Así me siento hablando con vos

 

Me siento como el niño

que el viernes

en su cumpleaños

lo llevan a la pizzería,

los manteles

son grandes

de papel blanco 

coloreable,

y junto a la cátsup 

hay una canastilla plástica

con crayolas:

azul

verde

roja.

Entonces

los árboles son rojos,

el auto va de azul

y la familia, verde.

Dibuja sin parar

hasta que llega la pizza

y la mama le arranca

      las crayolas

“ya, que es hora de comer”.

Antes de que su obra

      su obra maestra

se convierta en el fondo de un plato 

en un absorbente de grasa

en basura de restaurante,

el nene levanta triunfante

            el mantel

al rostro de la mama,

mientras reparte los pedazos

y dice sin ver

“que lindo, mi amor

¿son aliens?”.

 

Cosas que dicen los peces

 

Dicen que detrás del Carulla

de la esquina

existe un hoyo negro.

Dicen que allá, del otro lado,

Jesucristo resucitó al segundo día

pero nadie lo notó.

 

Dicen que los peces ladran

los padres lloran

las orejas crecen sin parar,

que las conversaciones se interrumpen

dentro de casa

cuando no hay nadie más. 

 

Dicen que la tasa de inflación

se va pagando con relojes de cuerda,

que el papa es dueño de una droguería

y que Arjona va dos veces por semana.

 

Dicen que el parche se llama banda

las ardillas, iguanas

la incertidumbre, Dios.

 

Dicen que para fracturarte un hueso

se necesita un permiso de conducir

y que para pilotear una avioneta

sólo bastan las buenas intenciones.

 

Dicen que allá

el haberte conocido no era tan importante

que hasta nos topamos en la calle

y ni nos vimos a los ojos.

 

Dicen que para estornudar, es preciso

agendarse a uno mismo

en el calendario

y que las voces de la cabeza

vienen instaladas en otro idioma.

 

Dicen que al regresar,

por el hoyo negro

que hay detrás del Carulla de la esquina,

nada cambia en realidad.

 

En vez de 

 

Aquí hay cabras

            en vez de patos

iguanas en vez de ardillas

peces en vez de pájaros

y en todas partes

            en vez de vos

estoy yo

 

 

Por Monisa Hinrichs

 

Imagen de Carrie Mae Weems