¿Acaso algo ha cambiado con la errancia? ¿La errancia me ha cambiado? Respondo: “Sí”. En primer lugar conocí una ilimitada felicidad, quizá mayor que en ningún otro momento, posiblemente mayor que nunca, más que en otros viajes, tal vez. aún mayor que en África, que recorrí desde el cabo hasta Alejandría. Porque no huí al fotografiar a los otros, en los campos de refugiados, en los campos de prisioneros en Ruanda, etc. No huí, no podía hacerlo, estaba obligado a reencontrarme conmigo mismo. Conocí también la felicidad de estar realmente en mi elemento. Porque la palabra errancia no es sólo una palabra que suena bien, que uno utiliza diciéndose que está de moda.
Creo que esta búsqueda de la felicidad era indispensable. Es posible que lo importante de la errancia sea el hecho de que me permitió vivir el mayor tiempo posible en el presente. Pienso que allí reside el primer balance positivo. Que me permitiera mirarme, que me permitiera verme, aceptarme. De lo contrario la soledad quizá me habría impedido vivir.
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Pienso que lo propio del fotógrafo es traicionar lo real. Simplemente hay que dominar esta traición para que ella permita ser coherente con uno mismo. Creo que yo traicioné algunas cosas. Pero intento no traicionarme a mí mismo. ¿Qué es Errancia? Es la mirada en estado puro. Es mi mirada en estado puro. ¿Cuánto valgo cuando dejo de lado el tema, la historia, la leyenda, el mito, el periodismo, la información, todos los pretextos que pueden llegar a injertarse en mí? ¿Qué soy, cuánto valgo, cuál es mi mirada? Es una obsesión que tengo desde hace mucho tiempo. Es algo que trabajo un poco como se trabajan las notas.
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La fotografía es algo bastante complejo y totalmente irracional. Además nadie puede hablar de ella. Resulta claro: ¿cuánta gente hay que sepa hablar de la fotografía, de la imagen? Hay un aspecto técnico y hay un aspecto libre, inconsciente, o consciente, no lo sé. Y no es casual que así sea. Todas esas fotos no están hechas al azar. No es por azar si seguí una pista a la derecha en alguna parte de la Patagonia, y no a la izquierda. ¿Y si me voy hacia el oeste? ¿hacia el sol? ¿O voy hacia el sur?
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Me gusta el encuadre y me gusta también tomar partido, la selección, el editing, elegir las imágenes. El encuadre está ligado a las nociones de tiempo y lugar. Está entre los dos. Es algo que, con el instante, constituye uno de los principales elementos del cine y de la fotografía. El instante no es algo que yo reivindique… Prefiero hacer elogio del instante sin importancia, que está entre otros dos. Un momento que no es privilegiado sino más bien ordinario, un tiempo débil como dije hace algunos años.
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La fotografía tiene algo de una lucha contra la muerte. A uno le cuesta vivir en el presente, se hunde en el porvenir y no habla más que del pasado. Más aún en el cine, porque en el cine el pasado se organiza. En la fotografía hay realmente algo contra la muerte, contra el miedo a la muerte. Yo no tengo ese temor, como todo el mundo.
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La idea de mensaje, no sé… Tiene su importancia. Errancia, a priori, no tiene mensaje. El mensaje responde siempre a la pregunta: ¿Cuál era mi cálculo antes de partir y cuál mi cálculo a medida que iba tomando mis fotografías? Por otra parte me digo que avancé hacia algo, es decir que me alejé de la historia, por que antes de salir a hacer Errancia no tenía deseos de atravesar el mundo para hablar de la miseria, para hablar de los ricos, de los indios, para hablar de todo eso. No tenía deseos de hacer un trabajo de intervención. Creo que no hay mensaje en Errancia. Es más bien un cuestionamiento. Pienso que todos los fotógrafos deben pasar por este cuestionamiento, por esta errancia en algún momento, para descubrir cuál es su mirada en estado puro. Es verdad que detrás de mí hay un manifiesto político, detrás de estas fotos de la errancia. Es decir que hay una voluntad en relación con otros fotógrafos, una voluntad de decir: “No busco denunciar, no busco acusar, no intento demostrar, les entrego mi modo de ver, mi visión del globo, de una parte del globo, en un momento determinado”.
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No intento ser un testigo. Eso ya no me interesa. Intento ser un actor en la errancia. Busco dar una voz; explicar que detrás de cada imagen hay un fotógrafo, un individuo. He vivido la errancia. Tenía prisa por tomar mis fotos y atravesar las sensaciones que se experimentan cuando se toman fotos: la decepción, el placer, el goce, la frustración, carencia, fantasma, alegría de descubrir un lugar nuevo, luces nuevas, olores, monedas que no conocía.
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La idea principal de la errancia es que no se quita nada a nadie. No se acapara un lugar. El errante es alguien que pasa, que no se apropia, no roba. En la errancia hay algo que se opone a la traición, que no ejerce una mirada dominante, ni una mirada observante, o participante. Es una mirada totalmente otra. En razón de haber hecho cine-verdad, en lugares difíciles, pasé, a veces, de la cámara observante a la cámara participante. Pero pienso que en la errancia mi mirada se hizo transparente. El errante es alguien que comparte, que viene de más allá, que no permanece mucho tiempo y que no intenta colonizar. Es el anti-colonizador. Es alguien que tiene la idea de compartir, aun si permanece en su propio pensamiento, en su propia búsqueda.
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Para mí esta errancia era necesaria, se me reveló, salió del inconsciente, como la necesidad de amar, o la necesidad de acariciar a alguien, ella se me impuso así en un momento dado… Hay que ser paciente. Sé que no soy bastante paciente. Soy perseverante, pero no soy bastante paciente. Sé que ello requiere tiempo y la errancia es una confrontación con la paciencia. Cuando filmo voy muy rápido, cuando tomo fotos también. La fotografía es el elogio de ese momento, de esa no-paciencia o de esa paciencia, es el elogio de cada momento, en tanto que éste no se parece a ningún otro. Nadie puede tomar de nuevo la misma foto. Así como tampoco nadie puede repetir la misma errancia. La errancia es igualmente muy egoísta, diría que es moderna en el mundo occidental: uno piensa en sí mismo, contrariamente a las sociedades africanas que son mucho más clánicas. La errancia es un síntoma de nuestro mundo. Atravieso el mundo, no encuentro diferencias, paso, estoy tan bien en todas panes, porque siempre es el mismo lugar, porque todo se parece. Es el elogio del momento, el elogio del presente. Para mí este es un período importante, hay que continuar, hacer otra cosa: ya no tengo el derecho de practicar la errancia ahora, se terminó, es una lástima, pero haré otra que será la continuación o que será complementaria, o bien contraria, opuesta, diferente. Es una posibilidad que tiene el fotógrafo. La posibilidad de ser hoy un habitante de la Tierra. Y luego esto, es todavía demasiado pretencioso decirlo. Simplemente de escuchar a los otros, de escuchar al mundo.
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Creo que existe un vínculo muy fuerte entre la imagen y lo religioso. Pero no sé cómo explicarlo. Tal vez por esta razón me gustan las películas de Pasolini, porque él es uno de los pocos que habla de ello, un poco como Jean Marie Gustave Le Clézio habla de lo religioso en el sentido espiritual del término.
¿Creo en Dios? ¿El hombre de imágenes cree en Dios? ¿O al contrario, cuando se hace fotografía se recupera de tal forma lo real, una cierta realidad, que se es a la vez creyente y ateo?
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Tengo la posibilidad de viajar, pero si un día no puedo hacerlo, ya no podré cuestionarme, confrontarme con realidades, con lo real que durante mucho tiempo me ha obsesionado y que continúa siendo el motor de mi vida. Hoy ya no sé quién soy. Ya no soy periodista. Tampoco soy ya un fotógrafo conceptual. Estoy entre ambos. Y me siento muy bien allí.
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La errancia ha sido importante para mí, porque es una manera diferente de viajar, en la que no había pensado antes. Estuvo latente durante mis cuarenta años de viajes. Pero nunca antes viajé así. Y he sido muy feliz al hacerlo. La errancia me ha liberado de un buen número de cargas que yo me había inventado, de presiones, de condiciones que me había impuesto y que eran el precio que debía pagar para poder viajar.
Tenía todavía la carga del fotorreportero, asalariado, luego independiente, con la idea del viaje útil. La errancia de un solo golpe, me liberó. Había que volver a ella. ¿Podré todavía viajar o errar mañana, con todos los conocimientos que adquirí en la errancia, con la búsqueda del lugar aceptable, las zonas intermedias, las palabras asociadas a ellas, como extravío, soledad, marcha, etc.? ¿Me hicieron ellas realmente avanzar? Sí, pienso que sí. Y sin embargo no puedo transformarme, abandonar todo mi pasado y convertirme en un errante sin historias, sin pasado. Mi pasado estaba allí, está siempre allí y es importante.
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La errancia originó en mí una nueva forma de hacer fotos. Primero por la altura. Y luego por la distancia, 20 a 30 metros. Lo cual es muchísimo.
Descubrí, mirando imágenes de Errancia, una distancia nueva, una distancia que se impuso, que fotografié en diferentes sitios, con la presencia de personajes pero un poco más lejos, todavía más lejos, que no eran dominantes, que no eran agresivos, que no movilizaban la imagen, que no eran el tema y que yo tampoco buscaba. No estaba en la situación de los fotógrafos del siglo XIX que por necesidades técnicas hacían largas pausas que excluían la presencia de personajes o exigían que éstos estuvieran muy lejos, a fin de que no aparecieran borrosos… Hay algo del siglo XIX en estas fotos de errancia, porque están distantes, un poco como sucedía con las primeras fotografías.
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Un día, cuando me encontré con Nelson Mandela, le pedí que permaneciera un minuto en silencio. Él no me conocía, no sabía lo que yo iba a hacer, y le pedí un minuto de silencio. Mandela accedió. Y dominó completamente ese minuto. Yo no tenía cronómetro ni él tampoco. Estaba en su oficina y manejó ese minuto como si tuviera un cronómetro en la cabeza. Sus veintisiete años de cárcel sirvieron para algo, conoció el tiempo, el valor del tiempo. Fue un poco osado pedirle de nuevo un minuto de silencio, un minuto de su pasado, un minuto de dolor, un recuerdo de su terrible experiencia.
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Cuando trabajaba para el diario Libération, en Nueva York, al principio seguía a los fotógrafos del New York Times que iban a hacer sus reportajes. Como si todavía tuviera necesidad de permanecer en el periodismo para hacer mi fotografía. La ocasión quiso que fuera despedido del New York Times y me vi obligado a fotografiar cosas de la calle, sin ninguna restricción.
En la errancia me encontré de nuevo, en cierto sentido, con el mismo fenómeno: me alejó de cierra fotografía humanitaria, que todos hacemos, en color o en blanco y negro: uno ve a alguien, va a fotografiarlo, se presenta, le habla, alguien que pasa en bicicleta, poco importa. Yo estaba muy marcado todavía por ese tipo de fotografía. Hacía fotos muy próximas a la gente, próximas a los hombres. Aún en mi errancia, arrastraba, a veces, el reflejo de fotografiar una silueta que pasaba. Una especie de deformación, como si se obtuviera tranquilidad con la presencia humana en una fotografía. Entonces me liberé. Esa nueva fotografía me liberó
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En la errancia fui feliz porque nunca tuve que aportar ninguna prueba.
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He explicado extensamente que la errancia es la búsqueda de algo con relación con uno mismo, y simultáneamente la búsqueda de un lugar, de un lugar aceptable. Sin embargo tengo la sensación de haber estado más abierto que nunca hacia los demás, hacia el mundo. En mi errancia me sentí quizá más solidario con la pobreza, con las dificultades de la gente, con la alegría o la pena de vivir de lo que jamás me había sentido haciendo un reportaje.
Por Raymond Depardon
Traducción de Hugo Gola
Transcripción y edición de Miguel Ángel Gutiérrez
Publicado originalmente en la revista El poeta y su trabajo, disponible digitalizada en la web de la UNL