Papá yace acostado en el sillón.
El lunes, me pregunta si es viernes
no se ata los cordones
ni se afeita la barba
se abriga con vino barato.
Cuando era chico
escribió una historia,
recibió un premio
En la historia inventó una vacuna.
Una vacuna
sin aguja.
Papá tuvo hepatitis,
Una hepatitis bestial.
La abuela siempre decía
que en la sala de espera
lo escuchaba gritar
Gritaba
por qué
me hacés esto
mamita
Papá vendió flores
fue soldado
cantante
amante
Papá sabía historias.
Al pie de la cama
inclusive dormidos
lo escuchábamos hablar.
En sus historias
niños parecidos a nosotros
vestían pantalones de colores
compartían coca cola con monstruos de cabezas redondas.
Se largaba a llover
todos se refugiaban
adentro de una casa
color rosa pálido.
El rosa pálido
era ese
ese que había inventando su papá
cuando lustraba muebles
añorando su oficio de actor.
Mirándolos a él
a sus hermanos
a mamita
de reojo.
Papá fue médico
le abría la puerta del sueño
a cualquiera
pero él nunca entraba
siempre estaba afuera
esperando de vuelta.
Un día
decidió cruzar
para evitar la lluvia
para trepar dragones
para cortarse
sin dolor.
Podrías caber en un frasquito de burbujas
yo, podría soplar
soplarte
dosificar mi respiración
moldearla con paciencia
esa forma de la serenidad
que siempre me quisiste enseñar
y yo no pude aprender
hasta que tuve que salir a buscarte
en el puesto de diarios
abajo de mi casa
donde un buen hombre
vende de manera inocente
entre todos las noticias negras del día
frasquitos con agua y jabón
llenos de vos y de tantos otros.
Debería ser cuidadosa
para no exhalarte
en diez o veinte círculos traslúcidos
que te separen en moléculas
para que emerjas mayúsculo
en tu tensión superficial
elevándote delicado y poderoso
ante mí
sostenido y alimentado
de tu calor interno
y de mi brisa persuasiva
y aún así
yo tampoco aprendería,
aunque ejercitando
el hábito de la mesura,
te volverías frío
y reventarías
reventarías hasta la ausencia.
Matar a un hermano
I
(cuándo)
Cuando el hermano ya puede pronunciarse
cuando ya no es inefable
indecible
llegó la hora
cuando el hermano
se vuelve enorme, robusto
obstruye tu deseo
llegó la hora
pero no te asustes no es tan terrible
en el más allá lo verás de nuevo
sus ojos entre la gente
el sabrá que fue tu hermano
algo temblará adentro
en él
en vos
como antes
líquido rojo tirará de la soga
ambos permanecerán inmóviles porque ya es la hora
la hora de la muerte.
del final
del comienzo
porque tu hermano ya te habrá donado una parte que ahora no coincide con él, vos le habrás donado la tuya
ese germen carnal para bien o para mal se quedará con vos se quedará con él
pero ya es la hora
muerto
dejará el espacio para otra sangre.
(cómo)
Guardar en tu bolso hecha un nudo la ropa,
las medias de colores que compraste en el mercado las camisetas sucias
los trípticos de cualquier museo al que no vas a volver a ir.
Regalarle un libro escribir la primera página pedirle sutilmente que no sienta culpa.
Ya de pie
desde alguna estación hundir la cara en su pecho cerrar los ojos
Matarlo.
Dejar una bala silenciosa en su cuerpo
una bala del calibre de la lágrima que te resbala por la cara
sentir el desgarro y la herida abierta profunda
golpeando su plexo el tuyo.
Seguir
no mirar para atrás. Matarlo.
Seguir adelante como una muñeca liviana
sin sustancia sin parpadear.
No contemplar su cuerpo entumecido su sangre derramada buscando reencarnarse.
Por Rocío Nicolaci