I. PRIMERO UN TÍTULO QUE RETENGA

AL LECTOR (USTED) 

EN UNA JAULA AMPLÍSIMA

 

Y de inmediato un ejemplo enigmático:

las sabanas de Rousseau 

los muros del hábitat de las jirafas

el zoológico de alguna ciudad, la periferia 

guatemalteca.

 

El lector tiene la opción de pensar

el desconcierto como un lugar tolerable

y envejecer en él 

alegremente.

 

 

II. AHORA UN TÍTULO CONMOVEDOR 

(PUES MAQUINALES 

PERO NO MAQUINARIA)

 

Pregunta y premonición.

—¿A vos sí te gustan los grandes paisajes?

—No, prefiero los barrios plegados en sí mismos. 

Ver a la gente que amo envejecer elenco estable: 

quincho, camuflaje y algún día 

¡pimba! 

muralito de esquina con fechas. 

 

El interlocutor espera que mentir

achique reduzca suprima colapse encoja compacte

el cañón que les separa.

 

Aquí el autor quisiera describir un sitio empíreo 

el gran templo de Atón, un enjambre de globos aerostáticos 

un malón de naturalistas alemanes 

una cascada prístina

el río, los hijos arrancando a los padres del barrio

le mélange de cenizas en su cauce.   

 

Aquí el lector tendrá que invocar sus propias imágenes 

para entender:

 

La sonrisa es la amplísima jaula de la lengua

prodigiosa, los acantilados de Dover casi.  

 

Aquí el poema podría erigir una metáfora más elaborada.

El autor se la niega.

 

 

 

III. — ¡ESTE EDIFICIO SERÁ MUY ALTO Y DEL MISMO AZUL QUE LAS MONTAÑAS!

Decreta el autor que se desea arquitecto (acechado por su pulsión de apilar)

 

Cuando salís todo andamio, con pericia, alcanzar 

el techo temporal de la estructura y desde allí

un tobogán de escombros.

 

El autor confrontará posibilidad y deseo:                                                  

¿En qué pilar de hormigón se oculta la imagen novedosa?

Me miro las manos y hacen, a pesar de mí 

la excavación y la plegaria a Santa Elena. 

 

Como qué comparo y equivalgo enumero recupero y truco. 

Cimentar la imagen no mejora 

la imagen 

tampoco acariciar la maqueta.

 

El autor se aviva, recuerda cómo leer los signos de la tormenta eléctrica.

El edificio será una emperatriz lejana y la corona un pararrayos.

 

IV. EL PASADO ES UN PAÍS DE OTRO CONTINENTE

 

donde solo germina decir lo habité incluso habitándolo

y se ensaya con cada cómo hubiera sido si posible.

 

Del otro lado la lluvia: criatura frugal y oportunista.   

Las excavadoras, los buldóceres, las grúas

se humedecen y mueren. Un plano azul, la identidad 

lo que a la gracia el afecto.

La maqueta.

 

Un inmenso complejo de mangrullos.

Para más no alcanzó.   

 

El autor hizo lo posible para no señalar aquí al lector o a su pasado.

El poema exige una resolución satisfactoria.

El autor abandona la custodia de la línea de frontera. 

 

V. Y UN MURAL DE OTRO HEMISFERIO

 

Sentada junto al fresco de un París primaveral

me acerco, obtengo

el primer plano del faro que porta el sentido.

 

Flores en los balcones y el verdor nefasto

de la calle naíf fotocopia del sentido.

 

Mato a sorbos este café quemado.

Es invierno en Buenos Aires.

Envejezco como jirafa guatemalteca.

 

 

 

VI. UN PAISAJE DA MUERTE A OTRO PAISAJE

 

De entre las distintas formas de perecer en un lugar

no se incluye, casi nunca, al lugar como perpetrador.

El lector, aquí mismo, puede indagar

la naturaleza de los muros propios.

 

Podrían caerme encima, difundir

propaganda en mi contra, tachar 

con saña, el otro paisaje posible…

 

Pues todo elemento de la historia del paisaje

interrumpe el otro paisaje posible.

 

La imagen del poema:

Rostros sagrados brotan de un muro de asbesto

como garúa, los devotos perecen como moscas.

 

VII. COMENTARIOS 1 y 2

 

#1

Una epifanía, pico y pala. El núcleo de la montaña, su tórax 

la cuna para el duelo, el nutrimento 

estalactitas.

La ladera propia y, con suerte, lo que nunca cae riguroso.

Llego a tiempo, a mí, a tiempo.

 

Una cueva y/o la posibilidad de un túnel:

el techo blando como paladar, el sueño de farolas cruzando

como saliva veloz la cordillera.

 

#2

Esta sopa de agua, broza y gravilla

    ¿qué nutre?

 

De los oficios que ya no ejerzo, reflota  

el juego de herramientas que me educó los dedos.

Se oxida, pero apenas, fantástico y ansioso. 

Un rocío salado, como ampollas, lo envejece.

El rincón también envejece.

 

Merecemos el paisaje de cabra con abismos

los volcanes, la curva, la advertencia 

tapada con ligustros.

 

Por Geraldine A. Ruiz

Fotografía de Arlene Gottfried