Aquí vendrá un poema que no he sido capaz de escribir
Charles Olson
I
–la respiración–
Un epígrafe que es, al mismo tiempo, un poema sobre la búsqueda de un capitán, un relato sobre las cartas de navegación que pudo trazar, marcándolas con lápices de colores, o la osadía de un viaje y sus giros que acaba en la nada, quizá en la sensación de ir avanzando en ese valle encabritado como el jinete de alguna novela inglesa que llega hasta mí, leemos en la quinta parte de Los Poemas de Maximus, de Charles Olson. Maximus no es solamente un personaje, sino una forma de entender la realidad, señala Ricardo Cázares en el prólogo, pero nosotros intuimos que hay algo más ahí, al levantar la vista de la página, de ese libro y de Cantera de áridos, de Álvaro García. Pero no sabemos qué es, hasta que, casi al punto de rendirnos y quedarnos sin aire logramos descubrirlo: es ese juego con la respiración, presente en Olson, a partir del verso proyectivo, el que nos lleva a comprender lo siguiente: el paso de una percepción a otra es aquí el paso de un daño a otro.
En la presentación de esta plaquette, Jonnathan Opazo describe el daño generado por las empresas de áridos en Talca. En la quinta región, si seguimos esa línea de tierra craquelada por donde fluyera el río Aconcagua, podríamos decir: aquí también. Podríamos, al mismo tiempo, pensar en las formas de vida que dan cuenta del impacto del modelo de producción, extracción y explotación que, expandido por el territorio, ha modelado la geografía y la vida de este país, en busca de dinero. En Palabras de García: subir nuestra reja y esconder / un poco más / la casa detrás de su oro. Solo que, en la realidad, el oro no pertenece a la casa en la que se oculta, ese oro, es la deuda, pero es también todo lo que –el dinero– permea en nosotros. La casa, ese espacio de protección, identidad o, parafraseando a Bachelard, el medio por el cual afrontamos al mundo está detrás de su oro. Más allá de su efectiva posesión, está detrás del dinero.
Ahora, y volviendo sobre algo mencionado anteriormente, la ausencia de puntuación, ese verso que dura un respiro pero que se expande en el verso siguiente y, a veces de la nada se interrumpe ante una mayúscula, quitándonos el aliento, o llevándonos a exhalar, nos recuerda, ante la complacencia o esa actitud políticamente correcta con la que es difícil estar en desacuerdo, que el poema –más allá del vínculo con Olson y el verso proyectivo– no solamente ha de entregarnos algo. Visto así, ¿qué nos quitan estos poemas?, y no puedo ante esta pregunta no volver sobre la presentación de Opazo, ¿qué zonas erosionadas de la experiencia ilumina esta escritura?, en otras palabras, ¿qué ausencias ilumina?
II
–las cosas–
¿Por qué incluir a los pobres del mundo –cuya huella de carbono de todos modos es pequeña– usando términos inclusivos como «especie» o «humanidad», cuando la culpa de la crisis actual debe ser firmemente atribuida sobre todo a los países ricos, y a las clases ricas antes que a las pobres? se pregunta Dipesh Chakrabarty en Clima y capital. La vida bajo el antropoceno, e imagino que –en cierto modo– Cantera de áridos responde una pregunta amplia y no acotada a la época geológica como la de Chakrabarty, que igualmente se conecta con esta última, ¿en qué sentido?, ¿de qué estamos hablando entonces?
Es posible que esa pregunta común tenga que ver con las formas con que el modelo extiende la responsabilidad, de su puesta en funcionamiento o impacto, al individuo o a los pequeños grupos humanos que este compone, ante lo cual surge una pregunta lógica ¿por qué ese individuo, o las comunidades, aceptan dicha responsabilidad?. Y bueno, la escritura de García, a través de una figura retórica, la sinécdoque, responde con claridad a los desbordes del mercado sobre el deseo: Me aprieto el cinturón desnudo / donde se anuncian ofertas / de último minuto, o bien frente a los problemas cotidianos que implican las migraciones, sin analizar el porqué de ese fenómeno a nivel global: Vienes de tan lejos / a morir sin esquivar mis manos // Vienes / a darme trabajo // Y levantarme de la silla/ cortar tu aleteo, que te detengas // Golpeo tu trayectoria, la radio / dispara un comercial // El cadáver de los extranjeros en mi comedor.
¿Será acaso un síntoma de agotamiento, propio de este capitalismo tardío, el que el individuo asuma personalmente el todo por la parte? Pienso en ello al detenerme en estos versos: Voy calle abajo / los relojes avanzan formados / hacia mis riñones / busco la cima / me sumo al contagio y al hambre. Versos que, de un modo u otro, nos recuerdan el análisis de Mark Fisher: Desde hace algún tiempo, una de las tácticas más exitosas de la clase dominante ha sido la responsabilización. Cada uno de los miembros de la clase subordinada es empujado a creer que la pobreza, la falta de oportunidades o el desempleo son solo culpa suya, y de nadie más.
Los poemas de esta plaquette no están titulados, pero, a diferencia de un gran poema, desperdigado en tiempos o pasajes, la escritura se presenta como, al decir de Williams, ideas en las cosas, ideas que surgen al ver las cosas que nos rodean. La bofetada de una realidad sin adornos, una realidad que no comprendemos a primera vista, como reflejo de algunos pasajes del libro, que enseñan ese murmullo, ese monólogo, esa fuga creativa que uno ensaya diariamente, frente a las cosas.
Por Rodrigo Arroyo
Cantera de áridos
Álvaro García Hernández
Traza editora
2021