A propósito de la exposición “Otro lugar de donde mirar” de Juan Esteban Reyes. Sala Santiago Nattino, APECH 2022

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“La palabra cuenta una historia que no se ve y la imagen visual deja ver lugares que no tienen o que ya no tienen historia. Es decir, lugares vacíos de historia. Y de este verdadero cortocircuito entre esa historia que no se ve y ese visto que no tiene historia, ese visto vacío, va a surgir una especie de emoción y de creación muy sorprendente” Gilles Deleuze

La pintura costumbrista es un género del Romanticismo cuyo desarrollo en Chile puede rastrearse desde mediados del siglo XIX y tiene como finalidad retratar y formar la identidad de la joven República, por medio de temáticas típicas que consoliden una cultura particular, independiente de la colonia. Si partimos del hecho de que la pintura costumbrista está encargada de representar acontecimientos y hechos cotidianos de la sociedad y cultura coetáneos al artista que realizó la obra, la pintura de JE podría estar enmarcada en cierta continuidad con esta. Sin embargo, en el uso desplazado y el recurso a imágenes digitales de producción, circulación y consumo acelerado, JE elaborara pinturas en las que la función de representación es puesta en crisis, y que cuestionan el imaginario pictórico y el proceso pacificador republicano. A la vez que pone en tensión la cotidianidad y la presencia actual de la memoria.

La inserción de retazos derivados de una cultura mediática, da cuenta de la irrupción de un imaginario popular que en su constructo es opuesto a la del Romanticismo costumbrista: las pinturas muestran tanto las violencias que fundan la naciente República; al tiempo que da cuenta de la vigencia del relato latifundista y hacendal presente hasta hoy: no hay una armonización (o, convivencia) entre las diferentes capas que se superponen, más bien habría una puesta en escena de la stasis: esto es, una tensión entre los elementos que tiene como paradigma la guerra colonial (en sus inicios) y que continúa como pasaje hacia la guerra civil. En esta continuidad de la guerra permanente que es la norma de progreso y nación (carreteras, extractivismo, cuerpos en desplazamiento, confrontación, etc.) la resistencia a la violencia latifundista, debiera ser entendida como la posibilidad de narrar a contrapelo lo acontecido en la fundación del imaginario patrimonial: la memoria cumple un papel determinante en tanto contrapoder que subvierte la representatividad nacional. Y acá memoria podría ser, por ejemplo, la capacidad que tiene la imagen mediatizada o digital para operar como soporte descentrado en la superposición de elementos que se trafican por circuitos no oficiales, horadando la cultura nacional y su copyright.

El paisaje costumbrista y patrimonial al que nos expone JE es el de la costumbre que tendría desde sus inicios el Estado-nación para extorsionar, explotar y (llegado cierto punto) hacer morir a quienes se opongan a su aparataje de captura, control y disciplinamiento, en tanto esto es condición para la acumulación capitalista. Así, la espectralidad de las formas y de los cuerpos pareciera ser vista como un retazo, boceto o huella, como una especie de “pasado absoluto”. Aunque no un pasado como lo ya-sido, sino también como lo porvenir, que es ese movimiento en presente de la memoria. Es decir, de la experiencia de la presencia como remitida siempre a eso que no es ella y que fisura la (re)presentación clausurada de la memoria patrimonial del latifundio. La exposición de la violencia fundacional y permanente del Estado-nación es remitida a esa espectralidad, que tiene sitio sin tener parte ni lugar alguno en la construcción de la hacienda. Las figuras asedian; no se sabe si es o no es, si existen o están muertas. Aparecen y re-aparecen, intempestivamente, no llegan a ser: vienen del pasado y, no obstante, está aún por-venir. Porque hay espectros es que son posibles la memoria y el testimonio, y mientras exista memoria habrá rebelión.

 

Por Nicolás González