Para responder a la mayoría de nuestras inquietudes lo que hace falta es un comienzo, aunque de manera más específica, considero que en estas ocasiones el camino debe sustentarse en una voluntad interna que, más temprano que tarde, nos impulse a participar de la incertidumbre.

Según el calendario gregoriano (no el único, ni tampoco el más acorde a nuestra relación con la tierra), recientemente se ha dado comienzo a un nuevo año. El flujo de alusiones al poco apego que como humanidad sentimos con la cifra 2020 pareció demostrarse con ironía y, en el caso de las calles aledañas a mi casa, con un show pirotécnico que me pareció interminable. La vieja pero siempre útil táctica de los noticiarios construyó y desbarató durante semanas diversas hipótesis sobre el futuro próximo, colaborando en gran medida con la ansiedad ya instaurada hace meses por sus ediciones matinales y nocturnas. La catarsis en la madrugada del 1 de enero tomó diversas formas, en su mayoría correspondientes a costumbres reproducidas sin mayor cuestionamiento, aunque esta vez reducidas y acompañadas por la sensación de pérdida y soledad propias de estos meses ligados a la inquietud, junto con la instauración de medidas restrictivas que en su logística coquetean constantemente con el absurdo (o sencillamente con el descaro de las familias y grupos económicos que lideran este país, quienes duplicaron y triplicaron sus ganancias en medio de los despidos, la quiebra de su “competencia” y las prácticas abusivas en medio de la emergencia sanitaria).

En este contexto, hablar de normalidad es aún más absurdo que las medidas instauradas para reestablecerla. Pienso que si algo hemos aprendido quienes aún tenemos presentes los sucesos de octubre es que toda alusión a la normalidad, sea en un contexto de crisis sanitaria o crisis social, siempre irá acompañada por un intento de encubrir las nefastas decisiones acordadas entre el estado y sus titiriteros. Decisiones que no sólo afectan nuestra inmediatez, ya que aquellas sólo corresponden a la represión, sino también a un plano más profundo, ligado al control y la manipulación, utilizando el miedo y la insatisfacción como estrategia.

Tomemos como ejemplo el negocio de las vacunas. Vale la pena no perder de vista que esta competencia ficticia entre los países reflejada en los noticiarios sólo reafirma el interminable auge de la industria farmacéutica, un imperio sin nacionalidad, construido en base a la oferta y la demanda, y cuyo objetivo es la salud del mercado, no la nuestra. Pero no pretendo profundizar más allá con este secreto a voces, aunque me parezca pertinente mencionarlo. Si elaboro este relato es para recodar que la crisis es un momento excepcional, repleto de posibilidades, y quienes más provecho han sacado de esta situación son las instituciones y los negocios que perpetúan nuestro sacrificio en pos de sus ganancias. ¿No es eso lo que ocurre a lo largo de todo el mundo? ¿No son los Estados quienes han reforzado su control y vigilancia de cara a la sociedad? ¿No son las grandes empresas quienes se han enriquecido con las consecuencias de la crisis sanitaria? ¿No somos nosotrxs lxs únicxs verdaderamente perjudicadxs por las decisiones de las cuales no hemos sido participes? Al hacerme estas preguntas no dejo de pensar que hace falta un comienzo, o en muchos casos, fortalecer y reafirmar aquello que ya ha comenzado.

Un período ligado a la introspección y el descubrimiento de nuevas herramientas y estrategias debe ir acompañado de un comienzo significativo que demuestre nuestros cambios como individuos y comunidades percibidas más allá de las estructuras que pretenden perpetuar nuestra condición de rebaño. Las restricciones ponen a prueba nuestra obediencia y el desobedecer no siempre significa participar como antagonista en la dinámica propuesta, a veces debemos ir más allá. Me explico con un ejemplo: La apertura de las grandes multinacionales a pesar de las restricciones impuestas al resto de los negocios siempre irá acompañada del aumento de la vigilancia y la censura a la economía local, evidenciando un interés por reconducir el rebaño a una arquitectura diseñada para el consumo innecesario de objetos que se acumulan año tras año en nuestras casas. Mientras los cines y los teatros se cierran y los museos replantean su rol con la sociedad, lxs ricxs se hacen más ricos y lxs pobres se hacen más pobres. La creación de necesidades innecesarias alcanza su apogeo en las grandes estructuras neoliberales, pero poco a poco comienza a ganar un espacio en comunidades y territorios para los cuales había sido relativamente ajena. En estas circunstancias, la verdadera desobediencia radica no sólo en el apoyo de la economía local, sino también en el cuestionamiento de nuestros hábitos en una sociedad que se asemeja cada vez más a las novelas distópicas, las cuales pasan a transformarse en nuestra realidad.

Consumir y adquirir se relaciona comúnmente al premio por el trabajo realizado. Durante nuestra vida -y el 2020 en ningún caso fue la excepción- nos llenamos de trofeos intentando convencernos de que los merecemos ya que en el fondo esa es la razón por la cual trabajamos. De esta forma, no queda mucho tiempo para realizar las preguntas realmente importantes. Pero aquí va otro recordatorio: mientras más tienes, menos libre eres. La acumulación es un síntoma. Si no estás de acuerdo conmigo, te invito a mirar a tu alrededor y preguntarte ¿Cuántos de todos los objetos que te rodean te hacen feliz? ¿Cuántos de esos objetos cumplen una función vital en tu día a día? ¿Recuerdas para qué y por qué conservas cada uno de esos objetos? Mientras más tengas, más difícil será responder a cada una de estas interrogantes.

Personalmente, llevo algunos, años trabajando de manera consciente el desapego a los bienes materiales. Ordenar, donar o regalar objetos en el espacio que habito resulta gratificante, sobre todo cuando existen inquietudes en mi interior. Intento no conservar trofeos y enfocarme en el uso de las herramientas y los materiales que ya tengo. La adquisición se transforma entonces en un ejercicio consciente, aunque a veces cometa equivocaciones propias del aprendizaje. Evidencio mi caso personal ya que lo considero parte de un proceso que presiento se desarrolló de manera simultánea en cada unx de nosotrxs. Cada unx en el lugar que habita, de pronto se vio frente a frente a sus cosas. Hubo más tiempo para observarlas y preguntarse el por qué están ahí. Lo mismo sucedió con los patios que poco a poco se han ido transformando en pequeñas huertas o las bodegas que evolucionan hacia su uso como taller, olvidando su antiguo papel similar al del gabinete de curiosidades.

Las condiciones del juego han cambiado. Nuestra concepción de libertad se ha visto reducida a espacios y tiempos limitados por un sistema que se beneficia con nuestra obediencia ciega. Ahora que nos vemos y compartimos menos con otra persona percibimos su importancia. A su vez, fortalecemos nuestro vínculo con la soledad y el silencio como circunstancias necesarias para nuestro crecimiento interior en una sociedad sostenida en la banalidad y lo superficial. Lo que hace falta es un comienzo o fortalecer lo que ya ha comenzado. Comprender que una parte de nosotros debe desaparecer para ser capaces de afrontar los desafíos que presentimos y otros que aparecerán de sorpresa en el camino. Trabajar en nosotrxs la voluntad ya que en ella radica nuestra fuerza. Nuestro mundo convulsiona y lo demuestra desde diversas aristas. Nuestro mundo quiere ser otro mundo y nos pide ayuda, ya que en el fondo somos nosotrxs quienes también necesitamos con urgencia este cambio.

Lo que hace falta es un comienzo que deje atrás los viejos paradigmas y se abra a la convicción de que no estamos aquí para vivir una vida de esclavxs. Es momento de intentarlo en serio.

Fotografía y apunte por José Miguel Frías Reyes