¿Qué es posible escribir estos días? ¿Cómo decir algo mientras aún resuenan las cacerolas, y cruzan el aire balines de goma? ¿Es posible hacer diagnósticos, sacar conclusiones, cuando la calle no ha dejado de rugir, no hemos terminado de escuchar, y recién empezamos a entender?
Con gran parte del circuito de arte cerrado o en pausa, en solidaridad simbólica con el movimiento ciudadano que aún recorre las calles de Chile, pareciera ser que no tengo mucho que hacer o escribir. Podría destacar iniciativas como la de Sagrada Mercancía, que ha operado como refugio seguro, centro de resistencia, y espacio de acopio y distribución de insumos médicos. Algo parecido ha hecho GAM, aunque en mayor escala: desde conversatorios sobre la nueva Constitución a cabildos abiertos integrados; espacios para que operen la Cruz Roja y el INDH opere ante la represión policial de las protestas junto a instancias de cultura democrática, desde todos y todas, como el coro ciudadano que el 30 de Octubre cantaba a todo pulmón “El Baile de los Que Sobran”, canción que parece haber sido escrita para describir todo aquello por lo que se marcha estos días.
En ese contexto, aparecen nuevos paradigmas artísticos. Lo que tradicionalmente se considera “Arte” (así, con mayúscula) se debate en el silencio, encerrado en galerías vacías, o en declaraciones que ha ratos parecen ser mesiánicas. Aparece ese “lado b” del Arte, que con tanta frecuencia intimida, se ve subsumido por el mercado de los bienes de lujo, no habla en lenguajes o códigos comprensibles para gran parte de la población, o falla en referirse a aquellas problemáticas y temáticas que les son atingentes y relevantes.
Sin embargo, en medio de tanto ruido (de la calle) y silencios (en galerías), sí han aparecido manifestaciones artísticas, hermosas y potentes, que perdurarán sin duda en nuestra memoria colectiva nacional. Han circulado ampliamente por redes sociales, siendo recogidas incluso por medios tradicionales. Me refiero, en primer lugar, al trabajo incansable de decenas de ilustradoras e ilustradores, y en segundo, al trabajo del colectivo Delight Lab, quienes han sabido captar con su pluma y con su luz, respectivamente, lo que se respira, conversa, y grita en las calles; el sentir de la multitud. Se han hecho parte orgánica del movimiento, contribuyendo al flujo de información útil e inspiradora, visibilizando y articulando aquello para lo que a veces no tenemos palabras, creando consignas que han resonado y circulado por poner el dedo en la llaga, en la herida, en la esperanza.
Empezaré con las y los ilustradores. Internet y redes sociales como Instagram y Twitter han permitido a usuarios crear, producir y desarrollar sus propias narrativas, tanto de forma comunitaria como individual[i]. Así, para entender el impacto de las publicaciones de ilustradores e ilustradoras, es clave visualizar cómo estos nuevos medios han transformado significativamente la forma en que la memoria colectiva es generada, compartida y almacenada, y cómo distintas narrativas pueden hoy ser distribuidas y recopiladas [ii] – no solo por aquellos ilustradores que las crean, sino que también el público general que las circula. El estudio de estas publicaciones, los discursos que las constituyen, y la recepción que generan, revelan que tienen el poder de re-configurar y alterar nuestra relación con el pasado y el presente – y con nosotras mismas[iii]. Es por eso que considero estas publicaciones como una recopilación de memorias que articulan la identidad chilena en un lugar y momento específicos en el tiempo – esto es, durante el estallido social que comenzó el 18 de Octubre en todo el país.
Este impacto se evidenció desde el comienzo de las protestas, sobre todo con el rechazo transversal y a través de la creatividad, a la declaración de guerra de Sebastián Piñera:
Como se ve, los y las ilustradoras han actuado desde la de disidencia, incomodando, obligando a prestar atención a lo que no es fácil enfrentar o entender. Toman el pulso de lo que está ocurriendo y lo plasman en imágenes, poniendo su arte al servicio del movimiento, la comunidad, el colectivo, sin esperar retribución más allá de contribuir a la transformación. Contextualizando con imágenes, obligando a la reflexión, se han sumado de forma natural y poco forzada, con una verdadera avalancha de expresiones artísticas que han sido un poderoso aporte a la lucha por generar cambios en una sociedad que parecía sumida en la indiferencia y el cinismo. La imaginación que expresan es una herramienta de la memoria, tal como se ve expresada creativamente en redes sociales; y el acto de recordar se convierte en un proceso artístico que, como ya señalábamos, contribuye a la creación de una identidad. Por otro lado, muchas de las ilustraciones que aparecieron son utópicas, ocurren en mundo paralelos: lo que podríamos llamar “memorias futuras”, que surgen a raíz de nuestra ambiciones, miedos y esperanzas actuales. No podemos menospreciar las memorias futuras: el olvidar resultados posibles puede llevar a una reducción del criticismo y de acciones en contra del orden social actual, y visualizar nuevos futuros nos muestra hacia donde queremos avanzar [iv].
Escoger una muestra representativa ha sido tarea difícil. Son cientos de ilustraciones y muchísimas de alto nivel, que desde el 18 de octubre han expresado las demandas, la ira, la indignación, la rabia, la empatía y el luto a través de ilustraciones, pinturas, diseños o memes. Y con cada a vez mayor creatividad ponen en jaque argumentos gastados, evidencian falsedades que pasan desapercibidas, cuestionan nociones aparentemente neutrales como la “normalidad” o “miedo”, y nos sustraen de la creciente represión con una (necesaria) cuota de humor.
Nagú (Natalia Gutiérrez, @nagu_cl) es una ilustradora que conjuga bien la ironía y la empatía. Cuando sus ilustraciones ironizan sobre el poder, este aparece como bruto, inútil, y desconectado; en otras imágenes, personas del día a día y animales antropomórficos revelan con sensibilidad en una comunidad mas unida que nunca: se consuelan, se contienen y se ayudan. Todo esto, intercalado con declaraciones en grandes e irregulares letras, como si las hubiera escrito un niño o niña, que se leen como mandamientos de una entidad más sabia, tanto tajante (“no más perdigones ni balines”) como lúdica (“que se devuelvan los dementores a Azkaban”)
Catabu (Catalina Bustos, @catalinabu) es otra mujer que da que hablar hace rato, con libros y muestras individuales, y que también ha dado voz al movimiento ciudadano con sus dibujos de trazo suelto, que parecen casi borradores, pero hablan de una urgencia por comunicar información importante. También fue invitada por @pictoline a resumir lo que ha estado pasando estas semanas, con un hermoso resultado en blanco y negro. En él sus ya clásicos personajes, chilenos, urbanos, de todos los tamaños, edades, géneros y estilos, marchan con pancartas que repiten las frases que se han convertido en símbolo y emblema del malestar general: “pensiones dignas”, “hasta que valga la pena vivir”, “sin miedo”. Marchan perritos, marchan abuelos y abuelas, marchan estudiantes, marchan personas con parches en sus ojos.
Algo similar ha hecho Matías Prado (@matiasprado) con sus personajes diminutos, que en sus rasgos apenas esbozados logran representar a la ciudadanía en toda su pluralidad y diferencias. Con imágenes simples, capta momentos en toda su belleza: gente congregada en Plaza Italia (hoy, Plaza de la Dignidad) donde viejos monumentos son actualizados con frases que sí importan hoy. Sobre el caballo de la vieja escultura, personajes alzan una bandera de Chile. Un nuevo futuro se aparece como inminente. Algo similar pasa con sus ilustraciones sobre las marchas, en las que nuevamente una ciudadanía diversa levanta sus brazos en victoria, en enojo, con esperanza, alzando mensajes que parecen surgir del alma misma: “la alegría nunca llegó”; “que no nos engañen!”; “no + abusos”. También habla del dolor, pero de dolor compartido. En su trabajo, la idea de la comunidad nunca está demasiado lejos.
Un gigante de la ilustración, Alberto Montt (@albertomontt), también ha articulado rápida y eficazmente el inconsciente colectivo. Montt se ríe del poder, incapaz de dialogar, que cree que todo es comprable y transable en el mercado. Se ríe también de su corrupción, y no deja de ironizar con el discurso sobre saqueos e incendios al compararlo con los abusos de quienes detentan el poder económico, ironizando sobre los arreglines “entre amigos”, las evasiones de impuestos, los robos al fisco. Nos obliga a mirar a nuestra sociedad, en la cual quedan impunes “saqueos” de esa magnitud, pero quienes roban a otra escala y desde la precariedad con convertidos en chivos expiatorios, merecederos de un castigo ejemplar. Es un poder que finalmente aparece como asustado, incapaz de conversar, pensar o escuchar, reducido a aplicar la fuerza bruta a falta de mejores ideas. Por otro lado, tiene viñetas brillantes en que habla de los personajes y actitudes que han hecho de estas semanas algo más desagradable aún: con el hashtag #FaunaNefastaQueSeVeEnLasCrisis describe al político “que quiere subirse al coche de la victoria” y “que no asume sus culpas” siempre apuntando al de al lado; a militares que protegen la ley y el orden con lumas y escopetas; a los “desadaptados de siempre” que convierten marchas pacíficas en fuego y violencia; “los que juegan al empate”; e incluso “el facho que no sabe que es facho”. Termina riéndose del ilustrador que “se siente portador de la verdad” pero que en realidad es “solo un pelotudo más”
Por último, Geni Riot (Genisis Rosales, @geni.riot) ha destacado con una propuesta única: ilustraciones que reinterpretan los arquetipos que aparecen en el tarot, con pequeños textos que explican su simbolismo y relevancia. “El Empresario”, simbolizado por Sebastián Piñera con alas de murciélago y cuernos de cabra está escoltado por dos carabineros encadenados. En “La Fuerza” una estudiante, con el pañuelo verde feminista al brazo, recibe en el paraíso al perro matapacos. Explica que la carta habla no sólo de fortaleza y valor, sino que también de compasión, de domar aquello que es más salvaje en nosotros para alcanzar nuestros objetivos. También reinterpreta la carta de la muerte, convirtiéndola en “La Revolución”. Como señala, la carta no habla sólo de finales, sino que también de transición, de ciclos, cambios y nuevas etapas. En la carta, una estudiante encapuchada cabalga sobre un caballo blanco, mientras sostiene la bandera de Chile, monocromática en blanco y negro. En la carta de “La Justicia”, aquella que referencia la honestidad, lo equitativo y la verdad, deja el asiento vacío. La justicia aún no se hace presente: aún vemos sólo armas y sangre, represión y militarización.
Todas estas personas y muchas más han sabido expresar y canalizar el miedo, la rabia, el cansancio, la frustración, la alegría, y la esperanza. Sus imágenes han sido compartidas cientos y miles de veces, y han aparecido en noticias tanto en Chile como en el extranjero. Es el material visual con el que recordaremos estos días y semanas: son artefactos simbólicos, objetos de memoria, recuerdos colectivos que se construyen, y son construidos por, nuestra ansiedades, aspiraciones y auto-representaciones del presente[v]. La memoria tiene poderes normativos y formativos y es vital para la articulación de una identidad en grupos sociales: familias, comunidades étnicas pero sobre todo hoy, naciones, constituyendo y elaborando recuerdos, dando forma a los valores y cosmovisiones de cada comunidad [vi]. Todo esto ha sido gracias al trabajo incansable de estos artistas: arte desde y para la gente, gratuita, y de calidad, que capta de forma fácilmente digerible sentimientos complejos. Han logrado canalizar, casi en tiempo real, el sentir de muchos y muchas, ironizando con las frases y actitudes de los poderosos, entregando buenas energías y consejos, y dando visibilidad al movimiento, sus causas, sus exigencias. Lo hacen con una cercanía que es muy propia de la ilustración, que por su cotidianidad y celeridad se hace parte fácilmente y de forma horizontal, desmarcándose de ese Arte que muchas veces resulta tan elitista y lejano para el común de las personas.
En segundo lugar, es impensable hablar de intervenciones políticas y democráticas sin hablar de Delight Lab, un colectivo artístico y activista compuesto por Andrea y Octavio Gana (hermanos). Ya se habían hecho notar en Quintero y Osorno con sus instalaciones lumínicas, que con frases cortas y tajantes obligan a empatizar, a reflexionar, a cuestionar. Sus breves declaraciones brillan en silencio, blancas y solemnes contra la noche oscura: parecen ser una luz de esperanza mostrando el camino. Las preguntas que hacen parecen casi retóricas, pero responderlas es hoy más urgente que nunca. Mucho se ha dicho sobre el poder del arte para generar transformaciones, pero pocos artistas lo han logrado de forma tan atingente y sintonizada con la ciudadanía como ellos. En entrevista con La Tercera destacan que evitan ser panfletarios o violentos en su lenguaje: más que eso, pretenden hacer preguntas, críticas, que lleven a un pensamiento más profundo, matizado. En los primeros días, cuando la gente desafiaba el toque de queda ya fuera en la calle o con sus cacerolas desde balcones, nadie quedó indiferente ante palabras tan simples pero con tanto peso: DIGNIDAD. ESTAMOS UNIDOS. POR UN NUEVO PAíS. E insistiendo: NO ESTAMOS EN GUERRA. Parecía que sobre el ruido y la violencia emergía un mensaje claro y contundente, trazando nuevos imaginarios, haciendo memoria del presente, y reivindicando el movimiento para crear nuevos futuros esperanzadores.
Tanto las ilustraciones como las instalaciones lumínicas son productos creativos que reflejan y construyen intersecciones entre el pasado y el futuro – recordando y proyectando la experiencia vivida. Como han señalado destacadas académicas, “la memoria sólo puede volverse colectiva como parte de un proceso continuo en que distintos recuerdos son compartidos” (Erll y Rigney, 2012). La masiva circulación que han tenido en redes sociales muestra las potencialidades revolucionarias de estas, en la medida que las personas comparten sus experiencias, co-construyen una memoria colectiva y flanquean narrativas hegemónicas de los eventos vividos. Entregan un punto de vista no institucional, problematizando los discursos oficiales a través de su interactividad y visibilidad [vii] -sobre todo la cobertura demonizante que dieron los medios tradicionales los primeros días de efervescencia. Y gracias a los hashtags, se han podido insertar en conversaciones colectiva más amplias, en la comunidad misma, generando nuevos diálogos, ideas y relatos.
Ha habido otras iniciativas hermosas, como aquella del CECLI (Centro de Estudios de Cosas Lindas e Inútiles) que recolectó testimonios de la cultura material, las ollas y cucharones usados estos días; o la iniciativa de estudiantes de arquitectura que en Plaza Italia mostraron con esquemas a escala las proporciones de las viviendas indignas que algunos buscan vender estos días. Más ejemplos que invitan a diálogos horizontales, democráticos, sin discursos en clave o soluciones desde arriba.
[i] Carpentier 2009; Schindel, 2009; Eekeren, 2012; Farinosi y Micalizzi, 2016.
[ii] Van Dijck, 2007; Farinosi y Micalizzi, 2016.
[iii] Van Dijck, 2007; Erll, 2011; Erll y Rigney, 2012; van Dijck, 2007, Milan, 2015.
[iv] Jedlowski, 2016.
[v] Halbwachs, 1992; Hajek et al. 2016.
[vi] Jelin, 2002; Erll y Rigney, 2012; Pentzold, Lohmeier y Hajek, 2016.
[vii] Halpern y Gibbs, 2013; Farinosi y Micalizzi, 2016; Smit, Heinrich y Broersma, 2017.
Por Victoria Guzmán