PAISAJE URBANO
Sus ojos de aerosol no parpadean. Sus labios se calientan bajo un puente donde canecas se usan como chimeneas. Algunas de sus líneas se han marchado con el tiempo dejando pequeñas aberturas por donde gotean pigmentos hacia el hormigón. Borrachos orinan sobre ella. Otros le manchan el rostro con las suelas de los zapatos. Inerme, no cambia la mirada honesta en sus pupilas. Si se observa con detenimiento, no es el bostezo de los faroles lo que alumbra el pavimento. De colores ciegos están hechas las calles que brillan.
ANDAR CON PARAGUAS
Se pronostican bancos de niebla en las zonas altas que rodean la región, lluvias despeñadas de las montañas con cargas eléctricas. Se experimentarán calles cubiertas de sombrillas con la boca abierta. Se recomienda precaución con el asfalto embetunado donde se reflejen las caras de los postes de luz. En la arquitectura de las cosas se podrá apreciar el cuerpo de los relámpagos. Se espera el olor a hierba mojada en el aliento de la ciudad, cuando las aves vuelvan a cantar.
CREANDO TRAMPANTOJOS
Dentro de esta metáfora un poeta en una banca se delata por la manera en que sonríe frente al caos. El perro que orina un poste, el hombre que vende aguacates, el motor del bus que va quince minutos tarde. El poeta se ubica en la tregua entre la realidad y el sueño, en la estridencia antes del orden. Es el otro lado del ruido, casi su conciencia. El minuto que precede al despeñadero, también el vacío en la boca del estómago mientras se cae. La realidad lo alimenta —como al pavo de nochebuena— para que sepa mejor su carne. Para que no queden sobras. A cambio el poeta le presta una cara, le da forma al mentón, geometría precisa de pómulos, ojos chinos, algo pequeños, por demás perfectos, hasta que se pueda leer su reflejo.
Por Oswaldo Rodríguez