Unas escolares descubren que la comandante Tamara estudió en su colegio y quieren conocer su historia; una bolsa con guindas interrumpe las labores de una oficina donde únicamente trabajan mujeres; una dentista se enamora del apodado niño palta que ya no es un niño y que ya no vende paltas; una trabajadora ingresa órdenes de compra mientras piensa en su abuelo y los pescados que fileteaba y en la vida de antes que era tan distinta a la de ahora.

Pareciera que los personajes de los seis cuentos que componen Una Guinda en la Guata habitan la misma ciudad y que, aunque nunca ocurra, están siempre a punto de toparse. Pareciera que quizás ya lo han hecho, que se han cruzado por ahí. Imagino que la chica que piensa en su abuelo, seguro ha conversado con la guía turística que trabaja en una viña o que quizás alguna de las mujeres que come guindas ha organizado una actividad con la trabajadora del centro cultural. Llego incluso a pensar que las historias podrían correr en paralelo, que mientras se organiza el conversatorio en Un Poeta Subterráneo, Bea le cuenta a Camila que la tienda en la que trabaja va a quebrar en Cosechar y Comprar.

Porque si bien las historias no se conectan de manera literal sí hay algo que las une: el territorio que habitan, la ciudad. En ese sentido, la estructura del libro se asemeja a un rizoma: una misma raíz (la ciudad) va permitiendo que aparezcan nuevos brotes (los personajes y sus historias).

No es azaroso que me ponga a hablar de plantas y raíces, en el libro, el mundo vegetal está muy presente en las historias: un niño que vende paltas, una mujer que se atraganta con la pepa de una guinda, una niña que huele las pelotitas de lavanda para recordar a su mamá.

Lo vegetal aparece en el lenguaje:

“A María, que ya le conmocionaba la velocidad en que crecía su chiflera, le daba vértigo solo pensar en las velocidades de Internet. Pensaba que, si ese vídeo fuese una planta, sería una completamente anormal; a ese ritmo, habría dado frutos en una semana de crecimiento. Y esos frutos habrían sido insípidos y sin azúcar. Concluyó que si el Internet fuera materia sería un hongo. Solo un hongo crece tan rápido”.

Y como decía antes, lo vegetal aparece en la estructura: el coro de historias se asemeja a un rizoma, las historias se interconectan por la estructura que las soporta: la ciudad rizomática.

​​El filósofo italiano Emanuele Coccia escribe en el libro La Vida de las Plantas: “No se puede separar -ni físicamente ni metafísicamente- la planta del mundo que la acoge”.

Creo que algo similar ocurre con los personajes de estos cuentos, no se pueden separar ni física ni metafísicamente del mundo que los acoge: la ciudad. Y en esta ciudad, este territorio en común que es protagónico en la configuración de la vida de los personajes, hay conflictos de clase, trabajos precarizados, rutinas absorbentes, protestas, relaciones que se van terminando, chistes a la hora de almuerzo.

Mientras los personajes trabajan, porque eso es lo que estos personajes hacen la mayor parte del tiempo, también esperan. Esperan que algo cambie, diría que desean intervenir el tiempo, de acelerarlo o de hacerlo retroceder. El presente no es un lugar feliz.

Por ejemplo, en Cosechar y Comprar Camila y Bea son pareja y ninguna está demasiado feliz con su trabajo. Aunque para la primera las cosas funcionan algo mejor, para la segunda, que se enfrenta al cierre de la tienda en la que trabaja, no hay nada que la motive demasiado, ni en el espacio laboral ni fuera de este, las cosas ocurren, pasan.

En estos cuentos la niñez es sin duda un mejor lugar. En La comandante Tamara estudió aquí, las protagonistas, que son escolares, quieren descubrir algo, quieren encontrar, buscan. En contraposición, los adultos no buscan, las adultos trabajan. La rutina, los trabajos precarios, los eternos desplazamientos, han succionado su energía

La adultez consiste en continuar.

La rutina ha absorbido los cuerpos de la ciudad.

Si la ciudad es la raíz y las personas sus bulbos: hay algo que se pudre.

La narradora describe lo que anhela uno de los personajes:

“Miró el atardecer por la ventana y deseó que su edificio fuera como una palmera, para no tener que bajar nunca más a la tierra”.

En los cuentos no todo está perdido, no todo es triste, de hecho Emilia logra muy buenos momentos cómicos, pero lo cierto es que hay algo que parece no funcionar para estos personajes alienados en la ciudad. Las plantas, pareciera, corren mejor suerte.

Por Macarena Araya

Foto de Robby Müller

A propósito de:

 

 

Una guinda en la guata
Emilia Macchi
Provincianos editores
2022