La frente empapada en sudor y las piernas ya temblorosas. El movimiento por el escenario, el canto amargo y los nervios que nunca abandonan, da igual la cantidad de shows que hayas hecho, siempre está ese cosquilleo en el estómago. La energía se estaba acabando y con razón, hora y media de espectáculo, una locación preciosa y todo vendido. Quería que terminara ya, tenía sed y el bar hace rato lo estaba llamando y por lo mismo, las notas finales de la última canción resonaron en todo el lugar. Como el órgano de la basílica de San Sernín, que resopla y crea el caos angelical en La Ville Rose. Así mismo salió del escenario, entre la efervescencia del público que se dejaba las palmas aplaudiendo a la voz predilecta que pintó una noche mágica en sus recuerdos. Una velada inolvidable para todos los presentes y un día más en la oficina para el cantante de boleros.
Te doy mi vida
a cambio de quedarte
Y como no, si los años de experiencia le han forjado una fama inamovible. El hombre es reconocido donde quiera que vaya, y su bohemia melancolía lo ha llevado a todas partes. Su estilo indiscutible se ha presentado en los teatros más famosos del mundo, habidos y por haber. Sold out en Berlín, Londres, Nueva York, Madrid, Buenos Aires, y un sinfín de ciudades hermosas. Siempre en español, no hay concesiones con eso ¿cómo voy a reflejar el dolor que tengo en la garganta si no es en el español porteño que cargo desde que nací? Era su respuesta ante la insistencia de los periodistas que preguntaban por qué no se movía al inglés para un éxito comercial más grande, o al francés para establecerse en París, quizás un disco en japonés para entrar al mercado de la isla. Pero no, nada lo hacía cambiar de parecer, y es que, a pesar de este éxito, nunca encontró un lugar más cómodo que su tierra natal, el puerto de Valparaíso.
Como inútil será
el quererte olvidar
Qué importaba lo que dijeran de él las revistas internacionales, en papel o en digital, lo único que quería era sentarse en el Cinzano y pedir un cuba libre, el regalo más grande que le entregó el caribe. Los tours y las giras que las viera su agente, que arregle todo y que le avise con tiempo para alcanzar a dar un último paseo por el Muelle Barón y ver a los lobos marinos. Su obsesión tranquilizante por ver el mar desde esas rocas y tomarse algo en la serenidad de la media tarde, con la brisa marina del pacífico en su rostro. La paz que entrega el oleaje y el hogar.
Quizás van demasiadas noches sin sentir la brisa marina natal, quizás los meses de gira están haciéndose largos, y es que el invierno europeo no es fácil. O quizás son los años de carrera, acumulándose uno tras otro sin descanso. Con paso raudo alcanza ese camarín, se ducha mientras sigue oyendo al público aplaudir y alabar su nombre. El espejo devuelve el reflejo del hombre que ha conquistado al mundo en su ley, pero el hombre luce cansado ¿Alguien sabe cómo está el hombre? El no, no sabe mucho, sabe cantar ¿se puede vivir para siempre cantando? ¿se puede cantar toda la vida?
Una camisa blanca con el primer botón desabrochado y una chaqueta negra, el pantalón que combina y los zapatos brillantes, impolutos, simple y clásico, no hay otro modo. Se mueve con sutileza y discreción a una barra medio llena (o medio vacía), el precioso bar-teatrillo-locación se había despejado un poco, ya que una parte de los comensales solo se reunían ahí para escucharlo entonar las penas colectivas.
Espera un poco
un poquito más.
El hombre de la barra rápidamente le dio preferencia, un cuba libre y una charla rutinaria que nunca falta. Las anécdotas, los chistes, las miradas de admiración y aquellas que buscan algo más, todos esos gestos se agolpan contra su figura. Y los que están en esa barra lo saludan, le dan la mano, le golpean la espalda, le pide una foto o acuden a él en buscan de un consejo sentimental, financiero o familiar, su endiosada figura lo hastía. Noche tras noche es presionado para responder las mismas preguntas. Así debe ser el infierno, ríe entre dientes apretados. La paz se hace de rogar, pero siempre, siempre llega, y es ahí donde puede descansar de una vida que lo empuja de esta misma, que lo quiere botar del barco. En una barra con 5 (¿o 6? no las cuenta) roncolas en el cuerpo, hablando sobre lo que se le venga a la cabeza y sobre aquello que canta. Todo es sobre lo que se canta, y sobre todo se puede cantar, formuló alguna vez en alguna entrevista o quizás, en algún delirio de ebriedad.
La mayoría de las noches de trabajo transcurren de la misma forma y es que la rutina no se escapa a ninguna vida por más extraordinaria que sea. Todos esos pequeños hábitos se acoplan para crear el camino que vas a seguir recorriendo, ese pequeño mapa que guardas en el bolsillo de tu chaqueta favorita.
Lo que no tiene prisa
se demora en alcanzarte
La puerta se cerró con fuerza a sus espaldas, la soltó sin querer. El alcohol que se le subió a la cabeza y le adormece el cuerpo le impidió preocuparse en demasía al suceso. Y ahora, con los pies sobre la vereda tiene a la ciudad a su disposición. Un invierno barcelonés que no es tan frío, pero si es constante. El sol parece no funcionar y a las 5 de la tarde desaparece sin más. Pero esta noche de febrero es especialmente agradable, y parece ser que el mediterráneo le está haciendo un favor a este hombre que se ve trastocado y algo tambaleante por la jornada nocturna. Los pasos pesados, los pies que movilizan al cuerpo por donde crean conveniente, a la fuerza, quizás a dónde. Las calles anchas y las esquinas falsas confunden, parece que, dentro de su diferencia y autenticidad, todas son iguales. Como una sorpresa preparada, las lágrimas calientes le recorren las mejillas sin una razón aparente, y es que simplemente los pesares han echado raíces en el corazón de un hombre que vive gritando las penas por gusto. La marejada de pensamientos que se le acalambran en la cabeza, los recuerdos y las malas decisiones, los versos y las desilusiones. Pero las personas que recuerda y desea, son las que siente como una quemadura de cigarro involuntaria. Punzante, fugaz y quizás mañana no recuerde haber sufrido por ella.
Lo que haría
porque estuvieras tu
porque siguieras tú
conmigo
Mientras recorre desorientado y aturdido por un paisaje nocturno y errático ante sus ojos, comienza a vislumbrar la fauna habitual de la noche, aquél zoológico que ha estudiado y formado parte en incontables ocasiones. Y es que los (y se) reconoce. Ahí están, los que gritan, los que corren, los que luchan y los que aman, y con especial atención observa a los que lloran como él. El llanto que mañana será una borrosa memoria mezclada con náuseas y dolor de cabeza. Una tristeza que se esconde al fondo de un cajón atestado, sellado en una caja en la bodega, o enterrado en un secreto, todos ellos esperando que, en sobriedad o no, sean desempolvados nuevamente, para que el dolor sea gritado en la soledad desinhibida de la ebriedad flaneriana.
Lo que haría
por no sentirme así
por no vivir así
perdido
Los pasos atolondrados de gaviota herida lo llevan rápidamente a cruzar el Paseo de Colón, desde donde vislumbra el Port Vell, el cual se convierte en un oasis para un hombre de ciudad costera como él. El borracho caminante vaga extasiado por el paseo bordeando las múltiples lanchas y yates anclados, en el horizonte divisa un luminoso y elegante edificio con una “W”, al cual fija como objetivo, como una polilla siguiendo la luz. Al final del paseo lo espera la playa de la Barceloneta, cuya sinfonía marina lo recorre de pies a cabeza con un eléctrico escalofrío entre lágrimas alcoholizadas. Se teletransporta momentáneamente a Playa Portales o a Las Torpederas, pero no, está al otro lado del mundo, observando otro mar y otro horizonte. Un hombre triste de nacimiento le canta sagradamente a la tristeza, noche tras noche. El llanto escuálido no es sonoro, pero sí trágico y los casi nulos sujetos que se evaden en aquella zona, miran hacia otro lado para no formar parte de un sufrimiento que no les pertenece. Sentado de cara al mar, con la arena entre los dedos y la luna en el rostro, desahoga sus tan guardados dolores.
Que es mejor cantando
que la pena pasa
todo tiene su por qué
Como una conversación, el mar calmo le habla y él le responde más fuerte, en su estilo, cantando sobre todo lo que se pueda cantar. Y ojalá todos lo oigan hoy, porque todos están invitados a su comunión con aquello que no habla, con sus deseos de abandonar. Y el canto se hace escuchar y las pocas almas que hay lo miran extrañado, pero le celebran y lo inducen a seguir, que la noche no es tan joven, pero él tampoco. «chileno, de Valparaíso conchetumadre»
Si lo que me hace llorar
está lejos de aquí
De a poco, el público se retira y el oleaje adormecedor y relajante lo empujan a la somnolencia, y anclado a la arena duerme mejor que en cualquier hotel, arropado por la luz lunar, el canto de las sirenas y las voces de aquellos que están lejos.
El sol del amanecer le ilumina el rostro, y aquellos que lo buscan se impacientan. El teléfono no para de sonar y a eso de las 8 y algo de la mañana los ojos se despegan y en una somnolienta lucidez visualiza las múltiples llamadas perdidas de su representante. La borrachera todavía perdura, y luego de levantarse con dificultad, arrojar el celular al mar es un acto reflejo, casi poético o quizás, un signo de la locura de un hombre que durmió en la intemperie.
La camisa junto a los zapatos lo esperan desde la orilla, mientras él se introduce en el agua con los pantalones arremangados para lavarse el rostro y refrescar una cara marcada por una noche de llanto y grito ante la desesperación de ser humano.
Con paso calmado, despreocupado y ligero, se mueve en dirección a su hotel ubicado en plena Gran Vía, cerca de la Plaza Tetuan, para despejar las dudas y cortar las malas lenguas. El cantante de boleros tiene el dolor de cabeza y los nebulosos recuerdos de cualquier noche de juerga, pero esta vez la ligereza y la despreocupación le entregan una certeza, ha abierto aquellas cajas y cajones y ha desenterrado aquellos secretos que no veían la luz hace mucho tiempo, y el sufrimiento desenfrenado y catártico lo han empujado a seguir moviéndose por los escenarios del mundo con una única ilusión, volver al puerto principal mientras llora las penas del mundo en su camino.
En las cosas simples de entender
hay tantas cosas que no entiendo
Por Oscar Toro
Foto de Dan Weiner