Ruido ambiente
“vi en la tele una película que era mi biografía o mi autobiografía
o un resumen de mis días en el puto planeta Tierra […] era una mala película
o de esas que nosotros, pobres infelices,
consideramos malas porque los actores son malos”
“El hijo del coronel”, Roberto Bolaño
“Cuéntame una historia original.
Habla con tus tíos, habla a tus amigos.
Haz una encuesta a tus vecinos
y cuéntame cómo te fue.”
“Cuéntame una historia original”, Los Prisioneros
Estoy, allá, en la pantalla.
Esa es la verdad.
Pasé por las perillas y el blanco y negro;
fui a dar a esa trastienda fornida;
terminé en alta definición
en el teatro de la catástrofe.
Hágale, el alicate sirve para cambiar este aparatito
del drama romántico al terror psicológico;
hágale, un golpe al costado
y en el quejido del plástico se recompone mágicamente mi imagen:
era el clímax, la escena más potente y la más distorsionada;
hágale, todo está bien
en su señal digital, ningún problema,
desde Roma misma, o Madrid, o Buenos Aires,
caigo directamente, maquillado a la perfección,
sobre un fondo de cartón pintado
y con un parlamento lacrimógeno.
Si se me permite un cantinfleo en este punto,
yo le digo que me dijeron que andaba diciendo
que a veces de vez en cuando estoy como quien dice
ni fu ni fa
y que sin querer queriendo levanto el espectáculo
acá, y allá, y acullá
y sube el telón o se prende la tele
y me miro y me desmiro
y me atrapo y me desatrapo
y me concentro y me desconcentro
y ahí está el detalle:
uno no es ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario.
¿No que no?
Esta es una película intransferible,
cerrada, contraída, contrahecha,
contravenida, contrapuesta y contra uno y contra todos.
Las imágenes circulan como parches
y el cuerpo tiembla necesariamente
y el sudor deshace el maquillaje
peleando un round lento,
como una película fome,
enferma de fome,
y enfermo termina uno.
El juego es el siguiente,
como el luche, pero más pesado.
Los saltitos que uno da,
caen fuertes sobre el suelo:
un tablero de lo disponible:
Y se vive al revés,
sin querer crear, sin crear lo querido.
Y el escenario se llena de invunches,
y la pareja enamorada se queda junta para siempre
(siempre y cuando ese para siempre dure,
más o menos,
los últimos diez minutos de un sufrimiento de dos horas aproximadamente),
y el pobre descubriendo en la pobreza su más grande logro,
y el negro muere primero,
y está ese eterno amigo gay hablando de moda,
y en ese doblaje, que es uno para todos,
que hablamos todos y no habla ni uno,
el chino no pronuncia las erres,
y la rubia es tonta,
y el tonto es uno.
Así desfilan los fotogramas
quedando guardados
una décima de segundo;
así desfilan las figuras,
quedando pegados toda una vida
una y mil veces.
Y el peor actor del mundo,
ese que con parches arma su vida,
y piensa sin pensar
en los monitos que vio cuando chico
y los héroes guapos y las mujeres pasivas
y el negro muriendo decapitado
y el chino haciendo el ridículo
y el gay siendo el ridículo.
¿Y hay que reírse?
Vivo sin vivir en mí,
y tan espectacular vida espero
que muero porque
entre chinos, rubias, pobres, tontos,
en el ruido de la pelea de hormigas
después de las doce,
no muero.
Material humano
“… en el Archivo yo veía un lugar
donde las historias de los muertos estaban en el aire
como filamentos de un plasma extraño,
un lugar donde podían entreverse espectaculares
imágenes de terror”
El material humano, Rodrigo Rey Rosa
Sobre los papeles,
una capa de silencio,
tan gruesa, tan espesa,
como rocas milenarias.
Un barniz de miedo
tan opaco, tan cuidado.
La construcción
de fosas comunes burocráticas.
Primero, las informaciones mecánicas:
Nombre completo:
Edad:
Descripción física:
Cargos:
Segundo, la fotografía:
mirando el lente que cualquier suplanta:
contacto visual sin tacto.
Mírame a los ojos, te estoy hablando.
¿Por qué no respondes?
Solo indicios. Solo ecos.
Como un mensaje en una botella.
Eso sí, contemos:
una botella, diez botellas,
cien botellas, mil botellas…
¿Cuántos mapas? ¿Cuántos dibujos?
¿Cuántos bocetos hechos por médiums?
Monalisas latinas, sin llantos y sin sonrisas.
¿Cuántas huellas dactilares?
Diez por uno, diez.
Diez por diez millones…
Perdí tres dedos en la obra.
De la derecha, meñique, anular y medio;
la punta del índice, volada en otra faena.
Los pies despellejándose,
y un tajo grueso, como Chile,
del sobaco a la cadera,
medios curados los dos, el tajo y yo.
Sí, veo perfectamente ese miembro que falta.
Aquí, debajo de la guata ausente.
No, no, eso es el hambre.
¿Y qué hacemos?
¿Desde esas ultrajantes dos dimensiones?
Una lista. Una lista que no va a terminar nunca,
que nunca va a estar lista.
Una lista de pies, piernas,
manos, brazos,
falanges, lonjas de carne…
Finalmente, cuerpos completos sin registrar.
Cuerpo de X, siempre un cuerpo de X.
Nunca, nunca el goce complejo y absoluto
de una x sobre el mapa: la marca definitiva.
Siempre, siempre la ficha de X.
Nunca, la nunca su sustancia.
Echamos de menos los cuerpos de Cristo:
no están, subieron a los Cielos,
y están sentados a la diestra de Dios Padre.
¿Lo enterraron allá? ¿O solo sentaron sus sombras?
Al de la ficha N°4.302, por ejemplo,
¿Dios lo tiene a su lado con las mismas manos agrietadas?
¿Puede hablar allá, hasta por los codos,
del hambre, del sindicato y de lo maravillosos que son sus hijos,
la Danielita y el Chechito?
¿Se escuchó su grito?
El de la carga explosiva que le reventó
y mandó su pierna a los Cielos por envío express.
Panorama general:
La suma estratosférica de cuerpos que no están.
Una suma estratosférica de suspensos mal colocados.
Y una exiliada del sur general,
miembros repartidos
por una loca geografía
y chorreando, siempre chorreando
sangre negra, oscura, confundida con el mar de tinta:
¿quién está escribiendo?
¿quién está juzgando?
¿quién tiene la última palabra?
¿que hablen los vivos
o los archivados?
Flaco
“a fuerza
de arrodillarme
haré que dios exista”
Claudio Bertoni
“Just don’t say I’m
damned for all the time”
Tim Rice
La estampita vieja y sus dos caras:
Un recordatorio:
el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros
y ese Verbo era… era…
abuelita, ¿quién era?;
profesor, ¿quién era?
—Nuestro Señor Jesucristo.
—Jesús
El de la sangre vinosa,
el del vino sanguinolento.
El de cuerpo migoso,
el de la redondela blanca sin migas.
El coronado de dolor,
el dolor hecho corona.
Suframos todos.
No hay nada más maravilloso
que vivir mientras sufrimos.
En este valle de lágrimas
se siembran papas y se hace pisco,
y la comida alcanza y la plata, no.
Flaco, bájate de ahí.
Flaco, ¿te duele?
Flaco, es que, cómo te explico,
hay gente… sí, hay gente
sin palo alguno, pero canta, y canta fuerte,
y canta con la boca cosida,
con el pan negado,
y sigue cantando:
Ríe cuando todos estén tristes.
Flaco, la gente ríe,
¿te reíste alguna vez?
Tu mamá te cantaba
un tango hebreo,
una ranchera aramea,
una cuequita romana,
un bolero babilónico,
una lullaby afinadita…
Flaco, flaquito,
elijamos la banda sonora
de nuestro dolor.
Flaco, te recibo en mi cuerpo
por primera vez a los doce
y de fondo no suena nada,
pero quiero que suene
Gardel, Gardelito…
¿Por qué me abandonas en esta agonía?
Flaco, deja que pase esta lengua áspera
como gato, por tus heridas;
como perro, por tu sudor;
como gusano, por tus mejillas;
como caricia, por ese sexo inexistente.
Flaco, flaquito,
¿de qué te sirve todo esto?
Hace años que tus cariños
me son indiferentes,
que tu vacío está tan presente.
Hace años que tu habitación está en ruinas,
sin cielo, sin paredes, sin suelo:
las ruinas están en ruinas y así se desmigaja
la fe antigua, la fe nueva y la fe futura;
y que tu sexo inexistente dejó de existir
en el de todos nosotros,
tan presente, tan húmedo, tan agitado,
tan a la pasada, tan preparado…
En la cruz, ríe cuando todos estén tristes.
Tú subiste.
Los que te lloraron subieron.
Los que lloraron a los que te lloraron subieron.
Los que lloran… no ríen cuando…
no ríen nunca:
hay un acuerdo silencioso:
Cada uno solo solísimo
con una estampita vieja
en un cuarto secreto,
sin llorar,
sin reír.
Poemas por Diego Leiva
Fotografías por Danixa Torres