OLORES

Comemos y nos cuidamos. ¿Quién

nos cuida la desesperación? A veces

la voluntad se tierniza y piensa

este mundo como una

ilusión favorable. A condición

de que se queden los pies,

de que los buques no lastimen.

Ésta debe ser una tristeza urbana.

Los edificios no dialogan y

el cansancio silba. Niños

piden limosna y no huelen

a gardenia. Allí, secos.

JUAN GELMAN

I

Vivo solo desde hace años, en agosto del año en curso cumplo cuarenta y cuatro años, nunca formé familia, no tengo pareja y según me doy cuenta soy completamente ajeno a perder la virginidad, no me interesa, veo a la mujer como una belleza inalcanzable, me basta con eso, con mirarlas y sonreír, los comentarios que he recibido de mis pocas amistades y de mi padre aún vivo es que soy un resentido social, que siempre he estado al margen y que moriré solo. Esa idea me gusta, ahora que ya me pongo viejo me ha dejado tranquilo y pueden pasar meses sin recibir pregunta alguna.

II

Estoy en el colegio, doy mi primer beso a una niña de pelo muy largo, el beso dura, creo yo unos minutos y tal vez un par de años, ese beso lo atesoro tanto que no necesité nunca más tocar una mujer, desearla me era innecesario. A veces siento que sigo dando ese beso. No recuerdo cómo se llamaba la niña de pelo hasta las rodillas.

III

Los últimos dos años he leído diarios de vida, de distintos escritores, busco escritores en mi lengua. Mario Levrero, su Novela Luminosa; Ricardo Piglia, sus Diarios de Emilio Renzi, excepcionalmente los del cineasta Raúl Ruiz. Tengo una no despreciable biblioteca, no es cara como otras, tengo ediciones usadas, prefiero un libro de segunda mano.

IV

Trabajo como asesor legal en compañías de seguro, soy abogado de profesión, nunca quise ejercer, trabajo desde casa.

 V

Mi departamento es lo suficiente para estar tranquilo. Libros, Pink Floyd y arroz con tomate, cada tanto algún licor fuerte, analgésicos que me cierran la cabeza y me adormecen el cuerpo —acarreo cálculos renales crónicos— desde el piso quince el sonido es mínimo, boto la basura en el compartimento que está a dos pasos de mi puerta, allí entre cartones y botellas veo ese gran túnel hediondo y sucio como mi único acceso a los otros; esos que caminan por la calle. El servicio de reparto a domicilio funciona perfecto.

VI

Esa semana acumulé más basura de lo normal, fui en dos tandas a botar dos bolsas medianas, cuando llevaba la segunda bolsa vi un bebé en el suelo, entre cartones, no hice caso y lo atribuí a mis pastillas, no sería la primera vez, en una ocasión imaginé un platillo volador por la ventana y en la mañana me percaté que era una gigantografía publicitaria.

VII

Era efectivamente un bebé, con un pequeño llanto, un gemido, tomé al bebe en mis brazos, entré al departamento.

VIII

No tengo respuestas para nada y estoy lleno de dudas, tengo un bebé de al menos seis u ocho meses, pensé que alguien lo olvidó, como si se pudiese uno olvidar de un bebé, esperé a que alguien preguntara, temo me culpen de algo atroz. Lo estoy cuidando, leyendo en internet, compré una licuadora y leche especial, la caja llega cerrada y el conserje la sube, siempre lo hace, siempre le doy propina.

IX

No puedo creer que nadie venga por el bebé, que ninguna madre o padre aparezca desesperado buscando a su hijo. La hipótesis que lo abandonaron allí me estremece el alma, no sé que hacer, no quiero avisarle a nadie, el bebé esta sano tiene ojos azules y cada tanto sonríe. Estoy contento porque come con ansias, muelo pollo, papas, zapallo y apio, come eso y está comenzando a masticar manzanas.

X

Saqué los libros de la pieza pequeña y le hice su habitación, con una cuna que compré por internet, tuve que además conseguir herramientas, el bebé sonreía mientras peleaba con los tornillos, la cuna se transforma en corral para cuando tenga más años. Me parece perfecto que de grande decida su propio nombre.

XI

Mi vida no se vio alterada por el bebé, digamos que mi instinto paternal siempre estuvo en mí y no necesito ser el padre biológico, me siento como José con el niño Jesús.

XII

Coronavirus se llama, al parecer declararán pandemia mundial y nos confinarán a casa, mi trabajo se mantiene igual, los seguros de vida hoy valen oro.

XIII

Hacía dos años que no salía a la superficie, mi padre enfermó y murió por el virus, me declararon posible contagiado, les expliqué que no tuve contacto con él, pero en el hospital sí y estuve mucho tiempo allí, pensando en el bebé que estaba en su cuna con tranquilidad absoluta, confío en ese pequeño ser, porque sé que confía en mí.

XIV

Estoy enfermando, es un resfriado muy fuerte, no me puedo las piernas y respirar es un desafío, ni el humo de los cigarros entra, dejé el colchón empapado de orina, crimen que el bebé nunca ha cometido. Qué vergüenza.

XV

Estoy boca arriba tirado en el piso, el bebé me mira con ojos fijos, veo en su rostro la aceptación, sabe que moriré, yo también estoy convencido. Estoy delirando y me sangra la tos. El estertor miserable, la blanca toalla pintada de rojo y flema. Tomo la mano del bebé y le digo adiós.

Epílogo I

Me hicieron firmar ¿Cómo se dice? Eso, una declaración, fui el primero en entrar, tengo las llaves de emergencia, en el comité como se dice, se decidió que tenía que tener una copia y abrir con el presidente, ese día el presidente no estaba, pero si el secretario del comité, don Benito, con don Benito entramos, lo vimos allí tirado, después nos hicieron test para ver si nos contagiamos, pero no, el cadáver estaba muerto hacía varias semanas, envuelto en una gran toalla con sangre, ese caballero nunca salía.

Epílogo II

Bueno así fue. Estaba envuelto en una toalla blanca, el departamento fácilmente podía ser de un profesor de literatura o historia. Estaba solo, creo que así vivía solo. No puedo decir que era educado porque no crucé palabra nunca con él. Sí al menos le cursamos veinte multas, las pagaba para no asistir a las reuniones. Después lo dejé de hacer, como secretario podía decidir eso.

Epílogo III

Vinieron a desocupar el departamento, al parecer su hermano vino y botó todo, incluso los libros, esperé a que se fuera y los rescaté del basurero del primer piso, buenos textos que creo podré vender, había una lámpara también y una extraña muñeca de ojos azules. La dejé ahí, la lámpara será útil.

 

Por Carlos Matteoda

Fotografía de portada de Daniel Leyton