Yo sé que ustedes no lo conocen, pero para mí Rocky siempre será el mejor comerciante que he conocido. Te prometo que no exagero, es el único que vendió un tarro con mierda. Así como escuchas, un tarro con 1200 litros de mierda putrefacta, fabricada por él, su esposa e hijo, y solo el menor pesa 111 kilos, como para que te hagas una idea que debe ser una mierda bien apestosa. No es un dato menor, considerando que Rocky podía llegar a comer hasta dos ollas de tallarines al almuerzo y quedarse con hambre. Con solo imaginar el olor me dan ganas de vomitar. Siempre que él contaba esta historia, lograba hacer reír a cualquiera. Ojalá poder convencerlos con lo que les voy a decir tal como lo hacía Rocky.
Aún recuerdo cuando él me contó por primera vez esta historia la noche que llegué a conocer su casa. Rocky era mi primo, pero lo supe cuando tenía 30. Él era hijo de un tío que se fue de Chile durante la dictadura, pero siempre supo que mi familia existía. Cuando se creó una cuenta de Facebook, no dudó en buscarnos para que estuviéramos en contacto.
Al principio nos escribíamos con recelo, pero de a poco terminamos conversando de todo lo que se nos ocurriera. Nuestras vidas eran completamente diferentes. Con Rocky teníamos 15 años de diferencia y él nunca terminó el liceo. Partió trabajando a los 12 años en San Martín de Los Andes, un pueblito turístico al otro lado de la cordillera. Siempre decía que en la época que gobernaba Menem, fue en la que más “guita” consiguió, vendiendo ramitas con flores a las afueras de la iglesia del pueblo, a los extranjeros que llegaban a rezar. Parecía que los genes de vendedor venían en él heredados, aunque antes su corazón siempre fueron las tuercas, cuando empezó a trabajar de mecánico no lo dejó nunca más. Te puedo asegurar que no había hombre más capo debajo de un auto, si aprendió a devolver a la vida esos Citroen AZU que aún andan por las calles de los barrios argentinos. Con una sola mano, levantaba un Kia Sportage, mientras con la otra mano revisaba a simple vista qué es lo que podía fallar. Tenía talento para las llantas y se concentró en trabajar en su sueño, un campo. No soñaba con tantas hectáreas, sino con un terreno donde no tuviera que darle explicaciones a nadie.
El tarro con mierda lo vendió en Chile, si no fue hace mucho que con su pareja y su hijo de 5 años cruzaron la frontera. Desde que empezó a trabajar no gastó ni un solo peso en algo innecesario, y ahorró cada vez que pudo, incluso si tenía que comer el mismo almuerzo meses seguidos. Se demoró 15 años en juntar lo suficiente para abandonar el pueblo junto a su familia. Parece una eternidad, pero a veces lo imagino manchado de aceite, resistiendo el frío de esos cerros. Con su familia tomaron la decisión de venirse para este lado, pensando que en Chile tendrían más oportunidades, más de las que había en el sur argentino. Al primer lugar que cruzaron fue a Lanco, un pueblo lejano a la carretera principal, donde sabía que tenía familiares para comenzar su vida. Las hermanas de su madre, unas señoras criadas bajo valores en los que primaba deslegitimar al otro mediante la discriminación, recibieron a regañadientesa este grupo de gordos que buscaban una mejor vida. -Esa familia es una mierda. Lo único que saben es crear pelambre- gritaba Rocky cuando llegaba a este punto, para prender un Viceroy exportado y seguir hablando. Mariette, una señora tan vieja que si estaba viva era porque aún le apretaban el oxígeno que quedaba en sus rollos, les permitió quedarse durante un mes mientras él buscaba trabajo, tiempo que la vieja no convidó ni una taza de té, solo una cama y un colchón para el niño.
A Rocky no le costó conseguir laburo en el pueblo, donde funcionaban talleres en los que pagaba una parte por usar los espacios, quedándose con un porcentaje alto que podía ahorrar para asentarse. Mariette insistía que sin estudios y ese acentito raro no le permitirían conseguir una oportunidad, afirmando con firmeza que sus pasos solo lo llevarían a perderse en el alcohol, como muchas otras historias que ocurrían en el sur. Rocky sentía que siempre había tenido que remar cada vez que intentaba algo, que ciertas pruebas del destino a veces resultaban imposibles, pero que seguiría ahí, estoico. Los efectos de enfrentarse cada mañana a trabajar con la esperanza de un mejor porvenir lo llevaron desde los 12 años a fumar 2 cajetillas de 20 cigarrillos diarios, provocando una severa ansiedad que combinó con grandes cantidades de masas y carnes. La cantidad de comida que podía llegar a comer al día con su familia provocó otro drama en casa de Mariette, que terminó provocando que se fueran. Cada mañana, la vieja escondía el balón de gas para que ninguno pudiese ocupar la cocina. Ese acto le tocó una fibra a Rocky, quien siempre dijo que a nadie se le podía negar el pan, y sin decir ningún garabato, arrancó a la mañana siguiente.
Un padre tiene el rol de proveer, aunque no sea lo mejor, tiene una obligación en sus espaldas que cumplir. Para esa altura, ya tenía un plan a medio armar, pero que podía resultar peligroso. Las tomas son más comunes de lo que la gente piensa, aunque ya sabemos de sobra que muchos no conocen muy bien la realidad del otro, como esa senadora que no sabía a cuánto estaba el precio del aceite, sin calle y con los bolsillos llenos, o algo así decía mi primo. Por el sur aún hay terrenos vacíos, en los que ni electricidad ni agua potable llegan. En algunos de los trabajos en los que tenía que salir hacia los campos, Rocky llegó hasta Ailín, una especie de villa perdida entre cerros. Fui varias veces, pero nunca aprendí la ruta, solo sé que quedaba entre medio de terrenos de forestales. En esos lados, las antiguas rutas del ferrocarril habían quedado abandonadas, parcelas pertenecientes al Estado que no vendrían a reclamar. El dato se lo dió un cliente, quien le aconsejó que se fuera a la mala, que no vendría nadie a molestarlo. Con su nene y esposa, llegaron en medio de una mañana en que la neblina escarchó sus frágiles prendas. Ella, que no acostumbraba a compartir con alguien que no fuera su esposo, acompañó de cerca la proeza, ya que en solo dos días levantó una media agua. Con ayuda de algunos colegas del taller, más unas compras de último minuto en la ferretería del pueblo, construyó un hogar. Una pieza, una cocina y un baño, más un hoyo que cavó durante toda una noche para funcionar como baño. No era lo mejor, pero nadie vendría acá a negarles la comida.
El pequeño hogar, construido al lado de la línea férrea, fue algo que levantó su espíritu, podría vivir tranquilo y enfocarse en el sueño de un terreno. Pese a que algunos vecinos, por decirles así a quienes habitaban en las casas más cercanas, miraron con reticencia la presencia de unos argentinos, terminaron acostumbrándose a la casucha que se veía a lo lejos. Rocky pasaba por alto estas situaciones y con el paso del tiempo, consiguió comprar una fosa séptica y conectar con electricidad su morada. Desde ahí, cada mañana salía a trabajar a Lanco y a los campos cercanos, arreglando las viejas carrocerías que habitan en montañas donde el avance de las tecnología difícilmente llegaría. Entre cada casa que recorría, conocía cada personaje, algún campesino que había nacido en los mismos hogares donde vivían, o algunos que cuidaban roñosas iglesias construidas con los restos de antiguas edificaciones. Fue en esos viajes a solucionar panas que parecían irreversibles en las que comenzó a notar que pocos habitantes bajaban al pueblo a buscar provisiones, y muchos de ellos vivían del trueque entre sus vecinos, con campos cosechados en las más diversas verduras, que resisten pese a que los pinos a sus alrededores estaban secando las napas subterráneas. Rocky, con la misma astucia con las que vendía flores a los turistas en su pueblo natal, empezó a mezclar sus servicios de mecánico con algunos engañitos que ofrecía a los clientes.
Sin permiso de la ley, se paseaba con un carro que traía desde comida a copete, algunas botellas de whisky que revendía al doble y que sus clientes poco dudaban en negociar, ya que les era más barato que salir a comprar a las grandes ciudades. Así fue ganándose un nombre, y hablar de Rocky pasó de ser el gordo argentino que vive a las orillas de la línea del tren, a llamar a un ciudadano distinguido del poblado, el vendedor y el mecánico de Ailín.
Con una rutina parecida yendo y viniendo de los cerros, dos años se demoró en juntar 6 millones de pesos para comprarse un terreno. Para ese entonces, en su casa consumían agua de pozo y la entretención era la señal de radio evangélica que alcanzaba a captar un viejo aparato. En cuanto a la comida, el menú más repetido era jurel de tarro con salsa de tomate, mezclado con una mazamorra de arroz que cada integrante, inclusive el más chico, sacaba cucharadas de la olla. Son condiciones que otros no entenderían, más de alguno de los que está sentado en esta barra creerá que estoy inventando. Lo mismo pasará cuando sepan cómo hizo su mejor negocio.
Cuando puso su firma en la compra del terreno, Rocky sintió que había podido quebrar años de fracaso y pobreza. No eran más de 5 hectáreas, que en el mundo rural suele ser algo pequeño, pero tenía cerca el río para pescar, una escuela para que su hijo pueda educarse, y su señora podría conocer al resto del pueblo, ya que pocas veces salía de su casa. Por fin las cosas estaban saliendo bien y ahora, de a poco, comenzaba a dejar atrás lo que fueron años de tiempos oscuros. La ropa del niño, la cocina a leña, las piezas del baño, eran cosas que fue moviendo hacia las tierras que quedaban a un par de kilómetros. Se llevaron todo, menos algunas estructuras y la fosa séptica, que demoraría varios días en quitarlo de la tierra y limpiar todo lo que venía adentro. Tarea de gran dificultad que por ahorrar un poco en la construcción de su nueva casa, le permitiría avanzar.
Un vecino cercano, de quien se sabía que aún tenía el baño a las afueras de su casa, un pozo que cubría con arena y tierra para calmar el olor, se acercó buscando quedarse con algo del sitio. Rocky, quien sentía que cada objeto traído era un peso que le había costado conseguir, decidió vigilar lo que le quedaba, por si alguien buscaba llevarse algo sin pagar. El viejo, cuando vio el tarro escondido escondido en el suelo, preguntó si estaba a la venta. La discusión fue certera, muy de campo. Cuánto pide, cuánto ofrece, no puedo aceptar menos de lo solicitado. En un minuto, el vecino dijo sin pensar mucho 130 mil pesos, más de lo que mi primo había imaginado. Rocky aceptó, y sin decir ninguna palabra de su estado, le estrechó la mano y cerró el compromiso, un acto inquebrantable entre hombres que aceptan contratos de ese estilo. Lo que vino después no fue muy agradable. El viejo llamó a sus hijos para sacar el tarro del suelo. No quisieron pedir ayuda de algún vehículo, o una máquina excavadora, para no pagar más de lo que ya había gastado. Pese a que eran una familia completa, ni todos juntos tenían la fuerza de Rocky. No recordaba bien cuál de los tres fue, pero uno de ellos golpeó con tanta fuerza la pala sobre la fosa, que la mierda reunida de dos años de injusticias y pobreza, comenzó a salir como una fuga en una manguera, hasta explotar y dejar manchados en mierda de humano al grupo de hombres que cavaba. Rocky aquí se largaba a reír hasta llorar. En sus ojos se reflejaba la astucia, la nobleza de algo tan banal, y la inocente venta que terminó con un viejo cagado hasta las patas. Y ahí lo tienes, sé que suena sencillo, pero para ese gordo sarcástico, fue una travesura de niño ver la mierda escapar, casi como una metáfora, al fin se deshacía de toda la mierda que le había pasado.
Me duele tanto no haber estado en su funeral. Dicen que tuvieron que conectar dos ataúdes para que entrara su cuerpo, que muerto sobrepasaba los 300 kilos. No me quiero imaginar la escena en la morgue. Tampoco cómo fue la despedida de su pequeña comunidad. Dicen que lo enterraron en un cementerio mapuche, que uno de los vecinos le cedió el terreno. Pero no sé por qué te cuento estas cosas, mañana vendrá otro tipo a la barra y te contará algo que tu creerás que inventó borracho en el momento. Por eso juro por mi vida, que Rocky fue mi primo, que logró hacer algo más valioso de lo que yo pude ser, y que aunque existan otros, para mí él es el mejor comerciante que conocí.
Por Ricardo Olave
Fotografía por Charles W. Cushman