien fue una herramienta de la felicidad enferma del mal. Fui muy niño para vivirlo, no lo pedí, no lo merecía, no lo necesitaba y me sigue y me acompaña y en mi mente lo repito constantemente… ¿Por qué no grité? ¿Por qué no la acusé? ¿Por qué dejé que el mal me confundiera y me penetrara? ¿Por qué dejé que me rompiera por dentro? ¿Por qué la vida me hizo esto? ¿Por qué me tenía que pasar a mí?, porque el mal asecha y mata a un niño que solo quería ser feliz, en un jardín corro por mi vida y me toman de los talones, se aferran a mis piernas y vuelvo a caer. Familia, no quiero su perdón, no quiero que me entiendan, solo les describiré los hechos que acontecieron el día de hoy en la mañana…
Desperté seco por dentro, cansado de las violaciones decidí acusar a quien me había ultrajado, sentí dentro mío que solamente podía haber una persona capaz de entenderme, de comprender este sentimiento, este yo ya destruido. Esperé a que mamá se levantara para contarle; mi amiga, mi confidente, quien me conoció antes de que yo mismo tuviera memoria para hacerlo…ella despierta, me ve arrodillado en la cama, llorando, mirando sus sábanas, las mismas sábanas donde mi madre hacia el amor, las mismas sábanas donde fui violado innumerables veces…
-Fue hace cuatro años… Había bebido a escondidas… en el cuarto de la abuela… mi tía me violó…
– ¿Calicie?!, imposible! Estas inventando, tú y tu falta de afecto, según tú, tus ganas de ser diferente y llamar la atención, imposible hijo, no puedo creerte ¿Tanto tiempo?, ¿Cuatro años y no fuiste capaz de decírmelo? Esto es una broma…- replico mi madre. Me di cuenta de la profunda verdad, de la cruda, directa y concisa verdad; yo además de ser abusado tenía que parecerlo porque, si no, no me creería, ni ella ni nadie. Decidió salir de la casa a tres cuadras hacia la casa de Calicie y preguntarle. El temor volvió a mí, no quise acompañarla, no podía mover mis manos, no sentía mis pies, a las horas vuelve mi madre, con un aliento a vino y cigarros, muy característico de ella a las doce de la tarde…y me ve a la cara, me penetra con sus ojos y me comienza a gritar ¡Mentiroso!!!, era toda una mentira, tú y tus inventos, tú y tus historias, que una mujer grande se va a fijar en ti, que tú te inventaste eso, que nadie hace esas cosas…
-Mamá, no te miento por favor créeme, me ha violado por cuatro años…- llorando le dije.
-A tu edad eso no debería hacerte sentir mal, los niños como tu andan con las hormonas revolucionadas…-me gritaba, burlándose de mí, tratando de tapar el pecado para después, disimuladamente, volver a compartir del cariño y la amistad de una familia ideal… Y me quedé en el patio, solo… mirando a la mujer que debió defenderme, de quien esperé su protección, esa mujer entra a la cocina y se prepara para hacer el almuerzo…
-¡Invité a tu tía a la once para pedirle perdón! -grita esa traidora desde la cocina.
– … – mi corazón se frenó en un choque, en un impacto estrepitoso contra un muro, me había dado la espalda, me había entregado a vivir solo, a enfrentar solo la crudeza del deseo de la piel cuando no es consentido, pero sí consumado.
-Contéstame!, ¡te estoy hablando!, no me faltes el respeto…
Mis manos se empezaron a empuñar…
Años siendo abusado, años usaron mi cuerpo, y mi madre, traidora y maldita ahora abusó de mi dolor, en mi mente se repetían una y otra vez las escenas obscenas que se sostuvieron sobre mí; el cuerpo encima, el abuso, la saliva, sus entrañas, sus jugos, su sudor encima mío, produciéndome arcadas, mientras me decía que era maricón por no excitarme con ella, que todos los hombres se excitan con su cuerpo… Veía a la silueta en la cocina y me empecé a estremecer, me acerque a la casa, entré a donde estaba cocinando la mujer y le dije con una voz tensa, con los dientes apretados evitando que de mis entrañas saliera el odio y la enfrenté:
-Me traicionaste…
-No seas maricón… replica mientras lava
-¡Me traicionaste maldita! – le grito…
La mujer en la cocina empuña su mano y me golpea, yo me toco la mejilla y comienzo a mirar al cielo; esto fue lo que gané por confesarme, esta es mi recompensa por confiar, mi regalo por ser débil, por no tomar en mis manos la situación, una sonrisa se empieza a asomar en mi rostro, pienso y me doy cuenta de la verdad, de la sincera y sencilla verdad que siempre estuvo presente pero yo no me atreví a dilucidar: -Dios, ¿Tú también quieres que la mate, no? – pensé.
-Ahora pon los servicios en la mesa…me habla fría y en calma.
Abro el cajón, saco un cuchillo, el más grande y comienzo a reír.
– ¡¿Qué te pasa enfermo?!- me grita en el oído mientras que con su mano trata de abofetearme, pero me adelanto y entierro todo el filo en su mano izquierda, ella comienza a gritar, me grita monstruo, pide auxilio y yo veo sus gotas de sangre en mis manos. Ella corre hacia el comedor y yo me voy al cuarto de herramientas, observo, busco, analizo; nunca me ha gustado el filo ni la sangre, su color rojo me da terror, me marea y no me deja pensar, ¿Una sierra? No, ni un chuzo ni un machete. Un martillo, sí, un martillo sería lo adecuado…
Me devuelvo y ahí está ella, en un estado frágil, llorando, sollozando, pidiéndole a Dios que la salve, que la ayude. – ¡Yo! -le comienzo a gritar -yo le pedí a Dios por cuatro años y mira lo que hizo Dios en mí- le respondí.
-¿Qué vas a hacer? – me preguntó, yo no le hablé más, agarré el martillo y lo impacté en su cráneo, fue un sonido grave, húmedo, se quebró entera, como cuando se rompe una sandía, comenzó a convulsionar, su lengua había salido casi entera de su boca, sus ojos se removieron hacia arriba dejando un espacio en blanco donde debían ir sus córneas, su boca abierta totalmente, había dejado caer su placa por el suelo, sus piernas se movían y oscilaban, tiritaban aun, sus brazos bailaban por el aire, su boca emitía un sonido enfermo, despacio, un sollozo lleno de palabras ilegibles, de frases sin conexión, estaba destruida. Trato de sacarle el martillo de la cabeza, me cuesta un poco, apoyo mi pie en su cara y pude separarlo, ella queda inmóvil, pero de su cráneo salpica sangre por las paredes y me ensucia de sí misma en el rostro…
Tengo sangre…
Sangre ajena que corre por mis manos y borrosa yace por mi cara. No puedo contener la calma. El olor a sangre se adentra por mis poros y me intoxica. Miro la escena frente a mí: miro los muros salpicados, sucios, miro el suelo purpura, miro el color insoportable y áspero de mi venganza, de mi destrucción, y veo eso que está destrozado en el comedor, pedazo inmundo, tóxico, asqueroso, desagradable, inerte, mirando en la muerte: al cielo…voy a la cocina, prendo el gas y en el comedor le prendo fuego a las cortinas, me quito la ropa, me pongo el pijama y salgo de la casa mientras esta se incendia por completo.
Familia, sé que Dios me entiende, sé que me apoyó en esto. Hoy sábado 12 de abril de 2014 un incendio gigante destruyó casi la totalidad del cerro en donde vivíamos, el cerro “Las cañas”, eran cerca de las cinco de la tarde, el fuego arrasaba por todas las casas circundantes llegando también a la mía, la magnitud del incendio iba a hacer que olvidaran, es más, que nunca supieran lo que ocurrió; llegan los bomberos, solo estoy yo llorando en el patio de mi casa. Lloro desconsoladamente y mi llanto es sincero, profundo, las lágrimas me salen del corazón…
– ¿¡Había alguien adentro!? – pregunta un bombero.
-…Mi… mamá… -les respondo mientras miro la casa destruida, incendiada.
Ellos me ven destruido y, efectivamente, lo estoy…
Familia querida, estaba tan triste, me sentía morir, sentía que este era el fin; las lágrimas, los gritos que emití, me cortaba la cara, me rompía la ropa, rasgaba la tierra… Pero… a diferencia de lo que pudieran imaginar, más allá de lo que pudieran creer, a pesar de lo que las autoridades pudieran haber visto en mi mirada; yo no lloraba por mí, ni por mi madre no, ni siquiera lloraba por los años de abuso que sufrí, la verdad es que lloraba porque en esa casa en llamas, en sus rincones incendiados, en las paredes en cenizas, se estaban quemando los últimos vestigios de lo que realmente era…
…Un ser humano…
Cuento e ilustración de portada por Jonnathan Leyton