¿Es el amor, entonces, tan simple?

 

¿Es el amor, entonces, tan simple, mi vida?

¿Una puerta que se abre

y ver claramente todas las cosas?

Yo no lo sabía antes.

 

Había pensado que era inquietud y deseo,

elevarse tan solo para caer,

aniquilación y fuego:

no es así en absoluto.

 

No siento una fuerza de voluntad desesperada,

pero creo que entiendo

muchas cosas, mientras me quedo sentada en silencio

con la Eternidad en mi mano.

 

El amado

 

I.

Mi amado yacía a mi lado, tranquilo y blanco,

pero el Dolor lo presionó desde su otro costado,

y lo amó durante toda la noche

y no sería rechazado.

 

Yo yacía quieta, apartada.

No lloré porque él no fuera mío,

ni lo arrastré celosamente contra mi corazón,

sino que pensé en cómo el Dolor volvía divino a un hombre.

 

II.

¿Debo odiar la vida por tu sufrimiento?

No lo sé.

El Dolor ha regresado con su espada otra vez

para dar su golpe aparentemente casual,

y otro sueño yace muerto.

 

Pero por cada sueño que muere

una verdad se hace realidad,

y cuando miro en tus ojos cansados

sé que el Dolor te ha elegido

para la terrible corona de los sabios. 

 

III.

Ante tu sufrimiento enmudezco,

mi amado, no me atrevo a tenerte lástima,

no puedo decir palabras apacibles, como hacen los otros.

Vengo completamente desconsolada. 

 

Tu pena es digna

más allá del consuelo que tropieza en la lengua.

Orgullosamente, igual que las mujeres llevan a sus hijos,

tú llevas la pena en tu costado.

 

Pero pon tus manos en mi pecho,

alza tu boca hacia mi boca y di

lo que otros tal vez no oyen; sé débil,

apóyate en mi corazón y descansa.

 

Cuando hayas dejado de amarme

 

Cuando hayas dejado de amarme, no llores;

oh, no sientas piedad de mí, cuyo apasionado orgullo

nunca conoció el consuelo de las lágrimas suaves;

cuando te hayas ido, debes saber que no me arrastraré

a los grises y tristes silencios para ocultarme,

sino que dirigiré mi rostro hacia los años desconocidos.

 

Cuando hayas dejado de amar, no lamentes

por mi bien lo que es mi ganancia eterna;

mío es el tesoro, tuya la marchita pérdida;

mi día es inmortal, aunque tu sol se ponga;

mía es la exaltación del dolor orgulloso

–yo nunca llevé mis penas como a una cruz–.

 

Cuando hayas dejado de amarme, sigue tu camino,

buscando amor en otros labios que no sean los míos;

esos labios frescos parecerán rancios de recuerdos;

los míos, las infinidades de estos días sin sombra.

Yo soy el templo, ¡yo soy el santuario sagrado del Amor!

Los hombres siempre encontrarán risa en mis ojos.

 

Perro solitario

 

Soy un perro flaco, un perro entusiasta, un perro salvaje y solitario;

soy un perro rudo, un perro duro, cazando por mi cuenta;

soy un perro malo, un perro rabioso, molestando a ovejas tontas;

me encanta sentarme y aullarle a la luna para no dejar a las almas pesadas dormir.

 

Nunca seré un perro faldero, lamiendo pies sucios,

un perro elegante, un perro sumiso, rebajándome por mi carne;

no es para mí el lugar junto a la chimenea, el plato bien lleno,

sino la puerta cerrada, y la piedra afilada, y el puño y la patada, y el odio.

 

No son para mí los otros perros, corriendo a mi lado,

algunos han corrido un breve tramo, pero ninguno se quedaría.

Oh, todavía es mío el sendero solitario, el sendero difícil, el mejor,

¡ancho viento, y estrellas salvajes, y hambre de la búsqueda!

Por Irene Rutherford McLeod

Traducción de Milena Arce