“Nada hace sufrir al ser humano más que las relaciones en las que nacemos o nos enredamos.” (Montero, 2012a, p. 15) Con estas pocas palabras Carolina Montero nos invita a reflexionar la naturaleza humana como la de un ser vulnerable a su experiencia de vida; podríamos llamarlo un ser “padeciente” ya que sufre, en cuerpo y alma, como heridas, las interacciones en dicha experiencia. A continuación, guiados por esta línea de pensamiento nos permitiremos ahondar y reflexionar concerniente a las relaciones del humano tanto individualmente como frente al cuerpo material de la sociedad, es decir, La Ciudad, que muchas veces se manifiesta en la vida de los individuos como una entidad ajena, hostil y enfermiza, causante de su existir-padecer. Dicho escenario, genera seres humanos disociados y que para efectos de este texto los llamaremos eventualmente “organismos disociados”: seres que son víctimas de procesos que les trans-politizan del imaginario social imperante o performance citadina, diría Baudrillard (1990a). Estos son conscientes tanto de sus propias heridas y quién las provoca, como de la que ellos mismos podrían generar al otro, demorando muy poco en tomar posición y preguntarse ¿qué hacer frente a la herida? Lo que en su profundidad se traduciría como ¿qué hacer frente al dolor? Por ende, toda lógica de la disociación podría pensarse como una lógica del bienestar.

La ciudad tiene su propia voz y su propio discurso. Este imaginario social, solidificado en una ideología X, se transforma en el Alma del gran Ente-Ciudad al ocurrir en síntesis con la performance material que lo hace posible, y ambos subsisten cada vez, de una forma más etérea, menos comprometida con la experiencia humana directa, como si aunque nosotros dejásemos de existir, la ciudad permaneciera intacta, proyectándose discursivamente cada vez más automatizada hacia el abismo de la eternidad, como si de una forma de vida libre e independiente de su idea originaria se tratase. Esta sensación de separación, es padecida por el organismo individual pensante, que experimenta una incoherencia al momento de hacer juicio, entre este gran imaginario social independiente o macro-discurso (que comprende tanto discurso como performance) y su propio relato, construido en base a su experiencia empírica de vida, al nunca poder concretar en su totalidad el ideal que la ciudad promete. Dicha incoherencia le duele; es una herida tanto en su cuerpo como en su espíritu y siente como si su relación con el medio no fuera más que una fantasmagoría o como si estuviera actuando un mal libreto. Todo lo que el discurso del medio en el cual existe pueda ofrecerle: el auto de sus sueños, la casa de sus sueños, la pareja de sus sueños, etcétera, para él ahora eso no es más que un simulacro, se siente engañado y sufre debido a que está materialmente atrapado en dicha lógica que él percibe como mentirosa y ficticia. Al lograr hacerse consciente de este estado de vulnerabilidad debido a su dolor, el organismo tiende a disociarse. Baudrillard nos introduce muy bien en la situación antes explicada cuando dice: 

¿Es posible que todo sistema, todo individuo contenga la pulsión secreta de liberarse de su propia idea, de su propia esencia, para poder proliferar en todas direcciones? Pero las consecuencias de esta disociación solo pueden ser fatales. Una cosa que pierde su idea es como el hombre que ha perdido su sombra; cae en un delirio en el que se pierde. (1990b, p.5)

Esta disociación, entre el ente-ciudad y el organismo padeciente, producto de la incoherencia entre macro-discurso y experiencia individual, trae consigo el germen de un nuevo tipo de individuo al cuál llamaremos “organismo disociado”. El disociado es un ser dislocado: al no sentirse en su realidad parte, ni representado por el imaginario social del cual participa, no logra identificarse en su participación. Este imaginario “funciona más allá de sus propias finalidades y de una manera completamente desprovista de referencias” (Baudrillard, 1990c, p.9) por lo que se expresa material y sentimentalmente ajeno al medio, al cual reconocerá como una “alteridad hostil” al sentirse engañado y vulnerado por ésta. Así el disociado adoptará la posición de antítesis de dicho imaginario, ocurriendo un alzamiento valórico contrario: si el discurso del medio en el que se desarrolla es percibido como mentiroso y ficticio, el disociado buscará y defenderá siempre lo que según su juicio es la verdad y lo real. De esta manera comenzará un proceso de sanación activo en el que a diferencia del neurótico freudiano que se le cruza todos los días en la calle, resistiendo y no viendo que está padeciendo simulacros y rituales compulsivos y engañosos, éste se percatará de la naturaleza de su posición y se decidirá a enfrentarla. (Montero,2012c)

Según Cassirer “todo rasgo de la experiencia humana reclama su realidad” (1944, p.99) es decir, reclama su espacio, y la lucha del disociado es la lucha por los espacios. Se encuentra en la posicion de que como ser dislocado, puede dislocar también el espacio físico del cual se apropie. El apropiamiento de un espacio determinado por un rol socialmente especifico, para dislocarlo, es una acción en la que toda cualidad-fin con la que haya sido ungido dicho espacio experimenta una apertura y un extrañamiento en su sentido. Una universidad, por ejemplo, que tomada por sus estudiantes, realice por los mismos estudiantes, actividades completamente ajenas a la narrativa social-citadina que le fue dada, es la perfecta representación simbólica del organismo disociado en su situacion de alteridad discursiva. Todo acto de apropiamiento del espacio es un acto de sabotaje a las narrativas del imaginario social ficticio del Ente-Ciudad y siempre va a ser un acto de autodefensa/revancha  ante su alteridad-hostil, que visto desde un punto de vista individual, siempre es más grande y siempre es más dañina que cualquier contraposicion subversiva. 

La palabra organismo lleva consigo una carga semántica de grupo o de al menos una multiplicidad, por ende no es posible desatenderse de la forma en que el organismo disociado se relaciona con los otros. El disociado, por su condición dislocada, solo puede encontrar afin a un igual, que comparta su misma condicion disociada y precisamente sólo en este aspecto común, junto con todas sus condicionantes, son capaces de reconocerse mutuamente. Esto lo explica en otro matiz Carolina Montero cuando dice:

En la herida del otro reconocemos la común vulnerabilidad (…) Cuando ambos descubrimos que tenemos carne y sangramos, tenemos heridas y sufrimos, tenemos vida y estamos amenazados por la muerte, se produce un cambio profundo en la relación, aparece el reconocimiento de la común humanidad, una sutil hermandad en la carne. ( Montero, 2012d,p. 17)

Esta nueva red de organismos disociados entablan relaciones de mutuo entendimiento del dolor. Podríamos suponer que tambíen hay algunos mas disociados que otros, más rotos, pero la forma de relacionarse entre si, a pesar de las supuestas gradualidades, debiera darse siempre desde las lógicas del cuidado y el reconocimiento. Así el organismo disociado lucha, no contra el discurso y la performaces sociales sintetizados en la ciudad en sí, sino que lucha contra la distancia hostil y engañosa, que se disfraza de un discurso de acercamiento y goce verdaderos, creando su propio paradigma saludable en el que tanto su discurso, como el medio material en el que él mismo se manifiesta sean por fin coherentes y compatibles.

Por Alan Ampuero

Bibliografía:

Baudrillard, J. (1990). la transparencia del mal. Mandius.

Cassirer, E. (1944). Un ensayo acerca del hombre. editorial digital Titivillus.

Montero, C. (2012). vulnerabilidad, reconocimiento y reparación. Santigo de Chile: Ausjal.