Para mi abuelo

 

Depresión en tres actos

entrelazada en los surcos de un disco

surcos de un disco de La Bohème, surcos

Abuelo, de tu rostro

recorrido de tiempo o de tristeza no sé

 

En casa la pena se escondía en farolillos

tras la jarana de la familia numerosa

dicen que la locura

en casa del psiquiatra se desata no sé

a qué se parecían los surcos de tus manos

no sé qué decías a tus pacientes

tras la puerta cerrada no sé si

hay que atar la locura

bien atada o si es algo que soltar como un pájaro

 

Un pájaro que vimos alejarse

de nuestras manos aún sin surcar

como la mano que solté en el cuento

para mirarte tras el humo de un cigarrillo

y esos aires de sabio

 

Aún no me intimidabas ¿te acuerdas?

 

*

 

¿Por qué ladran los perros a los trenes?

escribiste y dijiste que era yo

otro yo interrogante

incierto de ojos negros escribiste

entre el traqueteo de una infancia sin raíles

tú nos viste entremedias

nos pusiste palabras en los labios

como aquel que

pone color a un día de invierno o ilumina

unas siluetas grises tras la niebla

nos escribiste en silencio, «abuelo

¿por qué ladran los perros a los trenes?»

 

F dijo que los trenes eran como monstruos

del espacio exterior para los perros simplones

N se volvía hacia el interior

hacia aquellos señores que conducen

los trenes de un lugar a otro como unos malditos

robasueños malditos robaniños

Por fin M. Siempre M. Ella lo supo.

 

Y tú nos explicaste

que los perros añoran su pasado salvaje

de lobos nómadas

y que aunque también amen su presente

de dóciles caricias

ladran y aúllan debatidos entre dos yoes

los que se quedan y los que se van

incapaces de entender que uno puede

ser otro. Ser otro. Y así ceder.

¿Por qué ladran los perros a los trenes?

se convirtió así en nuestra contraseña

nuestro conjuro

 

Nuestro conjuro que un día escuchaste

en los surcos de un disco de La Bohème

grabado por tu amigo J con la voz de F

para decirte, para recordarte

que era verdad

que los surcos de tu rostro a veces naufragaban

solos en la tristeza

pero que si quisieses

abuelo, si quisieses, amigo, te cogíamos

de la mano y subíamos al tren

 

*

 

Te recuerdo también años después

abuelo, ya no vivíamos juntos

y entre nosotros espesó la niebla

la niebla de la distancia o la edad

la niebla de la enfermedad, la niebla

del humo de las tres cajetillas de tabaco

que fumabas cada día no sé

 

Era una cena familiar, te vi

en silla de ruedas encogido por el cáncer

y tuve miedo

no supe qué decirte

yo tenía quince o dieciséis años

y ya no recordaba

el poder de nuestro conjuro ya no sabía

cogerte de la mano acariciarte

para que quisieses aullar para que ya no

quisieses irte

porque yo no

sabía pero intuía que ante la muerte no hay

trenes no hay caricias no y todos somos un lobo

 

*

 

Hoy y mañana también te recuerdo

como soltando un pájaro

 

Por Celeste Miranda 

Foto por Luciano Contreras