Este 2025 se cumplen noventa años de la publicación de la versión final de Residencia en la tierra de Pablo Neruda, poemario de culto que no solo es de importancia histórica, sino que se mantiene incólume como un libro único que se construye un mundo extraño y cautivador.

El libro está dividido en dos partes, la primera escrita entre 1925 y 1931, la segunda entre 1931 y 1935 y presentó una ruptura radical con el Neruda anterior conocido especialmente por los 20 poemas de amor y una canción desesperada, libro lleno de melancolía, pero en el cual el poeta parece acurrucarse cómodamente en ella (“Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. / Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”). En las Residencias en cambio no hay nada apacible, esa melancolía se transforma en una manera en que las cosas se le aparecen al poeta.

El estudio más famoso que se ha escrito sobre Residencia en la tierra es el de Amado Alonso en su “Poesía y estilo de Pablo Neruda”, libro que es casi un texto poético por sí mismo. En un pasaje dentro de las primeras páginas Alonso describe mejor que nadie qué es lo que vuelve tan cautivadora a esta poesía:

Los ojos del poeta, incesantemente abiertos, como si carecieran del descanso de los párpados (“Como un párpado atrozmente levantado a la fuerza”), ven la lenta descomposición de todo lo existente en la rapidez de un gesto instantáneo, como las máquinas cinematográficas que nos exhiben en pocos segundos el lento desarrollo de las plantas. Ven en una luz fría de relámpago paralizado el incesante trabajo de zapa de la muerte, el suicida esfuerzo de todas las cosas por perder su identidad, el derrumbe de lo erguido, el desvencijamiento de las formas, la ceniza del fuego. La anarquía vital y mortal, con su secreto y terrible gobierno. El deshielo del mundo. La angustia de ver a lo vivo muriéndose incesantemente: los hombres y sus afanes. las estrellas, las olas, las plantas en su movimiento orgánico, las nubes en su volteo, el amor, las máquinas, el desgaste de los inmuebles, y la corrosión de lo químico, el desmigamiento de lo físico, todo, todo lo que se mueve como expresión de vida, es ya un estar muriendo.

Todo parece estar desarmándose en Residencia y lo que se nos muestra son destellos de ese mundo en descomposición mientras el poeta desesperadamente agarra cosas que se le resbalan entre los dedos, varios han hecho notar que una de las palabras que más se repiten en el libro es el verbo “caer” y que el agua, que no puede sino caer, es el elemento central en torno al cual gira la imaginación poética del autor, a su vez las imágenes que se presentan están dominadas por la naturaleza pero esta nunca es apacible, los elementos naturales aparecen como torcidos por la palabra (“Peces en el sonido, lentos, agudos, húmedos,/ arqueadas masas de oro con gotas en la cola”).

Tradicionalmente, la palabra más usada cuando se trata de Residencia es la palabra “hermético”, que es otra manera de decir que estos son poemas que no se entienden, después de todo, la década que llevó escribir el libro estuvo dominada por las aguas de las vanguardias, de las cuales Neruda bebe profusamente en su nueva búsqueda poética. En esa explosiva década para las artes que fueron los años veinte aparecieron Trilce de Vallejo, La tierra baldía de Eliot, la muy importante para Neruda poesía de García Lorca y una infinidad de otras obras literarias modernistas. Lo que hace que esta sea una poesía “hermética” es, por ejemplo, que está construida con contradicciones, con sintaxis confusa o en donde no se aclara el sujeto del poema. Para mencionar alguna de estas rarezas lingüísticas, los últimos dos versos de Entrada a la madera dicen: “y hagamos fuego, y silencio, y sonido, / y ardamos, y callemos, y campanas.” siendo el sustantivo “campanas” usado a modo de verbo.

El pintor Roberto Matta en una entrevista realizada por Chris Marker explica su trabajo de una manera que puede resultar análoga con la búsqueda de Neruda en su Residencia y que nos puede ayudar a entender este lenguaje torcido del poeta; Matta señala que lo que a él le interesa es que el espectador, a través de su pintura, se familiarice con las “siete dimensiones”, es decir, que su pintura busca representar el mundo en toda su complejidad: los objetos materiales nunca están quietos, el tiempo no se detiene, una manzana está siempre en proceso de pudrición y en sus semillas hay un árbol en potencia; pero también, agrega Matta, estos objetos atravesados por el tiempo solo existen a través de los ojos de un observador (o “testigo” para usar esa figura nerudiana).

Esta perspectiva del arte que podemos encontrar tanto en Matta como en Neruda, Alonso la entiende como una cercanía a la “desintegración”, rasgo que encuentra en muchos artistas de las vanguardias como los cubistas o los impresionistas, o para hablar de literatura, en el Ulises de Joyce. Esta tendencia a la desintegración significa que el artista busca expresar el mundo en tanto mundo cambiante con el propósito de mostrar, quizás, una verdad más profunda de este; después de todo, sea lo que sea que estemos mirando, nada se está quieto ni está separado de todo lo demás.

Pero dicho todo lo anterior, para un lector contemporáneo Residencia en la tierra quizás no resulta un libro tan difícil como lo pudo ser hace noventa años; en un mundo donde existe el cine, la conectividad masiva, el psicoanálisis y las bombas atómicas, un libro de poemas construido con imágenes dispersas, que trata de expresar lo inexpresable y que muestra un mundo en descomposición puede hacer incluso más sentido que en 1935 cuando fue publicado. Y la belleza del libro parece no envejecer porque presenta una manera de ver el mundo con al cual todo humano viviendo en el mundo moderno y desarrollado puede entender.

Usualmente, a quienes nos interesa la política solemos quedarnos con el Canto General cuando se trata de elegir el gran libro de Neruda, quienes son más temerosos con esos asuntos tienden a preferir la Residencia en la tierra. Si bien es real la existencias de muchos Nerudas (como el autodenominado “Neruda panadero” de las Odas elementales), hoy en día cuando la poesía política ha perdido parte de su urgencia y su importancia social, resulta evidente que las Residencias no son poemarios de un mero ensimismamiento pequeñoburgués, sino que son libros sobre la apertura al mundo, en donde el poeta al alejarse de la apacible melancolía de los 20 poemas cae como lanzado a un mundo lleno de lodo en un tormentoso siglo XX.

Neruda tiene el bello gesto de llamar Tercera Residencia al libro en donde está su doloroso y completamente político poema España en el corazón, estableciendo un nexo entre la bella abstracción de las “ciruelas que se pudren en el tiempo, infinitamente verdes“ de su Galope muerto y la sangre de los niños que corre por las calles de su Explico algunas cosas.

Finalmente, es necesario decir que Residencia no es solamente una poesía del desarraigo, de lo desvencijado, de lo muerto, no se contenta con mostrar el sinsentido del mundo y el triunfo de la muerte, sino que busca una y otra vez algo en qué sostener la mirada, algo en donde encontrar sentido. La materia pareciera ser ese sostén en donde se puede encontrar el orden en ese mundo caótico, es por eso que el hablante del libro es como un perro que va de aquí para allá olfateando todo lo que se le cruza en el camino; en estos poemas domina lo físico, hay orina, cadáveres, masturbación y cenizas; si en Altazor Huidobro nos muestra la presencia permanente de la muerte diciendo que esta “se acerca como la tierra al globo que cae”, en Residencia la muerte se asocia con unos “pies de pegajosa losa fría”.

Este deseo patente de Neruda de no quedarse entrampado en la desolación lo podemos notar en dos grupos de poemas dentro del libro, el primero es un grupo explícitamente definido: los Cantos materiales, en donde el autor-perro escarba la madera, el vino y el apio con tal de salir de estas cosas con unos ojos nuevos. El segundo grupo de poemas, no separados por el autor, son los poemas que podemos llamar “reflexivos” y que, a modo personal, resultan ser de los más interesantes del libro: poemas como Ritual de mis piernas, Sonata y destrucciones o Significa sombras, poemas en donde el poeta casi agotado aclara ideas (“Tal vez la debilidad natural de los seres recelosos y ansiosos / busca de súbito permanencia en el tiempo y límites en la tierra”) finalmente llegando a una claridad que no salva a nada de la desolación y la muerte, pero que sí ordena el mundo para seguir caminando sobre él: “Sea, pues, lo que soy, en alguna parte y en todo tiempo, / establecido y asegurado y ardiente testigo, / cuidadosamente destruyéndose y preservándose incesantemente, / evidentemente empeñado en su deber original.”. En definitiva, Residencia en la tierra no solo es una grandísima creación de nuestra cultura nacional que en sus nueve décadas de existencia hay que revisar, sino que también es una obra viva que pareciera transformarse y que presenta una mirada única para un mundo caótico.

Por Maximiliano Méndez

Fotografía de Herbert Kline