Cuando leo la palabra Renegado recuerdo una serie de televisión de los 90. En la imagen inicial hay un atardecer rojizo donde el sol gigante marca el camino mientras a contraluz avanza la figura del renegado en su moto. El pelo ondeando y las guitarras (mezcla de métrica country con slide) completan la secuencia que después continúa con tomas aleatorias de explosiones, revólvers y miradas sospechosas. En la intro se decía que era un policía y había testificado contra los suyos. El peor pecado. Estaba condenado a escapar.

En mi cabeza se cruzaban las experiencias de la serie de televisión con un verano caluroso en la ciudad costera de Atlántida, la idea de un cubre cama sudado por la falta de aire acondicionado y la fabulación constante de salir por un helado. En la televisión el renegado escapaba de Bobby Sixkiller -sácate un nombre- mientras le hacía el quite al tedio.

Todo esto volvió a mi recuerdo cuando leí la noticia de que el Walker Center de Minnesota, dedicado entre otras cosas a conservar un archivo audiovisual experimental, venía con una muestra a la Cineteca Nacional gracias a las gestiones de La Fuga. Puse rápidamente mi nombre en el formulario y agendé la fecha. Instancias así no abundan.

Cuando llegué veo que están probando el proyector de 16mm. Por mi edad no tengo apego nostálgico al celuloide como soporte, pero cada vez que me encuentro en una proyección así me maravilla el sonido de la máquina, la textura de las imágenes y la sensación de estar en un ritual.

Existe alrededor de la Cineteca Nacional una fauna que circula día a día por las mazmorras de La Moneda buscando ver en sala grande los estrenos semanales o alguna sorpresa de la cartelera mensual. Allí ubico al Topo, al Peluca, y al Steve Zissou chileno. No conozco sus nombres pero podría hablar largo rato sobre sus gustos. El Topo es fanático de James Benning y Lav Díaz, reí cuando bromeando catalogó Season of the Devil (que dura cuatro horas) como una peliculita para todo público respecto al resto de las obras del filipino. El Peluca tiene gustos diversos y últimamente está obsesionado con la fotografía del brasileño Rui Poças (Zama; El Ornitólogo). El Steve Zissou es mayor que los otros dos (ambos alrededor de los 30), bordea los 60 pero tiene un cuerpo atlético y muchas veces viste con ropa de deporte. Es quizás la única entrada segura de los ciclos curados por el Goethe Institut a las 15 o 17 de la tarde, y es frecuente verlo coqueteando con señoras después de la función.

El Topo y el Peluca estaban en la función del Walker Center. Me senté al lado del primero. Mala decisión ya que acostumbra a murmurar en las películas con ruidos como “um”, “ahm”, “ingenioso”, “ilusorio”. Es la reencarnación del narrador del cortometraje La Maleta de Raúl Ruiz. Pero eso no impide que haga callar al resto de las personas cuando hablan.

El origen de la palabra renegado refiere a la persona que deja su religión para convertirse a otra, es decir, al renegar de la primera se condena a vivir como renegado tanto de los que abjura como de los que lo reciben. El concepto de renegado y el de apóstata por suerte no son excluyentes a su uso religioso. Se puede renegar de la familia, de la patria y de la clase. Lorenzo Lamas reniega en la famosa serie de televisión del pacto de silencio de los policías. ¿De qué reniegan los cineastas experimentales? Del cánon, de la hegemonía formal y narrativa del languidecido Hollywood sesentero.

Comienza la función con Allen Downs y un estudio cromático de las calles de Minnesotta acompañadas de jazz. Luego aparece Brakhage y su genial Mothlight donde se convierte en el asesino de polillas más famoso del cine introduciendo sus alas entre las cintas, formando relieves, colores y texturas mientras desafía su propio soporte. Castro Street de Bruce Baillie trata sobre los trenes, autos, personas y sonidos de la calle del mismo nombre en Richmond -no confundir con el famoso barrio Castro de San Francisco- con gran calidad técnica respecto a los colores y un montaje sensorial. Hasta allí todo parecía tranquilo, media hora y tres cortometrajes, distintas técnicas y autores. Pero llegó el turno de Paul Sharits y su T,O,U,C,H,I,N,G. En menos de 10 minutos logró, al igual que los talentosos del fútbol, echar un par de jugadores del equipo contrario.

En realidad fueron tres los que no soportaron el montaje epiléptico de colores y la repetición absurda de la palabra destroy. El primero fue un señor de alrededor de 60 que silenciosamente se retiró de la sala. Luego, claramente ofuscado, otro viejo se fue haciendo sonar el vaivén de su butaca lo más posible, despotricando algo así como “para qué traen esta mierda”. El tercero fue otro viejo que, para diferenciarse de los anteriores desertores, no encontró nada mejor que insultar el cortometraje en inglés así también las curadoras estadounidenses se daban por enteradas de su disenso. Lo único que alcancé a escuchar fue Shit, un tipo inclusivo.

Los tres señores mayores que salieron de la sala son también renegados. Deben haber planificado con anterioridad asistir a este evento con ganas de ver algo diferente. Deben pensar que son buenos espectadores de cine. Reniegan justamente de sus ganas de asistir y de la idea que pueden tener de sí mismos. Una de las curadoras señaló con algo de picardía que todas las veces que habían hecho esta muestra algunas personas se iban de la sala. Los renegados también pueden tener quienes los renieguen.

Sigamos con los experimentales. En 69 Robert Breer, con un lápiz y un papel -tal como esa mala frase de la Concerta- realiza animación 3D. Cilindros, pirámides y prismas varios juegan a atraerse pero nunca llegan a tocarse en un baile geométrico que tiene como epicentro un simple block. En Sidewinder’s Delta, Pat O’Neill tensiona el soporte fílmico, lo ataca para buscar sus límites, perfora y raya. El resultado es un relato de encuadres atractivos que rotan en profundidad y color siendo constantemente intervenidos. Allí ninguna imagen permanece quieta, sino que expectante al cambio, a la voluntad del creador, a convertirse en algo distinto.

Luego de la función vi al Topo y al Peluca conversando en el baño, saludé de lejos. Hablaban con pasión de los cortometrajes que habían visto, transmitían apreciaciones como si fueran niños en el colegio intercambiando láminas del flamante álbum de Panini. Son también renegados, viven en la apostasía constante de rondar, hambrientos, las salas alternativas en busca de otros cines. Hoy, gracias a esta muestra, los renegados de un lado y del otro parecen ganar. Dejan de escapar porque se pueden ver las caras. Mientras la moto transita el atardecer, el renegado -espero- también se encuentra un poco más a sí mismo.

 

Por Miguel Ángel Gutiérrez