Zahra y Massoumeh son hermanas, tienen 12 años y nunca han salido de casa. Todo su universo físico se resume en la pequeña casa y el patio donde a veces juegan. La primera vez que las vemos, aparecen en un plano medio, tras los barrotes que ha colocado su padre para contenerlas. Su madre es ciega y parcialmente sorda, y la única fuente de ingresos de su padre, Ghorban Ali Naderi, un hombre de 65 años, proviene de realizar oraciones para personas que se lo piden, trabajo por el cual recibe comida y en ocasiones dinero.
Preocupados por la vida de las niñas, vemos un documento firmado por los vecinos y vecinas de la familia Naderi, además de la firma de Samira Makhmalbaf, una joven de 17 años que es la directora de esta película, La manzana, junto con los nombres del equipo de producción. En el documento leemos que se pide al Departamento de Bienestar la supervisión por parte de una trabajadora social como intermediaria, para que las niñas regresen a casa pero no vuelvan a sufrir un encierro forzado.
Samira conoció la historia de la familia Naderi un miércoles, ya que este caso real se publicó en varios periódicos de Irán, y para el sábado, la directora comenzó con el registro de la historia. En La manzana, el desarrollo del argumento de la película es, al mismo tiempo, el descubrimiento de otro mundo nuevo, y ahora posible, para Zahra y Massoumeh: en las primeras escenas escuchamos sonidos no articulados y balbuceos cuando se les pregunta algo o cuando quieren expresarse, pero conforme va avanzando la filmación, en un periodo de tan sólo 11 días, vemos cómo las hermanas ya son capaces de comunicar oraciones completas, se dan a entender con personas que acaban de conocer y manifiestan puntualmente sus deseos e intereses. Quieren comprar helados, comer manzanas, jugar con amigas nuevas en el parque, conseguir un reloj…
Desde un inicio, el acercamiento por parte de la directora fue desde la comprensión. La película se abstiene de realizar juicios morales. Samira no juzga a las personas (que al mismo tiempo son personajes) y tampoco los castiga, sino que permite a la audiencia conocer los motivos y preocupaciones de quienes forman parte de la situación. La exposición de argumentos se da cuando la trabajadora social encierra a Ghorban en su propia casa y le dice que para salir, tendrá que aserruchar los barrotes de la reja, mientras ella le hace compañía. Después de aserruchar por horas, Ghorban se sienta y le ofrece agua a la trabajadora social, mientras le explica que él creció con el “Método antiguo”: estudió por cuatro inviernos, en la casa de un amigo, y cita oraciones de un libro que conserva, el cual explica que “una mujer es como una flor. Y si el sol brilla sobre ella, se marchitará. La mirada del hombre es como el sol y la mujer es como una flor”. Ante esto, la respuesta necesaria y aleccionadora de la trabajadora social es que las hermanas no tendrían este problema si fueran varones. De manera paralela, Ghorban y sus hijas tendrán que dejar atrás una serie de ideologías personales que hasta el momento rigieron su vida, y “La manzana” es la visión de una realidad que está siendo habitada y creada por la niñez, en la que todavía persisten fragmentos del “método antiguo” pero que ya no es el único y mucho menos el más determinante para las dinámicas sociales.
Si bien la película inicia en el momento real en el que la historia se vuelve mediática, durante los 11 días de rodaje Samira vivió con la familia Naderi y esto dio lugar a un “tercer mundo”:
“estaba el mundo en mi mente, en mi imaginación. Y había algo bastante real, la propia vida [de la familia] que estaban viviendo. Pero mientras vivíamos juntos durante esos 11 días, creamos otro mundo, un tercer mundo, entre mi imaginación y su vida. Algo que acordamos entre nosotros. Algo que preferíamos ser, no algo que era. Algo que la familia y yo queríamos, por lo que es el tercer mundo, que es muy cierto ahora, entre el documental y la ficción”.
Este “tercer mundo” es una propuesta que, al mismo tiempo que se aleja de las convenciones del documental clásico, difícilmente podría catalogarse como cine de ficción: no vemos entrevistas a cuadro, con especialistas en el tema, ni una voz omnisciente que narre de la manera objetiva los hechos (herramientas del cine documental), y tampoco se le pidió a la familia que “interpretaran” un papel, mucho menos se trabajó con actores o actrices profesionales que representaran a la familia Naderi. Samira no limita las posibilidades de representación y la realidad misma sirve como punto de partida para una creación que trasgrede, cuestiona y al mismo tiempo reconstruye, los géneros de ficción y documental.
“La manzana” cierra con dos imágenes a manera de declaración: en la primera, vemos a Ghorban en un plano general rodeado de sus dos hijas por un lado, y de dos nuevas amigas de las niñas por el otro; el “método antiguo” tiene que avanzar literalmente tomado de la mano de las nuevas generaciones, mientras que en la escena siguiente, la madre sale en búsqueda de su familia solo para toparse y tomar, después de varios intentos fallidos, una manzana que se encontraba en el exterior, fruta que histórica y culturalmente fue el origen de la curiosidad y el cambio inminente, que es inevitable a la naturaleza humana. Nos encontramos en el final de la película pero es apenas el inicio del “tercer mundo”.
Por Verónica Mena